Héctor García: Cien años del cronista gráfico

"La fotografía, por el hecho mismo de que sólo puede ser producida en el presente y basándose en lo que existe objetivamente frente a la cámara, se impone como el medio más satisfactorio de registrar la vida", escribió en 1929 la italiana Tina Modotti, asentada en México. Mientras, según narra Veka Duncan, un niño se volvía loco con el efecto de cámara oscura en su cuarto: por un hoyito, un rayo de luz proyectaba en la pared imágenes de la calle. Era Héctor García (1923-2012), quien luego descubrió el arte de la imagen; fue el notable fotógrafo de la capital y de los capitalinos. Ahora que cumpliría cien años, el Museo del Estanquillo revisa exhaustivamente su trabajo en este registro

Héctor García en un autorretrato,  s. f.
Héctor García en un autorretrato, s. f. Foto: Héctor García

Apartir de la Conquista, la vida en la Ciudad de México, la de quienes la habitan y la de sus calles, ha cautivado las plumas que a lo largo de más de 500 años han transitado por aquí. Desde Bernal Díaz del Castillo hasta José Emilio Pacheco, pasando por Jo-sé María Marroqui, crónicas, diarios, cartas y relatos cuentan la vida cotidiana en la capital y también cómo se viven los acontecimientos históricos que la marcan en el día a día. Pero quizá quien, entre todos, mejor supo capturar su esencia en el ámbito de la imagen fue Héctor García Cobo (1923-2012), fotógrafo cuyas décadas de trabajo al retratar desde los barrios populares hasta las más grandes estrellas de la farándula nacional lo colocaron como uno de los mayores cronistas gráficos de la capital.

Bajo esta premisa, el Museo del Estanquillo ahora presenta ¿Qué me ves? Héctor García, cronista de la lente. Se trata de una retrospectiva de su carrera, para celebrar el centenario del nacimiento del artista. Esto forma parte de un programa de exposiciones que este otoño ha tomado por asalto distintos recintos capitalinos, como el Museo Nacional de Arte, el Centro Cultural Los Pinos o el Centro de la Imagen, en colaboración con la Fundación María y Héctor García. “Mi proyecto inicial era sembrar fotografías en la calle en cada lugar que mi papá había retratado”, comparte el hijo del fotógrafo, Héctor García Sánchez, en una entrevista para El Cultural de La Razón. En el proceso de gestionar los permisos con los inmuebles en cuestión, cada espacio abrió sus puertas y ofreció sumarse al festejo. Pero mientras que la mayoría de las muestras ahondan en temas específicos de las diversas facetas del creador, en la del Estanquillo, ubicado en la calle Isabel La Católica 26, Centro Histórico, encontramos la revisión más exhaustiva y completa de su fotografía.

Niño payaso con mono presentando un espectáculo, hacia 1955
Niño payaso con mono presentando un espectáculo, hacia 1955

La mirada del artista sobre la vida urbana se formó en la infancia, transcurrida en el barrio bravo de la Cande-laria de los Patos. Ahí, en palabras del propio García, “la muerte natural se medía a cuchilladas”. Las carencias económicas marcaron los primeros años de su existencia y conformaron una sensibilidad muy particular hacia los márgenes de la modernidad, que ya desde sus inicios, en la década de los 40, comenzaba a transformar la capital.

VIVIR EN UNA CÁMARA

“Nació en la Candelaria de los Patos, que no solamente era una colonia pobre, sino también marginal y muy estigmatizada; había mucha delincuencia”, puntualiza Rafael Barajas, el Fisgón, en entrevista para El Cultural. "Después, ya como un gran fotoperiodista, nunca dejó de observar los sectores populares: captaba las injusticias y contradicciones de ese México que iba evolucionando, creciendo”. El monero y también curador de la exposición del Museo del Estanquillo señala que sus primeros acercamientos a la imagen, o al menos a sus fundamentos, estuvieron enmarcados en esa zona de la ciudad, en la actual Alcaldía Venustiano Carranza. “Cuando era niño, su mamá lo dejaba encerrado en el cuarto de vecindad en el que vivían y lo amarraba a la pata de una cama. Ella se iba antes de que saliera el sol y el cuarto se quedaba a oscuras. De repente, por el fenómeno de la cámara oscura se comenzaban a proyectar en la pared escenas de la calle. Es como si él hubiera pasado su infancia adentro de una cámara fotográfica. Imaginemos la fascinación que ejerció en el niño: su único entretenimiento era ver cómo se proyectaba en la pared, a través de un hoyito de la puerta, lo que ocurría en la calle y cuánto significó para él después entender lo que era tomar una foto”.

A partir de esa experiencia no sólo surgiría su devoción por la imagen

y, sobre todo, la de la calle y sus transeúntes; también brotó en él la sed por salir a conocer todo lo que había allá afuera. Así pasó de la pata de la cama a ser pata de perro, como su madre lo apodó. Tenía apenas siete años cuando inició sus recorridos por las calles de la Ciudad de México. Desempeñaba muchos de los oficios que posteriormente retrataría, entre ellos, el de voceador en calles como Bucareli, donde tuvo su primer encuentro con el que luego sería su principal ámbito de trabajo: la prensa.

La mirada del artista sobre la vida urbana se formó en la infancia, transcurrida en el barrio bravo de la Candelaria de los Patos.
Ahí, en palabras del propio Héctor García, la muerte natural se medía a cuchilladas  .
Los Tepetatles (José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis,  Alfonso Arau, Vicente Rojo; al teclado, Julian Bert), 1965.
Los Tepetatles (José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Alfonso Arau, Vicente Rojo; al teclado, Julian Bert), 1965.
Rueda de la fortuna, s. f.
Rueda de la fortuna, s. f.

Las necesidades económicas lo llevaron a la correccional de menores, donde pasó una temporada por robar unos panes —según la mayoría de las versiones, aunque él mismo aseguraba que el botín habían sido frutas. Ahí también recibió su primera cámara, de las manos del doctor Gilberto Bolaños Cacho, su protector a partir de ese momento, junto con Alfonso Quiroz Cuarón, encargado del penal y su mayor impulsor en aquella etapa formativa. Después de su salida, García Cobo logró enrolarse en el Instituto Politécnico Nacional e iniciar su carrera mediática en 1946, en la revista Celuloide, gracias al apoyo de Bolaños Cacho. Ahí su talento fue reconocido y el mentor lo motivó no sólo a dejar su puesto de office boy e incursionar en el fotoperiodismo, sino a continuar su formación en el Instituto Mexicano de Cinematografía. Seguiría muchos años más como pata de perro, pero a partir de entonces llevaba una cámara en la mano, para regalarnos las instantáneas más icónicas de la capital y sus hechos.

Pedro Infante (argollas), s. f.
Pedro Infante (argollas), s. f.

CAMBIO PERSONAL Y SOCIAL

En esa metamorfosis, la vida y obra de Héctor García forman una suerte de espejo, en el que una reverbera en la otra. Todo ello es palpable en las salas del Estanquillo. Además, su historia es signo de la propia transformación que el país y, en particular, la capital, atravesaban a mediados del siglo XX y que el fotógrafo supo capturar. “Vivió el México postrevolucionario, que se consolida después de la derrota del fascismo. Le tocó un momento clave de esta transición y muchas de sus tomas están precisamente a caballo entre el país que abandona lo rural y asume lo urbano, de este país que deja atrás una revolución y se consolida en la modernidad. A pesar de todo sigue siendo una sociedad marcada por la pobreza, por los brutales contrastes sociales. Héctor crece en la Ciudad de México, una urbe que está en plena transición: él registra todo ese proceso”, subraya Barajas. La misma transformación es tangible en su biografía, testimonio de lo que representó aquel famoso milagro mexicano de los 40 y 50, como afirma el curador: “Héctor García es también un caso que habla del éxito que fue esa transición: pasamos de ser un país totalmente rural a ser uno que se industrializa. Él mismo es ejemplo del cambio del México porfirista al postrevolucionario, porque antes él sin duda hubiera estado condenado a jamás ascender en la escala social”.

Desempeñaba muchos de los oficios que posteriormente retrataría, entre ellos, el de voceador en calles como Bucareli, donde tuvo su primer encuentro con el que luego sería su principal ámbito de trabajo: la prensa .
Silvia Pinal, hacia 1960.
Silvia Pinal, hacia 1960.

La fotografía del mexicano se juega así entre el registro de la esperanzadora modernidad, que con el acero de sus edificios y el aumento de los automóviles anunciaba la llegada de aires de cambio, junto con la denuncia de aquellos que se quedaban rezagados, los olvidados a los que Luis Buñuel también volteó la mirada. La yuxtaposición de las raíces del pueblo mexicano y sus anhelos futuros perfiló profundamente los intereses del cronista gráfico. “A él le tocó una etapa en la que se presumía la llegada de la modernidad, pero en su trabajo se evidencia que ésta no le llegó a todos”, explica García hijo. “Y además de retratar a todos aquellos que no se habían beneficiado de ella, también tuvo interés por tomar a los artistas, a los actores y a los arquitectos, a quienes también entendía como parte de esa nueva etapa del país”.

Mimo mirándose en el espejo, hacia 1940.
Mimo mirándose en el espejo, hacia 1940.

En ¿Qué me ves?, este contraste aparece casi como leitmotiv del diálogo entre las 240 piezas, todas originales, provenientes de cinco colecciones. Ahí desfilan desde personajes de la farándula, artistas de renombre y políticos de alto nivel, hasta campesinos o vendedores ambulantes, tragafuegos, sexoservidoras y los llamados niños de la calle, con quienes el propio fotógrafo sintió una profunda identificación, como lo atestigua una imagen presentada en la muestra. En ella vemos a un niño comiéndose un pan. “Está chamagoso, hambriento, pero también se ve travieso”, como lo describe Barajas. El propio fotógrafo la tituló "Yo". Al respecto, Héctor García hijo ahonda: “Él mismo decía que fue un niño de la calle, porque salió muy joven a descubrir la ciudad y nunca dejó de asombrarse con lo que encontraba en ella. Estaba todo el tiempo fuera de casa, con la cámara en la mano, a la espera de qué veía”.

ESA ÉPOCA DORADA

Existe otro ámbito en el que las transiciones sociales, económicas y políticas de su tiempo permean la piel del mismo creador. En 1950 funda su propia agencia, Foto Press, donde de la mano de su esposa, María, realizaba trabajos independientes para distintos medios periodísticos. Se unieron así a un exclusivo grupo en la historia de la foto en México, pues para entonces solamente existían otras tres agencias de su tipo: la de los Casasola, la de los hermanos Mayo y la de Enrique el Gordo Díaz, todos ellos nombres titánicos de la imagen fija en nuestro país. Esta empresa se enmarca nuevamente en su tiempo, la época dorada de ese arte en el mundo pero, con particular importancia, en México.

“Fue un momento en el que la fotografía floreció absolutamente en todo el planeta”, continúa Barajas. “Esto sucede después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se empiezan a fundar las grandes agencias de imagen". Más que un negocio periodístico, la agencia del mexicano fue también un negocio familiar, como recuerda su hijo: “Mi hermano, Yuri, y yo crecimos, vivimos entre dos fotógrafos: mi padre y mi madre. Eso nos llevó a conocer muchísimas cosas. Nos llevaban a conciertos, a museos, a las entrevistas, a las fiestas. Iban por nosotros a la escuela y nos llevaban a la oficina, enfrente del Café La Habana, en Morelos 58, esquina Bucareli. Mi mamá estaba metida en el laboratorio, preparando exposiciones o imprimiendo las fotos que mi papá tenía que entregar. A veces hacían fotomurales y mi hermano y yo jugábamos como si fueran sábanas tendidas; paseábamos entre fotos. Hubo también una época en la que él trabajó en la Presidencia, entonces mi mamá hacía tortas y nos íbamos todos a Chapultepec, para comer con él”. En las memorias que narra el también fotógrafo destaca lo entrelazada que estaba la vida y la obra de García: “Mi papá siempre nos demostró su dedicación al trabajo, su amor por la fotografía; andaba siempre atento, para ver qué podía captar. Yo no recuerdo haberlo visto llevarme a la escuela sin que cargara con la cámara”.

Elena Poniatowska, hacia 1964.
Elena Poniatowska, hacia 1964.

Los años de la agencia Foto Press son también interesantes para el contexto del país, como lo resalta el curador del Museo del Estanquillo: “Fue un momento en el que México recibía a grandes creadores del extranjero. Entonces estaba, por un lado, esa influencia europea e internacional muy importante, pero también una escuela mexicana con grandes maestros que ya trabajaban en el país. Héctor García arranca su carrera en ese contexto de la posguerra”.

En el marco de ese auge mundial, García destacó por cubrir todo el rango que exigía el periodismo gráfico de su época. Sin embargo, un género que ejerció magistralmente fue el del fotorreportaje, en el cual cobró enorme relevancia. Es, de hecho, esta faceta de su trabajo la que lo vincula al espacio donde hoy se presenta su retrospectiva, pues el Museo del Estanquillo es el recinto que resguarda y exhibe la colección de otro de los cronistas más formidables que ha tenido esta ciudad: Carlos Monsiváis. Entre el fotógrafo y el escritor hubo más que una simple coincidencia en cuanto a intereses visuales y literarios, respectivamente. Se dio además la complicidad de una profunda cercanía amistosa. Ello también explica que este museo reciba tan significativa exposición en el marco del centenario que ahora se festeja.

Policía. Torre Latinoamericana, 1959.
Policía. Torre Latinoamericana, 1959.

LA CRÓNICA, AL CENTRO

“Héctor vivía en la colonia del Periodista y Carlos, en la Portales, de modo que eran vecinos. Eso llevó a que si Monsiváis tenía una emergencia fotográfica recurría siempre a su compañero; cuando él no estaba, entonces iba María”, cuenta Rafael Barajas. Recuerda cuando el autor de Amor perdido se vistió de cura y le pidió a su amigo que acudiera de inmediato a su casa con la cámara. Héctor García hijo también hace memoria de que con frecuencia el escritor le hablaba a María para preguntarle qué estaba cocinando, con la intención de autoinvitarse a comer a casa de sus amigos. Pero la relación iba más allá de la travesura, había entre ellos una conexión profunda. “Los dos habían venido de familias populares y lograron reconocimiento en los sectores culturales”, apunta el Fisgón. La mancuerna dio como fruto mucho más que sólo anécdotas sabrosas: nos legó un trabajo colaborativo en el espíritu multidisciplinario de su tiempo, que es también testimonio del género que los hermanó.

Mi papá siempre nos demostró su dedicación al trabajo, su amor por la fotografía; andaba siempre atento, para ver qué podía captar.
Yo no recuerdo haberlo visto llevarme a la escuela sin que cargara con la cámara 

“Junto con la fotografía, uno de los grandes géneros periodísticos que florecen en ese momento es la crónica. En las décadas de los 50, 60 y 70, uno se encuentra con muy buenos cronistas periodísticos en muchos ámbitos”, explica el curador, y enlista entre ellos a escritores como Salvador Novo y Elena Poniatowska, además de moneros como Gabriel Vargas y Abel Quezada. “Muchos de los libros de Monsiváis están ilustrados con imágenes de García. De hecho, era frecuente que los cronistas de la imagen y de la palabra trabajaran a la par, en mancuerna".

Sincretismo, 1963.
Sincretismo, 1963.

Por todo esto, Héctor García se nos muestra en el Museo del Estanquillo como el mayor cronista de la lente en México y, también por ello, ¿Qué me ves? se vuelve un hito imperdible en el panorama de exposiciones de la capital. Como señala el curador de la muestra, Rafael Barajas: “Susan Sontag decía que coleccionar fotografía es coleccionar al mundo. Bueno, pues coleccionar obra de Héctor García significa coleccionar a México”.