A la memoria de Roberto Diego Ortega
En los primeros narcocorridos mexicanos, de los años 30 o 50, los protagonistas terminan mal: apresados, heridos o muertos. A partir de los 80, esta noción cambia, porque la idea del héroe se modifica, conforme la narcocultura se arraiga en el país y el narco se convierte en una vía de superación social. La siguiente entrevista ofrece un panorama amplio, tanto como penetrante, de la historia, los temas y la política social y económica de la corridística mexicana y, especialmente, del narcocorrido que, en sus diversas modalidades, hoy está en pleno auge, no sólo en nuestro país.
El experto entrevistado, Juan Carlos Ramírez-Pimienta, es doctor en letras hispanoamericanas por la Universidad de Michigan; además, se desempeña como profesor investigador en San Diego State University-Imperial Valley. Es reconocido como el máximo especialista en la cultura del narcocorrido, misma que ha desarrollado en los libros De El Periquillo al pericazo: ensayos sobre literatura y cultura mexicana (2006); Cantar a los narcos: voces y versos del narcocorrido (2011) y Una historia temprana del crimen organizado en los corridos de Ciudad Juárez (2021). Adicionalmente es coantologador de Camelia la texana y otras mujeres de
la narcocultura (2005) y El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana (2017). Ha publicado más de cincuenta artículos académicos sobre cine, literatura española, latinoamericana y narcocultura. Por su conocimiento en estos temas ha sido especialista para medios nacionales e internacionales, entre ellos El Universal, Milenio, Univisión, The New York Times, USA Today, Le Monde Diplomatique y la BBC.
EL ORIGEN
¿A qué atribuye que el narcocorrido haya pasado de la intención moral a la apología del crimen?
A principios de los años 90, siendo estudiante de maestría, comencé a investigar este género y tuve como mentor a Guillermo Hernández, profesor de la Universidad de California (UCLA), doctor en literatura medieval y especialista en letras chicanas y mexicanas. Él era un gran conocedor de la corridística en general, pero no tenía mucho interés en los narcocorridos. Lo que me llevó a estudiarlos fue darme cuenta de que, en ellos, se estaba operando una transformación de la idea de heroicidad. Las primeras composiciones sobre narcotráfico abrevan en la tradición del lamento del prisionero, una tradición baládica más allá del corrido mexicano.
Para poner un ejemplo nuestro, se trata de composiciones en primera persona, en la tesitura del corrido del “General Benjamín Argumedo”, con la expresión de despedida de quien va a ser fusilado. En esos primeros narcocorridos no falta la moraleja en el tenor de: “no se metan en esto, dejen los malos negocios, ya ven lo que me sucedió”. Esto lo comparten los compuestos en los años 30 y también “Carga blanca”, de los 50; los narcotraficantes terminan mal: presos, heridos o muertos. Esta moralidad se modifica en los 80, cuando la noción de heroicidad va transformándose, al tiempo que la narcocultura se arraiga en México.
La tortura y muerte de Enrique Kiki Camarena a manos del narco, en 1985, combinada con el desastre financiero en el país, es un momento clave en esta transformación. Es cuando el héroe, el narcotraficante Rafael Caro Quintero, declara que puede pagar la deuda externa en dos años “si lo dejan trabajar en paz”, y es también cuando la gente común y corriente empieza a tomar en serio esa oferta como una posibilidad. En aquellos años, la drogadicción en México era mínima, pues casi toda la droga se exportaba a Estados Unidos. Cuando aumenta la desesperación económica, disminuye la ética. Bajo ciertas condiciones adversas, la mayoría de las personas son capaces de renunciar a la ética y se vuelven susceptibles de cometer un crimen. En algunos lugares hoy cualquiera que abre fuentes de empleo es considerado un héroe. Esta resignificación del concepto de lo heroico ha ido evolucionando en muchos países, principalmente en México, y se refleja en los narcocorridos.
¿Por qué el auge de este género se dio a partir de los 70 y no inmediatamente después de la década de los 30, cuando se graban “El Pablote” y “Por morfina y cocaína”?
Se produce cuando comienza a tener una correspondencia más real con el contexto, porque está asociado muy de fondo a las crisis económicas. Es difícil encontrar muestras de lo que entendemos por narcocorrido en los años del llamado milagro económico. Ello también nos remite al contexto: cuando México estaba creciendo al 5 o 6 % anual, el crimen no se percibía como vía de superación. En los 50 y en los 60, el narcocorrido es más bien escaso, pero en cuanto se empieza a resquebrajar el tejido social y económico, inmediatamente después del movimiento del 68, el Halconazo y las devaluaciones, renace este género, que ya había estado latente en los 30 y los 40. A partir de ahí no se ha detenido su auge porque no hemos parado, como nación, de tener una crisis económica tras otra. Después del milagro económico, los gobiernos desincentivaron el gasto social y, con ello, la ruta de la educación como vía de movilidad, que a mi generación y a la de usted nos permitió, como a muchos otros, ir de un estrato socio-económico de nulo privilegio a aspirar a ser parte de la clase media. Mi papá era herrero en Tijuana y había trabajado en el campo en Estados Unidos, pero mis hermanos y yo somos profesionistas. Mi hermana Teresa, psicóloga, hace investigación sobre esquizofrenia en la Universidad de California San Diego, mientras mi otro hermano Marcos (Erre), es artista plástico y Omar es académico, poeta y artista visual. Esto ya no es factible hoy, si se tienen padres con estudios truncos de primaria. Cuando la ruta de la educación, para la movilidad social, se limita muchísimo, en los años 80 del siglo pasado, el narcotráfico comienza a ser una perspectiva apetecible para algunos.
PAGAR POR UN CORRIDO
El compositor Manuel Fernández dice que “El 24” le dio a ganar 26 mil dólares y que sus encargos no bajan de cinco mil pesos por corrido. ¿Se puede decir que los narcos son los nuevos mecenas de la poesía bélica y la narrativa apologética de la delincuencia? Veintiséis mil dólares por escribir “El 24” (2007), hace ya más de 15 años, era bastante dinero. Los encargos no bajan de cinco mil dólares para él, pero no para todos los compositores. Ahora mismo estoy escribiendo un nuevo libro sobre la relación entre los músicos y el crimen organizado, a partir del registro de declaraciones públicas. Están desde los que van empezando, que cobran mil dólares, hasta los que cobran 60 mil, como Fuerza Régida. Por su parte, el Grupo Arriesgado subió su tarifa en unos pocos meses, de 10 mil a 50 mil dólares por cada narcocorrido. Lo interesante es —y esto también sorprende— que los grandes grupos cobran esas cantidades para desincentivar a quienes desean hacerles encargos, pues a pesar de que 50 mil dólares es mucho dinero, no lo es tanto para los traficantes, que pueden ganar un cuarto de millón de dólares en un solo fin de semana. La mayor parte de quienes encargan narcocorridos suelen ser personajes del crimen organizado. Los mismos músicos dicen que una canción personalizada es como un auto de lujo, con el que sólo unos pocos se pueden consentir. Aunque también, en Estados Unidos, hay personas que no necesariamente están ligadas al crimen organizado; son trabajadores o dueños de negocios, que pueden tomar algún grupo musical en ascenso y pagarle cinco mil dólares para que le compongan un corrido que puede llevarlos al gran éxito.
Cualquiera que abre fuentes de empleo es considerado un héroe. Esta resignificación de lo heroico ha ido evolucionando en muchos países, principalmente en México, y se refleja en los narcocorridos
¿Cómo pagan impuestos los compositores de narcocorridos?
El tema da para mucho más que una breve respuesta, porque es más sofisticado de lo que la gente piensa. Los letristas, no lo olvidemos, son trabajadores intelectuales: si sus corridos se graban, se comercializan y tienen mucho éxito, entonces pagan impuestos como cualquier trabajador, aunque el dinero que les dan de forma directa quienes los piden no se reporte al fisco. Como salí hace mucho de México no conozco a detalle el sistema fiscal de hoy, pero los compositores de narcocorridos no son personas que vivan en la clandestinidad; es gente que incluso tiene un negocio bien establecido, en el que una parte está relacionada con el crimen organiza-do porque le compone letras, pero también compone para cantantes de otros géneros.
Musicalmente, los corridos primitivos llegan a ser monótonos, aunque la letra sea buena, al interpretarse sólo con una o dos guitarras, sin sumar más instrumentos. ¿Estaría de acuerdo en que Los Tigres del Norte los dotaron de una mayor agilidad melódica y de letras más ceñidas en su narrativa?
Los corridos mexicanos son tradiciones narrativas del género de la balada, hijos o nietos de la balada eu-ropea y específicamente de la bala-
da hispánica. En ellos se privilegia la letra sobre la música, y aunque las primeras grabaciones con voz y guitarra, como las de dúo Hernández y Sifuentes, de los años 20 y 30, pueden tener la característica monótona que usted menciona, esto se modifica con Los Alegres de Terán (1948-1988), en los que ya se integra el acordeón. Es cierto que los corridos en general y los narcocorridos modernos resultan más dinámicos, musicalmente hablando, pero el género siempre privilegió la historia antes que los instrumentos. Con los corridos actuales esto ha cambiado, pero pienso que hay una desconexión entre la norteñidad y el México central, porque a mí los corridos sólo me parecen monótonos en algunos casos.
El hecho de que yo privilegie la letra por encima de la música quizá se deba a que consumo mucho más el género tradicional, el que es representado, por ejemplo, por “El corrido de los Pérez”, “El corrido del Subteniente de Linares” o el de “Arturo Garza Treviño”. Para mí, éstas son joyas narrativas, junto con los versos de Julián Garza, de “Pistoleros famosos”, que dicen: “en los pueblitos del norte / siempre ha corrido la sangre”. Esto explica más la norteñidad que los ensayos de José Vasconcelos u otro tipo de narrativas posteriores. Y conste que, como usted sabe, soy doctor en Letras, somos colegas y aprecio muchísimo la literatura, pero estas poéticas y narrativas populares son para mí, insisto, verdaderas joyas… aunque presiento que estoy dentro de una minoría.
En cuanto a las aportaciones de Los Tigres del Norte, me parece que, por principio, hay que situarlos y contextualizarlos. Ellos llegan a San José, California, y sus primeras grabaciones las hacen para Discos Fama. Modernizan el corrido al incorporar la guitarra y el bajo eléctricos, además de la batería. Pero hay otra cosa importante: reciben las composiciones primero de Ángel González, en especial “Contrabando y traición”; después figura Paulino Vargas (“La banda del carro rojo”) y luego Enrique Franco: “La jaula de oro”, “Tres veces mojado”, “Ni parientes somos” y “Pedro y Pablo”.
Lo que va a garantizar que el corrido pase de ser una tradición viva y se convierta en tradición arqueológica —como los romances en España— será que no constituya un referente inmediato para exigir justicia
Aunque Franco fue su director artístico en los años 80 y los llevó a lo más alto del éxito, lo cierto es que antes de ellos hubo otros grupos que ya habían iniciado esta modernización. Lo que sí tenemos, a partir de Los Tigres del Norte, es la distinción de dos escuelas: por un lado, la del noreste, con Nuevo León y Tamaulipas —los grandes ejecutores del acordeón y la tradición norteña por antonomasia— y, por otro, la escuela del Pacífico, con Los Tigres del Norte (Sinaloa) y Los Tucanes de Tijuana (Baja California), desde hace 30 o 40 años. La tradición norteña del Pacífico se fue mezclando con instrumentos de viento estilo sinaloense y ha generado híbridos muy interesantes. Ahora bien: yo siempre he considerado a Los Tigres del Norte como un grupo chicano, más allá de que pertenezca a la diáspora de la mexicanidad. Ellos cruzaron México por Calexico en 1969 y, desde entonces, viven en San José, California, en Estados Unidos. Son auténticos re-presentantes de un movimiento social, a la par que musical.
LOS TUMBADOS
Sé que el tumbado no será la tumba del corrido, sino un episodio más en su historia, pero Peso Pluma, entre otros intérpretes, es globalmente exitoso pese a su poca calidad vocal y a algo que casi nadie dice: ese éxito masivo lo ha alcanzado con canciones de amor (“Ella baila sola”, por ejemplo), que de ningún modo pertenecen al género corridístico. ¿A qué atribuye el éxito apoteósico de este subgénero?
Primero: el género del corrido no va a terminar en México como una tradición viva, sino hasta que nuestro país entre de lleno en una fase de modernidad, en otras palabras, hasta que deje de necesitarlo. En todas partes la balada ha dejado de existir como una tradición viva, menos en México. Lo que va a garantizar que pase de ser una tradición viva y se convierta en tradición arqueológica —como los romances en España y las baladas en Escocia— será, por ejemplo, que no constituya un referente inmediato para exigir justicia; es decir, que nadie necesite buscar la justicia “con su pistola en la mano”, como dice un corrido. Segundo: del corrido tumbado están surgiendo modalidades que ya compiten con el corrido tradicional, y, por lo que respecta a la calidad vocal, realmente nunca ha sido un gran requisito para los cantantes de este género. El hito que me viene de inmediato a la memoria es el de Chalino Sánchez, quien no tenía una gran calidad vocal, pero sí la capacidad de conectar con su público. Respecto del éxito, ahora hay una nueva medida de su significado a partir de Peso Pluma, y usted tiene razón: él está triunfando con canciones de ligue, que son las que han llegado a las primeras planas mundiales y alcanzan cientos de millones de descargas. Este éxito masivo es similar al del reguetón más comercial. Los duros de este ritmo y del hip hop en Estados Unidos y Puerto Rico —como Arcángel y Don Omar— no han alcanzado el éxito de cantantes como Bad Bunny, porque las nuevas promociones del reguetón consiguieron fusiones para eliminar lo hardcore de los años 90 y de principios del presente siglo.
Con el corrido tumbado pasó la misma cosa. Hay que distinguir dos vertientes enfrentadas: corrido tumbado versus corrido bélico, siendo este último muy exitoso, e interpretado también por el mismo Peso Pluma, pero muy lejos de la apoteosis generada por los tumbados. Intérpretes como Luis R. Conríquez, Los Dos Carnales o El Fantasma son muy exitosos, aunque no en la medida de Peso Pluma, con quinientos millones de descargas en pocas semanas.
Frente a estos números, el corrido bélico no puede competir. Pero una de las causas del éxito mundial de lo que ahora llaman corridos tumbados, y que con frecuencia no son corridos, como usted bien lo dice, queda enfatizado en sus letras. No se necesita entender las historias y tampoco son, necesariamente, historias mexicanas. Por ello no se precisa siquiera saber español para escucharlas, la prueba es que una buena parte de las descargas se hacen en lugares donde no se habla español. Con los tumbados, compositores e intérpretes consiguieron diluir el género para que fuese paladeable a los gustos internacionales. Es un poco como sucedió con el tequila: hubo que quitarle lo rasposo para que se hiciera moda y triunfara en todo el mundo.
Letristas como Manuel Fernández (“El Bazucazo”, “Fiesta en la Sierra”, “El 24”, etcétera) han hecho piezas muy potentes y, sin embargo, no han alcanzado el éxito de los tumbados de Peso Pluma y Natanael Cano. ¿Diría usted que está en crisis el corrido?
Un corrido bien contado sigue siendo apreciado por gente que conoce el género y el contexto, pero no va a lograr los cientos de millones de descargas que tienen los tumbados. Vuelvo a la idea de que hay que repensar la noción de éxito, pero también la noción de gusto. Para usted y para mí, que venimos de la literatura, no es lo mismo el fenómeno Gabriel García Márquez que el fenómeno Paulo Coelho. Los dos vendían y siguen vendiendo millones de ejemplares pero resulta obvio, para nosotros, que el primero tiene mucha más calidad que el segundo. Por otra parte, hay escritores muy muy buenos que no son ampliamente leídos; de esta misma manera seguirá habiendo autores de muy buenos corridos, que no van a ser tan escuchados como los tumbados.
El mismo Peso Pluma tiene algunos corridos bélicos, como aquéllos que lanzó en 2022, que sí son narcocorridos y, desde mi punto de vista, bastante buenos, como el que hizo con Luis R. Conríquez (“Siempre pendientes”), que me parece muy logrado. Por esta vía habrá corridos más del gusto de gente que conoce el contexto y la música mexicana y también, me atrevo a decirlo, más del gusto de nuestra generación, pues la división por edades es cada vez más marcada. Los jóvenes están desarrollando un gusto que a nosotros nos parece malo, porque las generaciones anteriores siempre ven a las nuevas como poseedoras de mal gusto. “El bazucazo”, que a usted también le place, es un gran corrido, y por ello escribí el ensayo “El bazucazo: un antecedente histórico de la guerra contra el narco en la corridística mexicana”.
Ya hay reacciones sobre los tumbados entre los corridistas de la vieja guardia. Sacramento Ramírez, El Compa Sacra, por ejemplo, estrenó el 6 de julio, con Juan Corona y el Grupo Exterminador, el corrido “Dos hijos de la chingada”, recomposición de “Un michoacano y un oaxaco” del propio Sacra (que termina, además, con un fragmento de otra pieza de Ramírez: “Entre perico y perico”). Ahí, éste coloca lo que sin duda es una alusión desdeñosa a los tumbados: “Que siga la pinche peda / hasta que el sol aparezca; / ¡vamos a cantar corridos, / no cantemos chingaderas!”. Parece que el conflicto gene-racional ya escaló a los narcocorridos.
Creo que es un sentimiento generalizado no sólo entre las generaciones mayores de músicos, sino también entre los intérpretes jóvenes, pero que van por el sendero de lo bélico y lo tradicional. Tirarle a los tumbados es, sin embargo, bastante arriesgado, porque se corre el peligro de sonar envidioso. Los que están más o menos vigentes no lo van a hacer, para no cerrarse las puertas de una posible colaboración con alguno de los tumbadistas, así sea de bajo rango. Los que sí se pueden dar ese lujo son cantantes como éstos, famosos en los años 80 y 90, pero que hace mucho dejaron de producir canciones de manera significativa en el género y, por ello, apelan a la nostalgia y a la intertextualidad autorreferencial.
Alfredo Ríos, El Komander, del Movimiento Alterado, tiene también muy buenas letras, pero el narcocorrido en su caso se ha trasladado al retorno de los valentones y en especial a quienes desean la vida de los narcos sin serlo, sin tener su estilo de vida: lujos, dinero, drogas, mujeres como objetos y la violencia como renuncia a la vida si no se da con estos satisfactores. ¿A qué se debe esta noción aspiracional?
La mayoría de la gente que escucha este tipo de música no forma parte de la delincuencia organizada, pero hay algo en el narcocorrido que le llama la atención. Es la idea de progreso que se presenta
No por escuchar narcocorridos se hace uno narcotraficante, y esto es simple cuestión de números. La mayoría de la gente que escucha este tipo de música no forma parte de la delincuencia organizada, pero hay algo en el narcocorrido que le llama la atención. Es, lo repito, una idea de progreso que se presenta en esas letras, como un bufé donde el oyente escoge lo que le conviene o la parte del mensaje que quiere y simplemente desecha la otra, que no le interesa. Por ejemplo, una idea de “me gusta la buena vida, me gusta gastar dinero, me gusta que me respeten e incluso que me puedan tener miedo en una situación como la mexicana”, donde muchos viven con temor. La idea de ser gente respetada es llamativa. Es lo que los psicólogos sociales llaman disonancia cognitiva. Consiste en reconciliar dos sistemas de valores: “Me gusta ser percibido como un mafioso y, por ello, respetado, aunque no sea mafioso ni mate ni sea un criminal. Esa percepción me empodera”. Pensemos en este contexto en la comunidad mexicana indocumentada en Estados Unidos.
¿APOLOGÍA DE LA VIOLENCIA?
La normalización del oficio y la vida narca, como noción aspiracional glamurosa, ¿conlleva a ver este microuniverso como algo ajeno al delito?
Es realmente inmenso el corpus total del narcocorrido, consta de miles de composiciones y miles de interpretaciones. Dentro de ese universo es posible justificar cualquier postura, y vamos a encontrar también letras que dicen cosas parecidas, por más disparatadas que puedan sonar. Como investigadores es nuestra obligación no corroborar el pensamiento propio, esto es, no se trata de ir hacia esta música buscando lo que ya tenemos preconcebido, pues en el repertorio de un grupo o de un cantante hay corridos que incluso se contraponen ideológicamente. Aquí estamos hablando de El Komander, pero si pensamos en Calibre 50 o en cualquier otro cantante o grupo podemos encontrar expresiones contrapuestas.
Así como algunos pueden evidenciar un hartazgo por la violencia, con una suerte de moraleja, otros hacen apología de la misma. Están los que se enuncian desde la presencia de la muerte, es decir, cuando el protagonista ya ha fallecido y nos entrega una suerte de narrativa de precaución: “No hagan esto. Vean lo que me pasó”. Y, por supuesto, contrarios a todo esto existen muchos corridos panegíricos. ¿Significa esto una normalización del oficio narco? Sí, pero no creo que se le piense o se le vea como que no se trata de un delito.
La noción de que es un delito está ahí, siempre, y lo que realmente se normaliza son las circunstancias atenuantes por las que el protagonista llegó a este tipo de vida. Por ejemplo, en “El Centenario”, de Mario Quintero Lara, líder y vocalista de Los Tucanes de Tijuana, escuchamos: “Si eres pobre te humilla la gente, / si eres rico te tratan muy bien; / un amigo se metió a la mafia, / porque pobre ya no quiso ser; / ahora tiene dinero de sobra: / por costales le pagan al mes”. Usualmente, las narrativas y poéticas proveen una lógica de cómo se llegó, a través de los años, a lo que se es. La pobreza y la falta de oportunidades para dedicarse a algo lícito se normalizan como justificantes, pero en la mayoría de los narcocorridos, o francamente en todos, existe la conciencia de que estar en el narcotráfico es un delito.
La pobreza y la falta de oportunidades para dedicarse a algo lícito se normalizan como justificantes, pero en la mayoría de los narcocorridos existe la conciencia de que estar en el narcotráfico es un delito
La noción de que es un delito está ahí, siempre, y lo que realmente se normaliza son las circunstancias atenuantes por las que el protagonista llegó a este tipo de vida. Por ejemplo, en “El Centenario”, de Mario Quintero Lara, líder y vocalista de Los Tucanes de Tijuana, escuchamos: “Si eres pobre te humilla la gente, / si eres rico te tratan muy bien; / un amigo se metió a la mafia, / porque pobre ya no quiso ser; / ahora tiene dinero de sobra: / por costales le pagan al mes”. Usualmente, las narrativas y poéticas proveen una lógica de cómo se llegó, a través de los años, a lo que se es. La pobreza y la falta de oportunidades para dedicarse a algo lícito se normalizan como justificantes, pero en la mayoría de los narcocorridos, o francamente en todos, existe la conciencia de que estar en el narcotráfico es un delito.
EXPORTACIÓN Y CENSURA
En Centro y Sudamérica el narcocorrido mexicano tiene un público fervoroso. ¿Es éste uno de nuestros mayores productos culturales de exportación?
Yo diría que sí, pero habría que contextualizarlo, ya que la mexicana ha sido una cultura imperialista para Centro y Sudamérica desde hace mucho tiempo. La identidad cultural de estos países hermanos pareciera estar moldeada con la mexicana, sobre todo en cuanto a cultura popular. Estoy seguro de que El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado son más famosos y reconocidos en las culturas de los países centro y sudamericanos, que en México. Este imperialismo cultural mexicano se remonta al menos a los años 40 del siglo XX. Con la Segunda Guerra Mundial, el único país que podía proveer una industria cinematográfica en español era México, debido a que tanto España como Argentina, que tenían industrias de cine algo robustas, no eran vistos con simpatía por Estados Unidos y por los demás aliados. En consecuencia, se les negaban o regateaban los insumos para llevar a cabo las películas. Esto lo explica Emilio García Riera en su Historia documental del cine mexicano.
Por ello, la cultura popular mexicana se convirtió en la cultura popular centroamericana y de toda América Latina. Por ejemplo, en Colombia la música mexicana es vista también como su música: adoptaron el mariachi como propio y algunos de los cantantes más apreciados por ellos en las décadas pasadas son mexicanos; se les recuerda más allá que en México. Viene a mi memoria el nombre de Lydia Mendoza, La Alondra de la Frontera, con sus éxitos “Mal hombre” y “Celosa”, entre otros. Fue idolatrada en Sudamérica y, en especial, en Colombia. La música regional mexicana y, dentro de ella, un muy importante segmento formado por la música norteña o el corrido en sus diferentes manifestaciones, es sin duda de los principales productos culturales de exportación de nuestro país. No es un fenómeno reciente, sino de muchas décadas, que llega a la actualidad con la música norteña o el llamado regional mexicano y que también tuvo su auge con el narcocorrido o los corridos prohibidos, como se les llama en Colombia, y que hoy continúa con los bélicos y los tumbados, ya sea en su vertiente urbana o rural.
¿Ha sido rebasado el Estado al intentar prohibir los narcocorridos? ¿Cree que llegue a meter en el mismo costal a los narcos y a quienes les cantan a los narcos y cronican esa realidad?
No creo que el Estado mexicano haya sido rebasado. Su política es más de censura que de prohibición, porque bien podría ejercer más control en los medios electrónicos y empezar a prohibir las propias plataformas donde este material se difunde, como lo hacen en China, por ejemplo. México no quiere ser percibido, internacionalmente, como un Estado totalitario ni completamente censor.
Por otra parte, la manera en que el Estado visualiza a los cantantes y compositores no es la misma con la que ve a los narcotraficantes, sobre los que hay una serie de cargos, aun cuando en ocasiones no queda claro en México (aunque sí en Estados Unidos), de qué se les acusa en concreto. Contra los músicos y compositores de narcocorridos nunca hemos visto, al menos en México, un operativo como los que se hacían contra Joaquín Guzmán Loera o contra sus hijos, en Sinaloa, o contra los familiares de Nemesio Oseguera, en Jalisco. Los narcocorridistas se siguen presentando de manera pública y si bien pueden ser hostigados con algunas multas por cantar narcocorridos, no es algo que necesariamente caiga en el terreno de lo criminal, sino en simples faltas administrativas.
De los tiempos de Felipe Calderón sí he recopilado algún testimonio de que, en ocasiones, hacían visitas a las casas de los compositores o cantantes, con algún tipo de excusa: no solamente los detenían sino que los metían a la cárcel cuando los encontraban en alguna fiesta o narcofiesta, pero esto lo he escuchado de manera muy aislada y sin corroboración. A diferencia del sexenio de Felipe Calderón, al menos ahora no nos enteramos de detenciones en narcofiestas o, si nos enteramos de ellas, son muy rápidas, por unas pocas horas, pero ya no como lo que sucedió, por ejemplo, en 2009, en aquella narcoposada en Cuernavaca, Morelos, donde tomaron prisioneros a Ramón Ayala, a Los Cadetes de Linares y al Grupo Torrente de Monterrey, y de donde logró escapar con vida Arturo Beltrán Leyva (El Jefe de Jefes), pero que fue abatido a los pocos días.
Este tipo de acciones por cantarle a los narcos no se ha visto ya, al menos en esa magnitud mediática. De modo que, en definitiva, no creo que el Estado meta en el mismo costal a los narcocorridistas y a los narcotraficantes porque, de hecho, los músicos y compositores de este género gozan de mucha libertad para ejercer su profesión, más allá de toda la retórica que encontramos al respecto y de los consejos que se den, desde el poder, para descalificarlos o invalidarlos.