En mis cuarenta y cinco años de vida he tenido muchos apodos. En la preparatoria pocos me llamaban por mi nombre. Me decían el Oso.
LA FIGURA DE ESTE ANIMAL siempre había estado asociada con la ternura. Desde Tohui, pandita del bosque de Chapu, pasando por Yogui y los cariñositos, hasta Winnie Pooh, todos eran criaturas pacíficas.
Entonces irrumpió Lotso, el gandalla de Toy Story. Quien junto al oso de El renacido demostraron que los animales tan dulces como la cultura ha querido hacernos creer pueden llegar a ser muy cabrones. Pero pese a lo pasado de tueste de estos carnales, nunca me sentí identificado con ninguno. El primer oso con el que sentí afinidad fue Ted.
El humor de la creación de Seth MacFarlane fue un soplo de aire fresco. Al animal se le pintaba siempre como intrínsecamente bueno o como malévolo. Ted le otorgó una nueva dimensión al asunto. La única manera de cambiarle la piel al oso era a través de la comedia. Pero aunque Ted es una comedia pesada, con chistes políticamente incorrectos, lenguaje prosaico y consumo de drogas, la animalidad del oso brilla por su ausencia.
Por esos días llegaron a las plataformas de streaming dos cintas sobre ellos. Winnie the Pooh: sangre y miel y Oso intoxicado. Ambas los ficcionalizan, pero a diferencia del tratamiento que han recibido otros osos famosos, no les restan un ápice de su animalidad.
Unos narcos tiran cocaína desde un avión.
La merca cae en un parque y la osa la prueba
La primera es una película de terror del género conocido como slasher. Se caracteriza por la abundancia de sangre, agresiones sexuales y consumo de drogas. Tardó años en estrenarse, había sido filmada mucho antes de su proyección, pero había que esperar a que caducaran los derechos de la historia original. En la visión del director, Rhys Frake-Waterfield, Pooh se decepciona de la humanidad porque Christopher Robin lo abandonó para ir a la universidad. Se vuelve entonces un oso malvado. Y se dedica a asesinar gente e incurre en el canibalismo.
Aunque la premisa es bastante atractiva, la película es más mala que el mismo Pooh. Peca de predecible. Lo peor es su final, que termina de manera abrupta. Pese a ello, a la peli le fue bien en taquilla y ya se cocina una segunda parte.
OSO INTOXICADO, PESE A QUE se trata de una reverenda jalada, y de hecho se basa en una historia real, combina lo mejor de Sangre y miel y Ted. Nos presenta a una hembra con su animalidad en pleno, en situaciones que provocan la carcajada, aunque se cataloga como una película de terror. La diferencia entre Sangre y miel y Oso intoxicado es el humor que utiliza la segunda como herramienta para romper con lo trillado del género. Y aunque en la primera el festín de sangre no para, es en la segunda donde vemos una carnicería más sanguinaria. Y, por lo tanto, produce más impacto en el espectador, aunque no haya una sola motosierra.
Oso intoxicado posee un guion bastante chafa, sin embargo no se agota en las primeras escenas, como Sangre y miel. Unos narcos tiran cocaína desde un avión. La merca cae en un parque y la osa la prueba. Se vuelve adicta. Y recorre el bosque siguiendo el rastro del polvo blanco y de paso mata a unos cuantos humanos con los que se cruza, pero no a todos.
Como toda buena comedia, hay personajes inocentes y otros pintorescos, como la guardabosques, una señora sesentona enamorada de un activista, un traficante arrepentido, hijo del capo que funge como el villano en la historia, aunque el verdadero villano es la osa, y unos oseznos que también le agarran el gusto a la coca.
Un papel importante en Oso intoxicado son los efectos especiales. A diferencia de Sangre y miel, cuya sangre resulta a ratos demasiado artificial, quizá debido al slasher, aquí todo luce real. Y eso lo hace más sabroso. Pese a que tiene unas grandes dosis de absurdo.
Como oso, si con algún hermano puedo sentirme identificado es con la osa de Cocaine Bear, nombre original de la cinta. Más allá de la trama disparatada, habla de una pasión animal que está muy conectada con nuestros vicios humanos. Que en ocasiones nos hacen ponernos malosos. Que nos tornan por completo animales. Y que nos hacen perder el control.
Pero incluso en esos momentos, siempre hay espacio para la ternura. Como le sucede a la osa, que después de matar se entretiene juguetona con el vuelo de una mariposa.