Aunque sabía de él como editor de revistas y lo había leído con gusto como ensayista y poeta, conocí a Roberto Diego Ortega gracias a Delia Juárez cuando iniciaron El Cultural. Como tuve siempre una confianza y un diálogo impecables con Delia, además de una sincera admiración por su trabajo de editora y una abierta simpatía y amistad, Roberto llegó para mí en esa aura.
Después de una cena memorable, organizada por Delia, en la que pude hablar tanto con Roberto como con su esposa, Rocío Del Vecchio, y en la que estuvieron mi esposa, Magui de Orellana, y mi querido Rafa Pérez Gay, descubrí en Roberto a un conversador sumamente inteligente y delicado. Sabía volver interesante todo lo que tenía que decir. Y daba gusto darse cuenta de la amplísima gama de temas que lo apasionaban. Era lo más alejado posible de un hombre unidimensional. El resto de nuestros encuentros fueron una continuación de aquella conversación.
CUANDO ÉL Y DELIA me contaron el proyecto que tenían para el suplemento aprecié inmediatamente una rigurosa idea de composición editorial que para mí es clave en nuestro oficio. Y aunque yo me había prometido escribir menos en suplementos, rápidamente comencé a colaborar y a formar parte de su consejo editorial.
Siendo un hombre pausado, era sumamente rápido en su faro editorial. Por ejemplo, en los últimos años, cada vez que algún amigo editor de otro suplemento o revista me pedía que les diera un ensayo sobre algún tema que me fuera evidentemente cercano, ya Roberto me lo había pedido. Para esas colaboraciones tejía primero una complicidad a propósito del
Como editor se necesita una generosidad alerta al momento, una escucha de lo que puede aportar cada persona
tema. Nunca mencionó una grosera exclusividad o fidelidad, ni siquiera por formar parte del consejo. Su método siempre fue la velocidad y la pasión compartida.
En la variedad de texturas y dimensiones que debe tener un suplemento, siempre se agradece en El Cultural la presencia constante de la reflexión a fondo. La exploración de ideas, la revisión no sólo crítica de la cultura sino construyendo verdaderos instrumentos de pensamiento. En una época sombría donde la militancia partidista invita a la obediencia y a su complemento, el abandono de la razón, en El Cultural se han publicado textos que son claves para pensar nuestro tiempo alejándose del dogma. Y lo han hecho desde áreas que no parten de una reducción a la política sino que llegan a ella revitalizándola. Para lograrlo como editor se necesita una cualidad humana peculiar: una gene-rosidad alerta al momento, una atenta escucha de lo que puede aportar cada persona. Más un trato honesto y cordial a cada una. Para la edición inteligente y rigurosa, Roberto ha tenido el privilegio de contar con Julia Santibáñez. Su carácter, su propia sabiduría y sensibilidad están muy presentes en El Cultural desde hace tiempo.
Un ejemplo final: cuando sugerí a Roberto colaboraciones clave para entender cabalmente desde la cultura la invasión de Rusia a Ucrania, como Marta Rebón o Victoria Amelina antes de su asesinato, y algunos otros, él las acogió sabiendo que es uno de los temas donde cristalizan las patologías más agudas y cruciales de nuestro tiempo, allá y aquí. Y Julia redondeó la publicación de la última entrega.
Lúcido y cordial, Roberto seguirá sutilmente presente en nosotros.