150 años de impresionismo

AL MARGEN

Sigmund, Pescado amarillo y blanco en agua, 2021. Foto: unsplash .com

Éste es un año de importantes aniversarios para la historia del arte, y uno de los más esperados es la conmemoración de los 150 años de la primera exposición impresionista. Para ello, el Museo d’Orsay, en París, prepara una muestra que será de los grandes hitos internacionales del ámbito museal, mientras muchos otros recintos lucirán lo más destacado que tienen de este grupo de artistas. Recordemos, pues, los hechos de aquel 1874, que revolucionaron el mundo del arte.

Los artistas que hoy agrupamos bajo la categoría de impresionistas estuvieron activos desde la década de 1860, cuando eran tan sólo estudiantes de arte, como Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Alfred Sisley, Frédéric Bazille. Al grupo se unieron Camille Pissarro, Paul Cézanne, Édouard Manet; este último se convirtió en una suerte de líder, pues ya comenzaba a ganar popularidad fuera de los círculos oficiales. Aún no se hacían llamar impresionistas, se les conocía como el Grupo de Batignolles, por el barrio en el que solían reunirse. Los unía un espíritu rebelde, pues se oponían a continuar con las imágenes idealizadas de escenas mitológicas, históricas o religiosas, que la Academia de Bellas Artes imponía como el canon del buen gusto.

Inspirados por los pintores realistas que les precedieron, como Gustave Courbet, y paisajistas ingleses como John Constable y J. M. W. Turner, decidieron salir de los estudios a la calle y al campo, para retratar la vida tal y como era. Comenzaron también a experimentar, pasando del fino manejo del pincel que dominaba el estilo académico —y que hacía casi imperceptible la mano del pintor—, a pinceladas gruesas, que volvían evidentes las plastas de óleo. Poco a poco, la experiencia al aire libre les generó una nueva consciencia en torno a la luz, sus variaciones y colores, creando un nuevo concepto para su pintura, el del instante, y brindando mayor relevancia a la percepción individual.

Habían encontrado su voz, pero también se enfrentaron a un problema: la Academia seguía siendo la institución que decidía qué artista estaba dentro y cuál no merecía la atención del público. Esto sucedía a través de una exposición anual, el Salón de París. Las obras participantes eran seleccionadas por un jurado integrado por miembros de la propia Academia, que daban preferencia a quienes sostenían los valores que ésta predicaba.

Más allá de los premios que se concedían, lograr que una obra entrara al Salón era crucial para obtener reconocimiento y, por lo tanto, comisiones. Sobra decir que aquellos jóvenes que se habían revelado contra temáticas y métodos de la Academia enfrentaban dificultades para colocar sus piezas en el Salón. En 1863, Napoleón III decidió instaurar el Salon des Refusés, Salón de los Rechazados, para mostrar todas las piezas que el jurado se había negado a exhibir. Fue ahí donde el público pudo ver lo que estos nuevos artistas estaban proponiendo, sin embargo, la reacción no fue favorable: pocos aceptaron estas tendencias novedosas y, al contrario, convirtieron sus obras en un objeto de burla.

Para la década de 1870 existían opiniones encontradas en torno al Salón de los Rechazados: por un lado, había artistas que exigían que se organizara de nueva cuenta, pero sus peticiones eran negadas por la Academia. Mientras, otros comenzaban a cosechar algunos éxitos entre coleccionistas de vanguardia, y creían que participar nuevamente entre los refusés mancharía su prestigio. Fue entonces que, en 1873, del propio grupo original de los Batignolles surgió la idea de organizar una exposición independiente y autogestionada. Copiando los estatutos de una asociación de panaderos, decidieron crear la Sociedad Anónima de Artistas, encabezada en un inicio por Monet y Pissarro, quienes convocaron a otros pintores a unirse, con el apoyo de Degas. No fue fácil convencerlos, muchos creían que la meta debía ser entrar al Salón oficial. Hubo también debate sobre la participación, pero la mayoría tenía una apremiante necesidad económica y para abatirla tenían que encontrar o crear, con urgencia, los medios para dar a conocer su obra.

La exposición finalmente se concretó para el siguiente año, 1874, con 165 piezas de 30 artistas, entre los que destacan Monet, Degas y Pissarro, desde luego, más Renoir, Sisley, Cézanne y Berthe Morisot, la pintora más reconocida del grupo. La galería fue el estudio del fotógrafo Nadar en el Boulevard des Capucines. Si bien reunió alrededor de 3,500 personas, pocos fueron los que realmente apreciaron lo que ahí se estaba mostrando; en realidad, la mayoría de los asistentes aprovecharon la ocasión para burlarse de las nuevas tendencias que ahí se exhibían. En retrospectiva, no todas dieron tan malos frutos, de hecho, fue gracias a las críticas recibidas, que ganaron el nombre con el cual pasaron a la historia. Louis Leroy, el periodista que escribió la reseña más ácida, tomó el nombre del cuadro estelar presentado por Monet, Impresión, sol naciente, para burlarse: “¡Impresión! Claro. Debe haber una impresión en

algún lugar”. Y así fue como surgió el término.

Pero el legado de la primera muestra impresionista no se resume simplemente a la acuñación de una nueva categoría; tuvo secuelas mucho mayores. Si bien es cierto que la Sociedad Anónima de Artistas se disolvió al poco tiempo —con más pérdidas que ganancias—, el experimento demostró que se podía exhibir obra fuera del circuito oficial. De hecho, se trató de la primera vez que se realizaba una muestra independiente en la historia de la pintura. Le seguirían siete más entre 1876 y 1886, aparte de una subasta en 1875. Todas ellas, de forma completamente autogestiva. Poco a poco, los impresionistas lograron no sólo reconocimiento y prestigio, sino que se convirtieron en un nuevo canon que respondía a la vida moderna. Además, sentaron el precedente para el desarrollo de las vanguardias, movimientos que terminarían por dilapidar cualquier asomo de arte académico.

Así, el aniversario recuerda más que sólo una exposición: se trata de la apertura a nuevas perspectivas y miradas sobre la realidad. Y eso vale la pena conmemorarlo.