La ventana en primer plano

FETICHES ORDINARIOS

Caspar David Friedrich, Mujer en la ventana, óleo, 1822. Foto: wikipedia.com

Aparente y próxima, rara vez se aparece a la mirada. Así como el bosque no deja ver el árbol, el paisaje no deja concentrarnos en la ventana. A veces, como cuando nos sorprende nuestro reflejo o las gotas de lluvia hacen que reparemos en el cristal, la ventana se destaca con la fuerza de lo inesperado. En lugar de mirar a través de ella, en lugar de obviarla para atender lo que nos muestra, se ofrece como una aparición, como presencia inmediata capaz de ocultarse y alcanzar la invisibilidad.

ABERTURA Y MARCO, encuadre y mirilla, la ventana es una barrera entre adentro y afuera, una membrana que suaviza la fuerza de los elementos y filtra las imágenes del exterior. Al parecer, las viviendas primitivas prescindían totalmente de ellas; tal vez porque fueron construidas como refugio, a imagen y semejanza de las cavernas, la entrada servía al mismo tiempo como tragaluz y respiradero. Los restos arqueológicos de la protohistoria indican que, en Oriente Próximo, las casas de hace más de diez mil años semejaban cubos cerrados a los que se accedía por una abertura en la azotea con la ayuda de una escalera. Las pieles de cacería se estiraban para disimular la oquedad y permitir el paso de un poco de luz, a la manera de cortinas originarias.

Si descontamos las persianas naturales que forman las enramadas de las chozas, es probable que las primeras ventanas surgieran por accidente: como un boquete en la pared del iglú o una rasgadura en la tela del tipi. Los romanos fueron los pioneros en emplear el vidrio en arquitectura; gracias al abaratamiento de los costos de producción y a una red comercial que abarcaba todo el imperio, volvieron su transparencia accesible a los ciudadanos comunes, según cuenta Plinio. Sin la tecnología para fabricar hojas de vidrio de gran extensión, sus ventanas eran una suerte de vitral en miniatura, que ensamblaban con plomo. Esa limitación significaba para ellos una ventaja, pues además de la protección que suponen las aberturas pequeñas, las valoraban por consideraciones estéticas. Cicerón defiende la estrechez de las que mandó construir con la siguiente observación de Vetio Ciro, su arquitecto: “La visión de los jardines no resulta tan agradable si las aberturas son anchas”. Lejos de producir una sensación de encierro hacen que el exterior, por un juego óptico, luzca más esplendente. Sabían que, al igual que el arte pictórico, la ventana “hace un templo de un pedazo del mundo”.

La ventana es una barrera entre adentro y afuera, una membrana que suaviza la fuerza de los elementos

En su Manual del arquitecto descalzo, Johan van Lengen recomienda, en especial para el clima de trópico seco de buena parte de México, ventanas pequeñas, que resguardan del calor y del polvo. Aunque no menciona el panorama de los jardines, sugiere que, si deseamos ventanas amplias, las emplacemos en el patio interior: allí la vegetación hará las veces de celosía proliferante. Es factible que el arquitecto neerlandés recogiera la sabiduría de las viejas construcciones coloniales, pródigas en muros anchos y ventanas estrechas, que garantizan frescor en verano y calidez en invierno.

Los grandes ventanales permiten, en contraste, una solución de continuidad entre el interior y el exterior. En su Casa de vidrio en las inmediaciones de São Paulo, la arquitecta Lina Bo Bardi levanta una suerte de invernadero al revés, una burbuja de cristal, elevada sobre pilares, que hace de la casa una extensión del jardín —y no a la inversa. Con la idea de rodearse de la exuberancia de la vegetación y de una variedad asombrosa de fauna, aún se da el lujo de disponer, como quien sumerge un acuario en el fondo del mar, abundantes plantas de interior. Acentuar la indefinición entre el adentro y el afuera transmite una intimidad contagiosa con los árboles y explora los efectos benéficos de alojarse en el corazón de una fronda.

SI LOS OJOS SON las ventanas del alma, las ventanas corresponden a los ojos de la casa. Pero en la anatomía del cuerpo, las ventanas por excelencia se sitúan en la nariz, ya que la palabra remite abiertamente al viento —ventus—, como si etimológicamente quisiera subrayar su función de ventila. Una habitación respira gracias a las fosas nasales de las ventanas; cuando no se abren o están mal situadas y el aire se estanca en su interior como los malos pensamientos, se vuelve necesario respirar por la boca, es decir, con la puerta abierta. La raíz anglosajona de window enfatiza asimismo la necesidad de ventilación, dejar que el aire corra por el cuarto; a la incorporación explícita de wind se suma, en este caso, la alusión directa al ojo (del nórdico antiguo vindauga; voz compuesta por

vindr, “viento” y auga “ojo”). En inglés, una ventana sería, literalmente, un ojo de viento.

Quizá porque un cuadro ya es una variedad obsesionante de ventana (según Leonardo da Vinci, “hay perspectiva allí donde el cuadro se transforma, de alguna manera, en una ventana”), en la historia de

la pintura se repite la representación de una mujer en la ventana, casi siempre de espaldas y acodada en el alféizar, como sorprendida a mitad de su ensueño. Mucho antes de la Muchacha en la ventana, de Rembrandt, el motivo ya se encuentra en la pintura antigua, asociado a la prostitución y la fertilidad, y será retomado por Murillo y Caspar David Friedrich, por Dalí y Edward Hopper. Esa presencia femenina ligada al espacio doméstico sugiere contención y soledad, incluso el aburrimiento de permanecer en casa, pero es también una metáfora del anhelo, pues permite la fantasía de no estar cautiva y entablar contacto con el mundo.

La Iglesia en la Edad Media las censuraba porque consentían la “lujuria de los ojos”, así que estipuló alturas decorosas para su emplazamiento. La mujer no debía ser vista desde fuera ni tampoco tentada por el exterior; el mal, se creía, “vendrá a asomarse por la ventana”. Algo de esa repulsa y fascinación prevalece en el imaginario colectivo, como consta en las vitrinas licenciosas de Ámsterdam. En el Lejano Oriente, las pantallas de papel se prestan más a la sugerencia y al teatro de sombras, mientras que las celosías y persianas del mundo árabe juegan con la insinuación de lo prohibido. En una canción famosa, Soda Stereo celebra el fisgoneo a través de la persiana como una “condena agradable”: “Yo te prefiero / fuera de foco / inalcanzable”. Ya que manipula el aire y se presta a la coquetería y el ocultamiento, cabe entender el abanico como una celosía portátil.

Sobre la ventana pesa el estigma de ser indiscreta en ambas direcciones. Rear Window, obra maestra de Hitchcock, más que una película sobre el voyerismo en las grandes ciudades, es una alegoría del cine (así la entendió Truffaut). Antes de las computadoras y el sistema operativo Windows, el cine fue, al menos por unas décadas, la ventana definitiva.