Preparar el equipaje siempre ha sido un deporte de alto riesgo para mí.
No suelo ser un procrastinador. Pero cuando se trata de hacer la maleta postergo la tarea hasta que no me queda de otra. No importa que la fecha de mi vuelo sea dentro de tres meses, entro en un estado de negación incomprensible. En ocasiones no la hago sino hasta minutos antes de subirme al Uber para dirigirme al aeropuerto.
Por supuesto que vivir al límite tiene consecuencias. Por culpa de mi pachorrez he olvidado muchas cosas indispensables para el viaje. Drogas, viniles, cepillo de dientes, prendas de ropa, libros, la rasuradora, el cargador del iPhone y cuanta madre. Una vez se me pasó echar calcetines como para diez días. Y pues me tuve que tender a La Lagunilla a surtirme.
LO QUE NUNCA HE PERDONADO es la bocina portátil. Podré dejar el pasaporte, como me ocurrió en un destino internacional, pero la bocina jamás. Obvio, no pude treparme al avión. No existe nada más triste que escuchar la música en el celular o en la laptop. Por eso el artículo número en mi lista al momento de empacar es una bocina. Así que, llegue al hotel que sea, yo ya voy armado para incordiar a los otros huéspedes. No pocas veces han amagado con desalojarme de varias suites.
En mi manual personal sobre el arte de hacer la maleta, todo gira alrededor de la bocina. Ella ocupa un espacio privilegiado. Lo que sobra es para la ropa. Cuando se trata de un viaje largo esto se vuelve algo problemático. Hay que echar varios pares de Jordan, más botas, más chamarras si es temporada de invierno. Y si de regreso tengo que volver cargado de libros, más bronca. Ahí tengo que aplicar la de tirar ropa. Una opción es llevar la bocina conmigo en la cabina, pero es demasiado pesada. Así que la documento bajo mi propio riesgo.
Todo el trayecto voy con taquicardia, implorándole a los dioses del karma que no me la vayan a birlar los transas de la aerolínea. La última vez que fui a España me metieron un susto diabólico. Al aterrizar en Madrid me informaron que mi maleta se había extraviado. Deambuló por París, Londres y Berlín. El miedo a que la bocina fuera expropiada cesó cuando por fin me entregaron la maleta, después de una semana, en el departamento donde dormía en Madrid. Abrí la maleta y fue como abrir un cofre del tesoro, la bocina fulguraba más que el oro.
Podré dejar el pasaporte, como me ocurrió en un destino internacional, pero la bocina jamás
TENGO DOS TEORÍAS acerca de por qué me cuesta tanto hacer la maleta. Una tiene que ver con ese viaje. Para qué me tomo tanta molestia si en cualquier momento puede evaporarse. Para qué tanta premeditación, mejor echar dentro de último momento todo lo que pueda, sin preocuparme por si la voy a tener mañana o no. La otra es porque me caga cargarla. No hay nada más lastimoso que ver a un turista arrastrar una maleta por la ciudad. Aparte de que delata tu extranjería, te corta la posibilidad de moverte con libertad. Es el nihilismo último. Los indigentes cargan con carritos de cachivaches, los neojipis cargan con mochilas, los burros cargan.
No pocas veces la he abandonado por hartazgo. Y milagrosamente la he recuperado. Otras no. Y esos días me toca estar con la misma ropa durante todo el viaje. Otro arte que no cualquiera domina. Aquél que implica lavar tus bombachas y tus calcetines cada vez que te bañas y ponerlos a secar en la ventana del hotel. La playera sudada no es problema para uno, es para los demás, que tienen que aguantar tu peste. Parece uno heroinómano, lo sé.
El pedo es que va uno cargando la bocina como si fuera un adolescente con su boom blaster al hombro.
La bocina portátil es el mejor amigo del hombre después del perro. Tengo el proyecto de escribir un cuento sobre una bocina, así como John Cheever hizo con “La monstruosa radio”. En mi historia la bocina cambiaría de manos cada tanto tiempo. Los dueños serían puras parejas. Y la bocina causaría su ruptura. Una bocina maldita. Claro que sí.
Hacer la maleta no es un problema mundano. Es bastante trascendental. Es el mito de Sísifo remasterizado. La única solución que encuentro para mi desidia es que inventen una bocina que sea maleta a la vez. Que entre sus entrañas pueda yo guardar mis artículos personales cuando me toque viajar. Estoy seguro de que en el futuro habrá bocinas-maleta. Y que preparar el equipaje ya no será un tormento.