El cuarto está lleno de flamencos rosados. Su forma se replica en aretes, peines, gafas, espejos, portarretratos, llaveros, juguetes y peluches, muchos peluches. Éste es el santuario kitsch de Sara Lugo, Mexican Divine.
I
La mujer trans1 de 58 años, pelo negro, tez morena y brazos anchos me recibe en el dormitorio de su casa, en San Pedro Xalpa, Azcapotzalco, sin una gota de las sombras ni de las larguísimas pestañas que usa cuando imita en el escenario a Divine, drag famosa por participar en la película de culto Pink Flamingos (1972), comedia negra del director John Waters, que escandalizó por escatológica.
Sara lleva una bata café y sandalias negras. Vendas elásticas envuelven sus pies hasta los tobillos. Un aroma a orines y a humedad flota en el aire, cortado por los ladridos de Corina, Frida y Max, los perros chihuahua que rescató de la calle. “Siéntate donde gustes”, dice, amable. De espaldas a mí comienza a maquillarse frente al espejo de un tocador de juguete destartalado. Saca un lápiz negro de una paleta de cosméticos que parece una bandeja de cubos de hielo de colores.
Entre las decenas de flamencos de peluche sobre la cama toma uno que mueve el cuello al ritmo de la canción “Macarena”. “Los he ido coleccionando de a poco”, cuenta con orgullo mientras se pone la base de maquillaje. Y es que al inicio de Pink Flamingos, quizá la película más famosa del personaje, aparecen reproducciones de plástico de esas aves. Son símbolo del filme dirigido por Waters, a quien la crítica coronó como el “rey del cine basura” por su lenguaje obsceno y sus personajes esperpénticos, como el rol protagónico de Divine —interpretado por Harris Glenn Milstead—, presentado en la cinta como “la persona más inmunda” del planeta.
Los flamencos no son la única colección que Sara presume. También posee discos de vinilo de colores: rojo, verde, amarillo y azul. Son de artistas como Diana Ross, Lola Beltrán, Los Pasteles Verdes y hasta Cri-Cri. “El chiste era que se viera colorido, como me gusta”, sonríe. El lugar de honor lo ocupa un viejo y roto collage de Divine, escoltado por dos peluches del personaje y una lona en la que, junto a la imagen del original, letras enormes anuncian “El doble de Divine”.
EMPEZÓ A IMITAR al personaje drag hace 38 años. Cuando salió de la secundaria, hacia 1985, estaban de moda Di-vine y el High Energy, estilo de música electrónica de baile influido por el sonido disco de los 70. Empezó a comprar los álbumes en cuyas portadas la estrella drag lucía extravagante, sin saber que años más tarde formarían parte de su repertorio musical.
“Como yo era tamaño gordita, un amigo que tiene el sonido Challenger me dijo: ‘No seas pendeja, vete de Divine, te queda’. Yo ya hacía un show travesti, imitaba a Lucha Villa, a Lola Beltrán. Tenía 19 años. De Divine me gustaba su apariencia drag: ese maquillaje grotesco no era común para una fiesta, la gente no se vestía como ella. Fue una de las primeras que tuvo el valor de subir así a un escenario. En ese tiempo no era fácil”, dice, mientras dibuja una enorme ceja negra.
El término drag se usa para nombrar a un hombre o a una persona andrógina que se maquilla de modo exagerado y viste ropa de mujer para interpretar un personaje cómico, satírico o dramático. De acuerdo con Benjamín Martínez Castañeda, doctorante en Artes del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), y creador de la drag queen Walpurgis Gara, el drag “es un personaje, una expresión de género que se presta para criticar las normas de construcción de la femineidad o de cómo concebir los binarismos”. Para la actriz y vedette trans mexicana Terry Holiday, “este fenómeno coincidió con el High Energy de finales de los 70, con artistas como Sylvester o el propio Divine. Es sobre todo una expresión artística multidisciplinaria que incluye canto, baile, actuación y diseño de vestuario. Estas manifestaciones influyeron en el concepto visual del arte en general, pero sobre todo en la cuestión de peinados y maquillajes exagerados”.
Una apariencia andrógina, un vestuario cuajado de lentejuelas, más cejas gruesas y diabólicas completaban la estética alternativa de la época. Para ser una drag, subraya Terry, tienes que crear tu guardarropa, maquillaje, pelucas, además de inventarte un personaje. Hoy, agrega la también pintora, “es una moda, una copia de Estados Unidos, un espectáculo frívolo. Piensan que ser drag es salir con el maquillaje todo embarrado y la ropa trashy, arrugada, diciendo peladeces”.
Cuando me estoy maquillando tengo puesta la música de Divine y repito la letra a cada rato para que no se me vaya a olvidar, porque es playback… y yo no sé inglés. Conforme lo escucho voy haciendo la mímica
DIVINE FUE CREACIÓN de Harris Glenn Milstead (1945-1988), quien se definía como un actor que interpretaba a mujeres. El éxito que obtuvo con las películas de Waters hizo que se lanzara como cantante, encarnando a su personaje. Logró una buena recepción, como lo confirman sus seis álbumes, 37 sencillos y 21 compilaciones, además de presentaciones en Estados Unidos y Europa. Su primer sencillo, de 1981, se llamó "Born to Be Cheap" ("Nacida para ser barata").
“Me gustan sus canciones 'Camina como hombre', 'Amor nativo', 'Crees ser un hombre' y 'Sacúdelo'. Son las que meto en mi set, puro éxito. De hecho, cuando me estoy maquillando tengo puesta la música de Divine y repito la letra a cada rato para que no se me vaya a olvidar, porque es playback… y yo no sé inglés. Conforme lo escucho voy haciendo la mímica”.
A los 19, Sara se puso el primer vestido para caracterizar a Divine. Se lo hizo un amigo modisto; también le confeccionó su primera peluca, que era de peluche. En aquel entonces no trabajaba, por eso fue armándose un vestuario como pudo: ropa de su madre que cortaba y zurcía para transformarse. Ya con peluca y vestido hizo su primer show. “Fue en la colonia Ahuizotla, Estado de México, en el Salón Forum. El dueño era un señor que practicaba lucha libre y se hacía llamar Javier, El Mataperros. Después tuvo una carnicería y pensábamos que se llamaba así por asesinar mascotas, pero no, ¡era por ser luchador! Fue uno de mis primeros fans y cuando me veía en el mercado gritaba: ‘¡Divine! ¡Divine!’. Desde ese primer show dije: ‘Voy a seguir imitándola. Me gustaba que la gente me aplaudiera”. Quien más tarde la bautizó como Mexican Divine fue DJ Geras, un vecino que vende discos de High Energy y también se encarga de hacer las mezclas de temas para las presentaciones de Sara.
Aunque ya imitaba a Paquita, la del Barrio, a Lola Beltrán, a Margarita, la
Diosa de la Cumbia y Sara Montiel —de quien tomó el nombre de pila cuando hizo el cambio de identidad de género en el registro civil—, asumir el rol de Divine le significa responsabilidad. “Debo actuar lo más parecido que pueda, y más en el ambiente de High Energy, donde me presento. Yo me tardo de hora y media o dos maquillándome, así, despacio, suavecito, porque me fascina”, dice, mientras en su frente asoman dos enormes cejas blancas, que parecen cuernos.
“CUANDO EMPECÉ A IMITAR a cantantes no me vestía como mujer, aún no era trans. Era un chico gay que trabajaba en un restaurante de hamburguesas. Al volver a casa pasaba por una estética; una vez, los muchachos que cortaban el pelo me vieron y, como en la comunidad tenemos un pinche sentido de saber ‘éste es’, me dijeron: ‘¿Verdad que eres puto?’. No supe qué contestar; sentí pena, pensé que todo el mundo se iba a enterar. Después hicimos amistad, iba a que me cortaran el cabello diferente al de un señor, empecé a depilarme las cejas, ya sentía la inquietud de ser trans. En una de esas visitas, como ellas hacían shows, me dijeron: ‘¿Por qué no te animas? Te vistes como artista y haces mímica como si cantaras’. Así empecé”.
Sara va transformando poco a poco su rostro. Mientras mezcla un pincel en la paleta de colores y lo lleva a su boca observo en repisas de madera sus reconocimientos: uno con el logotipo de la Cámara de Diputados por ser parte de las “voces por la defensa de los derechos humanos LGBTTTIQ”; otro por hacer el mejor show travesti, concedido por el comité LGBT de Zumpango, Estado de México, y uno más vistoso: una réplica de la estatuilla del Oscar, otorgado por el sonido Valentino al mejor imitador de Divine.
Cuando su familia se enteró de que era trans, por boca de su tío, Jaime Punzo, Sara no se sintió rechazada: aunque su madre primero lloró, al final todos la aceptaron, hasta su padre, un hombre violento que a pesar de todo reaccionó con calma. Le dijo: “si eso es lo que te gusta, sólo cuídate”. Ahora Sara lo saluda pintándole en la mejilla un beso con lápiz labial. “El rechazo lo viví en la escuela, con los profesores que no me dejaban peinarme con libertad. Fuera de eso no tuve traumas, ni siquiera en mi primera relación, a los siete años: no fui violada, estuve con alguien que quise y al que casi le tuve que rogar para que lo hiciéramos… hasta que se me hizo. Nadie me había explicado nada, no sé cómo sabía, fui una niña muy precoz”.
En un ropero café, frente a dos peluches de Divine, cuelga de un gancho un vestido negro con estrellas plateadas en los pechos; a un costado, la pantalla del televisor proyecta un documental sobre aliens. “Me gusta el Discovery Channel, ver documentales de egipcios, ovnis y animales salvajes. Pero sobre todo me gustan las películas de John Waters, aunque algunas me sacan de onda. Cuando vi a Divine en la escena final de Pink Flamingos, que se come la popó de un perro, me impactó. De hecho, David Dávila, el cineasta director de Discolocos, a quien conocí en una marcha gay y me propuso que trabajáramos en un documental que se está filmando sobre mí y se llamará Mexican Divine, quiere que repliquemos la escena. Me dice: ‘La hacemos con chocolate, ¿estás dispuesta?’. Claro que sí; ya lo hizo Divine, también yo lo hago”.
EN LA FOTO de su WhatsApp, Sara aparece con Waters. Narra que lo conoció en el Cine Tonalá, en la colonia Roma, cuando él visitó la capital en 2019, para presentar su stand up titulado This Filthy World y ofrecer una clase magistral. “Yo iba vestida y maquillada, era la última de diez personas y le encanté. Se le hizo increíble que estuviera ahí, disfrazada. Aparte de mí han existido dos Divine en México, Agustín Yáñez y un chico de Guadalajara que ya falleció, pero yo fui quien estuvo ahí con Waters. Le llevé fotos y me las autografió, incluso sabe del documental que estamos haciendo. También lo sabe la familia de Divine y no hemos tenido problemas de ningún tipo”.
Waters no es la única personalidad atraída por la versión mexicana de la drag. Alaska, referente del pop hispano de los 80, vocalista del grupo Alaska y Dinarama, tenía una firma de autógrafos y su club de fans contactó a Sara para que fuera a presentar su show. Alaska ha contado que su primer tatuaje fue de Divine, "una travesti gorda que berreaba música disco”, en sus palabras. En YouTube está el video en el que Mexican Divine, con vestido atigrado, le canta a Alaska, quien al final se hinca y le hace una reverencia. “Imagínate, que alguien de esa talla hiciera eso. Por lo que haya sido, porque le gustó el show o por lo que sea, sentí muy bonito. Me invitaron el sábado siguiente a presentarme en Spartacus, la famosa disco gay de Nezahualcóyotl. Ahí grabaron un video para MTV. Fue padrísimo”.
Pero la vida de Sara no siempre ha sido satisfactoria. A veces los productores no le pagan y tiene que perseguirlos. Sus honorarios son de tres mil pesos en la Ciudad de México por un show de veinte minutos, con cinco canciones; apenas alcanza para cubrir transporte, comida, maquillaje, vestuario y compra de pelucas, que son de pelo sintético. Sin contrato de por medio, le han robado más de una vez. Por eso se retiró un tiempo, para dedicarse a vender comida. “No se me hace ético que no te paguen; si haces un evento debes pagarle a todo el mundo. Por eso, cuando me contratan para hacer un banquete llevo comida de más, para todos; como decía mi abuelita: ‘Le echas un poquito más de agua a los frijoles’”.
Se muestra en redes sociales no sólo en su papel de Mexican Divine, sino como activista. En una imagen aparece en Insurgentes, parada delante de un metrobús
Otro momento aciago fue cuando la discriminaron en una oficina del Instituto Nacional Electoral; al presentarse a renovar su credencial, un empleado le ordenó que se lavara la cara. “Iba vestida de mujer y maquillada, con el pelo suelto. Me fui llorando. Al día siguiente volví con una amiga activista y reclamé, pedí respeto. ‘Quieren que me quite los aretes, lo hago; quieren que me agarre el pelo, me lo agarro, pero no me voy a desmaquillar, ¡así voy a todas partes!’. Me dieron mi credencial con nombre de chico, pero en la foto salí maquillada”.
SARA TRAMITÓ su cambio de identidad en 2018 y, según le dijeron en el Registro Civil, fue una de las primeras personas trans en hacerlo. Eso la llevó a aparecer en un anuncio de la entonces jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. La discriminación que sufrió en la escuela hizo que se uniera a la Casa de las Muñecas Tiresias, asociación transfeminista dirigida por Kenya Cuevas, donde se encarga de la coordinación del cambio de identidad de género.
“Llevo a las chicas del albergue [de la asociación] al Registro Civil, a que
puedan cambiarse el nombre. Algunas apenas acaban de salir de la cárcel o no tienen documentos; les ayudamos a sacar su acta de nacimiento o tratamos de arreglar la situación migratoria de personas de Honduras, El Salvador, Venezuela”, explica mientras se pinta un lunar en la mejilla izquierda y otro, cerca del labio derecho.
Como parte de su trabajo en esa asociación, Sara ha repartido juguetes en albergues de niños con cáncer y, ya convertida en Mexican Divine, ha dado shows en casas de adultos mayores. Forma parte también de Resamtrans (Reparación Sobrevivientes Adultas Mayores Trans), organización dirigida por la defensora de los derechos trans, Denisse Valverde. Persigue tanto la reparación histórica de la violencia ejercida por el Estado contra las integrantes de esta comunidad, como que se reconozcan los abusos cometidos contra las trabajadoras sexuales en los tiempos en que Arturo El Negro Durazo fue el jefe de Policía y Tránsito en la capital. Además busca obtener una pensión para las mujeres mayores de 50 años que sufrieron vejaciones en aquella época.
Sara se muestra en sus redes sociales no sólo en el papel de Mexican Divine, sino como una activista. En una imagen aparece en Insurgentes, parada delante de un metrobús para detener su marcha, mientras sostiene en la mano una enorme bandera de arcoíris, símbolo LGBT. Estaba ahí para exigir justicia por el transfeminicidio de la trabajadora sexual Paola Buenrostro, asesinada en la antes llamada calle Puente de Alvarado, ahora Avenida México-Tenochtitlan. El crimen ocurrió el 30 de septiembre de 2016, cuando un militar le disparó en el interior de un automóvil. El hombre fue liberado y, en respuesta, las mujeres trans tomaron las calles.
“Al asesino lo dejaron irse como a las cuatro o cinco horas. El propio juez dijo que así era ‘un puto menos’. Imagínate a una autoridad diciendo eso”. Le pregunto si no le dio miedo que le aventaran el vehículo y responde que no. Lo que realmente le preocupaba, apunta, eran las molestias que ocasionaban a las personas en la calle. “Paramos el tráfico por algunos minutos, entonces la gente nos gritaba y nosotros explicábamos por qué deteníamos el paso. Una señora se bajó del camión y me dijo: ‘Ojalá los maten a todos ustedes’”.
EL RELOJ DE PARED con la imagen de Divine marca las ocho de la noche, hora de ir a dar show. Sara no está, sólo queda el personaje: una peluca blanca rociada con espray; sombras plateadas que le cubren la mitad de la frente y coronan unos ojos de los que sobresalen pestañas como tarántulas; el rubor excesivo que forma un sol rojo en cada mejilla; la boca, sangrante por el carmín, custodiada por dos lunares; en las orejas, esferas de discoteca que brillan al girar. Lleva un vestido negro de tirantes, sellado hasta los tobillos y adornado con bisutería de plástico, en el que destacan dos estrellas plateadas que cubren los senos de un cuerpo que amenaza con reventar las costuras. Debajo asoman unos Crocs negros.
Sobre esa montaña de carne, un abrigo de plumas negras acaricia la notable papada. Mexican Divine se mira al espejo y dice: “Así como me ves causo revuelo, soy igual de puerca que Divine”. Entonces saca la lengua y la mueve como un cascabel de serpiente. “Muchos señores vienen, se
me acercan. En una ocasión iba en auto y se me cerraron para pedirme que saliera con ellos. Me dicen: ‘Quiero coger contigo, quiero cogerme al
Divine’”. Empoderada en su personaje, como si estuviera ya pisando el escenario, va hacia la puerta de su casa, al encuentro de los aplausos.
II
Sara está sentada. Mientras espera que la llamen para hacer su número ve todo: el escenario negro, la pista donde algunos cuerpos se acarician, las mesas con bebidas, el borracho que serpentea hacia la barra. Es medianoche, hace casi dos horas debió de haberse presentado, pero un cortocircuito apagó la mitad de las luces del Grand Mambocafé, centro nocturno en Tlalnepantla, Estado de México. Al ocurrir el desperfecto sonaron silbidos de sorpresa que luego se volvieron mentadas de madre, porque la luz se llevó el sonido que reproducía música de Sylvester, Donna Summer, Bobby Orlando, Sabrina Salerno. “A ver, a ver, ¡a ver a qué horas!”, es el grito en coro mientras en el piso superior, que sirve de camerino, Sara y un hombre se hablan al oído.
Ya no se trata de la hija mayor de los Lugo, quien hace quesadillas los fines de semana y monta coreografías para XV años: agita los brazos, abre la boca, muestra la lengua. Ella es Mexican Divine
Él porta un sombrero de palma muy blanco, las gigantescas gafas le tapan mitad de la cara y sólo dejan ver un espeso bigote. Viste una gabardina de satín amarillo limón que brilla en la penumbra. En el costado luce un botón, tan grande como un plato, que dice su nombre: Mike Mareen. Es en realidad Gabriel Chávez, un carpintero que lleva diez años personificando al cantante alemán de High Energy.
Cree que la imitación de Mareen es cosa seria, no sólo por ser uno de los personajes principales del High Energy, sino porque esta música “se baila con el corazón”. Y es que en los 80 era la preferida de la población que vivía en la periferia capitalina. Los sonideros se presentaban en Nezahualcóyotl, Naucalpan, Ecatepec: cerraban las calles sin pavimentar y ahí montaban su enorme equipo sonoro.
DJ Erre, asiduo a bailes de sonidos como Polymarchs, Patrick Miller y Winners, recuerda: “En ese tiempo eras rockero, cumbiambero o discoloco.
No había más. Llegaban los camiones y armaban un equipo gigantesco de luces y sonido, se colgaban de la luz, era como una discoteca, pero en la calle. Bailar ahí era el sueño de los jodidos. Incluso los pleitos se dirimían, no a golpes, sino con una coreografía improvisada entre las bandas que se retaban”. La época de baile callejero se recrea esta noche en el Grand Mambocafé, tomado por cincuentones y por veinteañeros que se divierten con la música que oían sus papás.
“En cuanto arreglen la luz te toca. Vas antes del performance de los faraones”, le dice Mike Mareen a Mexican Divine. Ella le da un trago a su Coca-Cola y asiente. Hace calor, así que usa las manos para echarse aire en la peluca despeinada que corona su cabeza. Sus aretes giran con el movimiento. Allá abajo, la impaciencia sólo se mitiga con alcohol. Alguno ha puesto música en su teléfono y escucha "Living on Video", de Trans-X; otros merodean por el lugar, tratando de reconocer las fotos de artistas que cuelgan de las paredes. De pronto regresa la música. Luego, el baile de los faraones se adelanta al número de la “Divina mexicana”; ella amenaza al organizador con marcharse si no es la siguiente en actuar. Siguen dos números más del ballet y al fin, una voz anuncia: “Con ustedes, la única y espectacular ¡Mecsicaaan Diváin!”.
Ya no se trata de la hija mayor de los Lugo, quien hace quesadillas los fines de semana y monta coreografías para XV años: agita los brazos, abre la boca, muestra la lengua. Ella es Mexican Divine
Los aplausos la sorprenden; avienta los Crocs y se pone las zapatillas negras de tacón, toma el micrófono de juguete que espera en una bolsa de plástico del súper. Baja las escaleras, avanza hacia el centro de la pista y se pone de espaldas al público. Algo mágico sucede: en el lugar flota una vibra eléctrica y la gente, aunque escasa, ruge y graba con sus teléfonos. Se oye el sampler de "Native Love", canción icónica de Divine, mientras un arcoíris de luces ciñe el grueso cuerpo de la artista. Su figura se abre paso entre el hielo seco. Enardece al público al tocarse con obscenidad los gigantescos senos enmarcados por estrellas, sobarse las nalgas, pasar el micrófono por la entrepierna, mover la lengua como un reptil. Parece un video del intérprete estadounidense.
Viene una mezcla de éxitos de Divine, coreados por el público. Convertida en sacerdotisa del dislate, el público la mira como si de su boca irradiara una luz en la que todos quieren bañarse. Es el centro del universo. Ya no se trata de la hija mayor de los Lugo, quien hace quesadillas los fines de semana y monta coreografías para XV años: agita los brazos, abre la boca, muestra la lengua. Ella es Mexican Divine.
Al terminar, la gente se arremolina al centro de la pista, la rodea, le pide autógrafos, fotos, abrazos: todos quieren algo de ella.
Nota
1 Persona que tiene una identidad de género que no coincide con el sexo que le fue socialmente asignado al nacer.
Este reportaje fue apoyado por la International Women’s Media Foundation (IWMF) y el programa VAW-PM del NDI, y fue escrito durante el taller de Periodismo de Investigación y Narrativo, impartido por Quinto Elemento Lab, en el marco del proyecto Guadalajara, Capital Mundial del Libro.