El pasado seis de noviembre, los visitantes a la National Gallery de Londres fueron interrumpidos en su contemplación artística cuando dos activistas del grupo ambientalista Just Stop Oil (Sólo paren el petróleo) atacaron con martillos el vidrio que protege La Venus del espejo, lienzo pintado por Diego Velázquez entre 1647 y 1651, y que cuelga en los muros del museo británico desde 1906. La protesta se enmarca en una ya larga lista de acciones similares emprendidas por este grupo para concientizar sobre la emergencia climática, pero no es la primera vez que esta obra de arte sufre los estragos de la agitación social. La suya, en realidad, ha sido una historia bastante convulsa.
DESDE SU CREACIÓN en el siglo XVII, la pintura de Velázquez fue motivo de disputa y su origen lo sigue siendo entre los académicos que estudian su obra. Durante años se creyó que había sido comisionada por Gaspar de Haro y Guzmán, marqués del Carpio, un reputado mujeriego que, desde luego, quiso poseer el único desnudo femenino que sobrevive del pintor sevillano. Investigaciones recientes han demostrado que en realidad es probable que primero le perteneciera a Domingo Guerra Coronel, quien posteriormente lo vendió a De Haro. La pintura pasó así a la Casa de Alba, cuando la hija del marqués, Catalina de Haro y Guzmán, contrajo nupcias con Francisco Álvarez de Toledo, duque de Alba.
Pero el lienzo no descansaría mucho tiempo en manos de la Casa de Alba: otro conocido amante de las curvas femeninas ya le había echado el ojo. Se trataba de Manuel Godoy, primer ministro de la corte de Carlos IV (también supuesto amante de su esposa) y quien comisionó a Francisco de Goya los famosísimos cuadros La maja desnuda y La maja vestida. Fue, de hecho, el propio rey quien en 1802 obligó a los entonces duques de Alba a vender la obra a Godoy, sabiendo sus aficiones artísticas.
Su llegada a la isla británica no fue menos controvertida y, curiosamente, establece otro vínculo más entre Goya y Velázquez. En 1814, Goya pintaría una de sus obras más famosas, conocida como El 3 de mayo en Madrid, pues retrata un fusilamiento en esa fecha de 1808, cuando el pueblo español se levantó en armas tras la invasión comandada por Napoleón Bonaparte, quien buscaba conquistar España y, así, el Mediterráneo. El autoproclamado emperador terminó por imponer a su hermano José como monarca español, desatando el descontento contra la ocupación. Esto daría inicio a un levantamiento el 2 de mayo, que continuaría hasta 1814, cuando concluyó la llamada Guerra de Independencia Española.
También el saqueo y la destrucción son parte nodal de la historia del arte. Más allá de juicios personales
Como toda guerra, el caos se convirtió en campo fértil para el robo y el saqueo de arte, de manera que unos marchantes británicos aprovecharon la confusión para llevarse el tan codiciado lienzo de Velázquez. La hazaña fue orquestada por George Augustus Wallis y William I. Buchanan, a través de quienes terminó en el palacio de John Morritt en Rokeby Park, Yorkshire, por lo que a la obra se le conoce en inglés como Rokeby Venus. Fue así como finalmente encontró su sitio en los muros de la National Gallery, cuando en 1906 el gobierno británico la adquiere para engalanar su colección.
Para 1914, una escena muy similar a la que se vivió la semana pasada tuvo lugar en las mismas salas del museo, pero en ese momento el reclamo no fue por el medio ambiente, sino por los derechos de las mujeres. Fue un 10 de marzo cuando Mary Richardson acuchilló el lienzo de Velázquez siete veces. Era miembro del movimiento sufragista que luchaba por el voto femenino. Su acto fue una protesta contra los abusos de las autoridades hacia sus compañeras de causa, quienes habían sido arrestadas y torturadas por manifestarse, y entre las cuales se encontraba Emmeline Pankhurst, líder del movimiento. Ofendida por la contemplación impasible de aquella Venus mientras otras mujeres eran violentamente reprimidas, lanzó la siguiente declaración al ser arrestada:
He intentado destruir la imagen de la mujer más bella de la historia mitológica como protesta contra la destrucción de la Sra. Pankhurst por parte del gobierno […] Si hay indignación por mi acto, recuerden que esa indignación es hipocresía mientras se siga permitiendo la destrucción de la Sra. Pankhurst y la vida de otras hermosas mujeres.
RICHARDSON SE CONVERTIRÍA en un personaje bastante oscuro. No sólo fue parte, obviamente, del ala más radical del sufragismo, sino que terminó comulgando con la doctrina fascista en la década de los 30. Las sufragistas británicas finalmente lograron la plenitud de derechos para las mujeres del Reino Unido en 1918. Y la Venus, por su parte, fue restaurada, siendo casi imperceptibles las rasgaduras ocasionadas por el cuchillo.
En el discurso pronunciado por los activistas del más reciente ataque a la pintura, los defensores del medio ambiente evocaron la lucha de las sufragistas y los derechos de las mujeres, sabiendo muy bien que se trata de una obra con una sabida historia de protesta. Más que vandalismo, ambos actos podrían entenderse como manifestaciones de iconoclasia por su carga política e ideológica, tal y como lo propone la museóloga Stacy Boldrick, en su libro Iconoclasm and the Museum.
Manzana de muchas discordias, La Venus del espejo, de Diego Velázquez, se perfila así como una obra que no sólo nos habla de su tiempo sino de las turbulencias sociales y políticas que ha observado pasivamente a lo largo de sus más de tres siglos de existencia, e, incluso, protagonizado. De esta manera, nos permite entender que también el saqueo y la destrucción son parte nodal de la historia del arte. Mas allá de juicios personales, estas acciones también nos brindan claves para entender lo que una obra de arte ha representado en su devenir histórico. La conservación de obras tan destacadas como la que hoy nos convoca en estas líneas es, desde luego, lo deseable, pero por qué una obra es robada o destruida debe ser estudiado y entendido. Hoy tocó el turno a los activistas de Just Stop Oil, en el futuro vendrán probablemente otros, como antes de ellos llegó la sufragista Mary Richardson.