Si un ente sobrenatural (un genio, un espíritu del bosque, una inteligencia artificial, qué sé yo) se apareciera frente a ti y ofreciera cumplirte tres deseos, ¿sabrías de inmediato qué pedir? Más importante aún: ¿sabrías cómo pedirlo para evitar las consecuen-cias indeseadas? Muy probablemente esta idea te suene conocida: los seres mágicos que pueden conceder cualquier cosa, pero que ponen límites y ofrecen cumplir sólo tres de nuestros anhelos, están presentes en la cultura occidental al menos desde la Edad Media. Han logrado permanecer en la mente colectiva gracias a que se adaptan a los cambios del mundo con gran facilidad, sin perder su aura de misterio y peligro, que parece susurrarnos al oído: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad”.
Precisamente eso vemos en Tres deseos: un cuento de hadas punk, la novela gráfica de Bernardo Fernández, BEF, publicada por Océano en su división gráfica. Mientras navega sin rumbo en su tableta, una niña de seis años, llamada Harlana, encuentra una oferta imposible de rechazar: una app que promete concederle tres deseos a quien la descargue. ¿Quién podría resistirse a semejante tentación? Por supuesto, no nuestra protagonista, quien además, como es una nativa digital, no necesita pedir ayuda a nadie para bajar e instalar la aplicación (así es la cosa con la niñez de hoy, que maneja con total confianza y naturalidad las tecnologías que muchos adultos encontramos complicadas, por decir lo menos). Y es que Harlana no sólo es una avezada internauta, sino que, además, es un poquito rebelde y, por lo que podemos inferir, está más que harta de verse obligada a ser mayor para hacer cosas interesantes (y quien no se haya sentido así en la infancia, que tire la primera piedra).
En todo caso, una vez que acepta los términos y las condiciones, Harlana recibe la visita de Alkhymia, un hada punk en toda la regla, que la acompaña por las resultas inesperadas de sus deseos… porque, claro, cada una de las solicitudes que hace Harlana a Alkhymia despliega todo tipo de consecuencias, para deleite de quien lee.
En este libro, BEF eligió un estilo que nos remite a los cómics dirigidos a público infantil del siglo pasado, como Mortadelo y Filemón, Tintín o Astérix
PENSADA PRINCIPALMENTE como una novela gráfica para niñas, Tres deseos es para lectores y lectores de edades e intereses variados, gracias a elementos que creo que es importante destacar. Primero que nada, y quizá el más notorio, es el dibujo. BEF es un artista gráfico versátil y talentoso, enamorado de una línea en apariencia simple, pero muy cuidada y minuciosa. En este libro eligió un estilo que nos remite a los cómics dirigidos a público infantil del siglo pasado, como Mortadelo y Filemón, Tintín o Astérix; al mismo tiempo, recurre también a un humor blanco pero incendiario, como el de Sergio Aragonés, más una elocuencia del estilo de Abel Quezada. Sus influencias están tan bien utilizadas que en ningún momento la narración deja de ser reconocible como una obra de BEF.
Su amor por el detalle se percibe, por ejemplo, en los cambios de look de Alkhymia, la tez morena de Harlana (a fin de cuentas, niña mexicana) y los diversos cameos de personajes queridos por el artista. De éstos, el no va más se encuentra en una página doble de un concierto de rock, en donde no hay dos rostros iguales en la multitud y donde podemos encontrar a varios conocidos, si le dedicamos un rato a la observación.
En segundo término (y no por ser menos importante, sino porque hay que leer el libro completo para llegar a esta conclusión), el balance entre los dibujos y la historia es realmente perfecto. Al ser dos campos donde el autor se mueve con destreza, puede darnos una trama redonda y entretenida, con personajes muy bien logrados externa e internamente, verosímiles hasta el final. Harlana es una niña de seis años y habla, se conduce y ve el mundo desde esos seis años.
Eso me lleva al tercer elemento a destacar en Tres deseos: los diálogos que, a pesar de los obstáculos que implica el formato (sobre todo, la necesidad de ser breves para integrarse de forma armoniosa con la imagen), son naturales y precisos, tan cuidados que cada uno de los personajes tiene su propia manera de hablar, única y distinguible de las de los otros.
PARA TERMINAR, se trata de una historia que no requiere de moralejas obvias o pesados mensajes éticos para dejar en sus lectores una reflexión acerca de varios temas que inquietan al autor: la fama, deseada por tantos y obtenida por tan pocos, voluble y peligrosa, sobre todo en estos tiempos de influencers y pleitos en redes sociales; el autoritarismo y el abuso de poder, siempre acechando en las cúpulas para mantener el statu quo y los privilegios de los de arriba pero, sobre todo, la importancia de que las infancias tengan una vida plena de juegos e imaginación. Todo esto lo deducimos al ir pasando las páginas. La historia no cae en el didactismo ni fuerza una conclusión en la mente de quien lee, lo que se agradece muchísimo.
Con este libro, Bernardo Fernández, BEF, agrega una mirada a la infancia y una defensa de la libertad a su obra en cómic, en la que ya hay libros tan importantes para la historieta mexicana contemporánea como Uncle Bill (2014) o Habla María (2018). Y además nos deja pensando: ¿cuáles serían nuestros propios tres deseos?