The Brian Jonestown Massacre

LA CANCIÓN #6

The Brian Jonestown Massacre Foto: bjmtour.com

no hay concierto de Brian Jonestown Massacre sin excesos, emociones desbordadas y pleitos. Este combo psicodélico de San Francisco tocó el tres y el cuatro de noviembre en Querétaro y la capital, así que los seguidores de la secta no dudamos en seguirles las pisadas desde la Cervecería Hércules al Festival Hipnosis. Quisimos vibrar la experiencia de su genio, el temperamental Anton Newcombe, y los miembros originales: el guitarrista Ricky Maymi y el legendario percusionista y ancla de BJM, Joel Gion.

El jardín de las delicias oculto tras un túnel de la cervecería fue un escenario mítico, como BJM. Ver a Newcombe de cerca fue verlo pelear contra sus demonios, armado con su Vox de 12 cuerdas y su grupo en la estratósfera. Una pelea contra él mismo, sus músicos y el público, al que amagó y chantajeó. Tocaron como los dioses. Y nos colocaron en estado de éxtasis, porque corrían ríos de cerveza, pipas, gomas y hongos. De no ser así, no es VTP a la BJM y su jalón profundo al pasado para regresar con música retrofuturista, como las encerronas de estudio en Dig! De ese caos sale Newcombe con estas maravillas sónicas: cinco guitarras Vox y Fender de 12 cuerdas (las del robo del 2022), tocando en capas su shoegaze-folk melódico. En un extremo, con su cancionero en un atril, la melancolía intoxicada de Newcombe y su doble filo de reto + enojo. Algo le duele. En el otro, Ricky Maymi flotaba con su grifa personal y su Gibson. En medio estaba Joel Gion con su gorro marino, el centro de gravedad, en trance con su pandero y sus maracas, como el díler del equilibrio.

Fue una tarde lisérgica, sostenida por el ajo de venado, la goma y el gallo

El festival Hipnosis ya nos acostumbró a sus locaciones remotas, lodosas y polvorientas, a la sonorización para llorar. Sin embargo, allá estábamos para ver otra vez a los BJM al atardecer. Fue una tarde lisérgica, sostenida por el ajo de venado, la goma y el gallo para montar esas melodías salvajes, animadas por otros tiempos y movidas por otras leyes; en apariencia lentas, pero viajando a la velocidad del sonido, como el núcleo de una turbina de colores que gira en sentido contrario. Pese a los inges de sonido, los brayan cumplieron con sus sombreros Stetson y su set electroacústico entre lo clásico y lo nuevo. Newcombe ya se había peleado con los organizadores, con los de la consola y remató pedorreando a todos desde el fondo de su maltrecho corazón. Se ofendieron los que no sabían a lo que iban. Alucinantes hasta la última nota.