Maldita sobriedeath

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Maldita sobriedeath
Maldita sobriedeath Foto: Especial

HE VISTO A LOS MEJORES borrachos de mi generación dejar de chupar.

No pasa una semana sin que reciba noticias de otro soldado caído. Un efecto dominó que cada vez me hace sentir más cercado por los abstemios. Antes las ausencias en las cantinas se debían a alguna baja. Hoy obedecen al auge de la abstinencia. Muchos exbebedores han renunciado por salud física y mental. Otros por moda. La bronca es que la falta de alcohol los vuelve aburridos. Nada más patético que un rey de la fiesta caído en desgracia.

Que ha dejado de necesitar el alcohol para divertirse.

HACE UNOS DÍAS ME CORRÍ una señora peda que me hizo recuperar la fe en la humanideath. Comencé a inflar en la comida. Ya te la you know. Cuatro, cinco chelitas y un vino blanco. Después quedé con un cuate en la Condesa. Ahí me besuqueé otras cinco chelitas y un mezcal. Luego trasbordamos al Centrito y perdí la cuenta de cuántos caguamones de Negra Modelo me bajé. ¿Cuatro o cinco? Tras muchas horas de vuelo se me descargó el celular. Al momento de irme no pude pedir un Uber. Y como no quería volver a treparme al camión de la basura me lancé a la caza de un taxi rosa.

Lo abordé y al ver al chofer me arrepentí en el acto. La sensación de que me asaltaría me invadió poderosamente. Me reprendí. Pero ni modo que me fuera caminando hasta el hotel cinco estrellas que me había pagado un editor en Reforma. Estaba demasiado ebrio para arrastrarme hasta allá. Bien pude quedarme a dormir en un banco del parque, pero era demasiado tarde. Contrario a lo que proyectaba, el taxista se portó a toda madre. Me invitó una caguama. Ya prendido, acepté. Y me condujo nada menos que a la Warrior. Ahí la aprensión me volvió a morder. Sí me atracaría. Seguro ahí otro tipo, o dos, se subirían y me llevarían a un cajero y me quitarían el iPhone y hasta mis Jordan retro color azul navy.

Nos estacionamos afuera de un motelucho de mala muerte. Bájate, me ordenó. No tuve tiempo a protestar. A decirle que mejor lo dejábamos pa la próxima. Del lugar salió una doña con dos caguamas y nos pusimos a pistear en la banqueta tan quitados de la pena. Sobra decir que por esos rumbos no patrullaba la tira. A la segunda ronda salió una prostituta y el taxista me dijo que lo aguantara, que iría a dejarla. Que lo esperara. Me senté y debí quedarme dormido porque de repente tenía una llave con un polvo blanco cerca de la nariz y la voz del taxista me urgía: aliviánate, carnal, aliviánate, carnal. A las siete de la mañana me dejó en el hotel. No me cobró ni un peso.

Contrario a lo que proyectaba, el taxista se portó a toda madre.
Me invitó una caguama

BENDITO ALCOHOL, ME ARRODILLÉ a dar gracias a la mañana siguiente, al descubrir que salí ileso después del riesgo que había corrido. Otros en mi lugar habrían sentido una enorme cruda moral. Pero yo no. Si fuera abstemio no correría ese tipo de aventuras. Y alimentaría esta columna con puras reseñas de series de Netflix. La vida del borracho es así. Una madrugada estás tirado en el arroyo y a la siguiente estás en una mansión de media docena de habitaciones en Tepoztlán a cuerpo de rey.

He visto a los mejores editores borrachos de generaciones anteriores seguir chupando como profesionales. Por esos mismos días un editor me invitó a comer. La reunión comenzó con agua mineral. Arrancó a la una de la tarde y terminó a las 10:30 de la noche. Chela, mezcal, vino y whisky. El señor tiene 63 años y se pidió una pata de lechón. Al día siguiente fui a casa de otro editor nacido en los tardíos cincuenta que me dijo que estaba bajándole al trago, que ya sólo se mamaba seis vodkas diarios. Quién lo diría. Mientras compas de mi camada le dan la espalda al alcohol, la gente que está camino a la tercera edad se sigue emborrachando como personajes de novela irlandesa.

Un fantasma recorre Occidente, es el fantasma de la sobriedeath. El miedo a estar crudo ahora es mayor que el deseo de reventarse. Se imaginan que Rimbaud hubiera nacido en esta era y hubiera titulado su poema “El barco sobrio”. Qué horror. Como también es un horror la tendencia a no consumir alcohol en los festivales de música. La música se disfruta más pedo. Eso lo revela cualquier estudio.

Ya somos pocos los que queremos competir por el trofeo del borracho de oro. Pero no se preocupen, abstemios del mundo, felices o infelices, ustedes descansen sus hígados que los que quedamos haremos lo mismo que hacemos todas las noches: tratar de acabarnos todo el alcohol del mundo.