Como es el caso de cientos de lectores, mi deuda con José Agustín (1944-2024) es impagable. Siendo un adolescente descubrí el rock y la lectura; era la década de los 90 y me faltaba dirección. Las clases de literatura de la preparatoria eran insuficientes. Me sentía perdido, al igual que otros compañeros de mi generación. Los referentes televisivos nos despertaban una sensación de rechazo y frustración. Para mi suerte, una línea de la banda Pactum, puesta en el booklet de su disco Ficción, lujuria y blasfemia (1996), respecto a que sus “letras estaban inspiradas en los libros del marqués de Sade”, me ofreció un primer camino a seguir, que exploro y me escandaliza más aún que en aquellos días.
PERO MI GRAN GOLPE de suerte sucedió al descubrir por azar un ejemplar de La contracultura en México. La historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas (1996). Recorrer aquellas páginas, sobre todo si se consideran las imágenes de la parte final, fue orientativo; ese libro me dijo: “Usted está aquí”. Fue el mapa de ruta más útil que nadie me haya dado jamás. Me ayudó a confirmar que existía un vínculo secreto entre el rock y la literatura, ya que para entonces la biblioteca y el concierto eran sitios que no podían empatarse. Ese libro y otros más de José Agustín, figura tutelar y guía de la juventud sin él mismo saberlo o proponérselo, ayudaron a miles a formar su identidad.
Sus apariciones en mi formación sentimental sucedieron a la manera de un trazado oculto, con la sutileza de un mago que baja de la montaña para dar un mensaje de la divinidad. Ahora recuerdo esa memorable introducción que hacía junto a Jordi Soler al serial titulado Del rock y otras rolas (1997). El ritual consistía en sentarse cada noche frente al televisor (era tele abierta, así que no podía detenerse, ni mirarse de nuevo) a escuchar lo que decían antes de que iniciase el programa. Siempre dieron un comentario atinado, un apunte que hacía anotar tal o cual nombre, para buscarlo después. El escritor nunca sabe cuál es el impacto de su participación social, y a José Agustín, su relación erudita con la cultura del rock le permitió hablar a miles con tanta naturalidad co-mo desparpajo.
Así que no entré al universo agustiniano por la puerta regular, La tumba (1964), que luego leería junto con los títulos más sonados de su obra. Mi idea de su oficio como escritor era la del rebelde sin causa, el provocador del buen pensar, aquél que hace la ponderación de las drogas y no teme decir que las consumió, hace un balance del aporte de los esoterismos a la cultura y mantiene una postura crítica del poder. La obra literaria, por otro lado, es ondulante. Subsiste la variedad de registros, y el segmento juvenil —por el que fue célebre y en el cual Juan José Arreola resultó definitivo—, quedó atrás en el tiempo. Por suerte, el rótulo de literatura de la onda se olvida y queda como literatura a secas, como un terreno múltiple y poblado de signos por sembrar, por descifrar.
SE ESTÁ HACIENDO TARDE (final en laguna) (1973) sobresale por su temeridad para mostrar cómo el uso de drogas puede salirse de control. Su presencia, sin embargo, lo mismo como potencia creadora que como abismo hacia la ruina, se mantiene en la mayor parte de la producción literaria de José Agustín. Años después, también destaca Vida con mi viuda (2004), que relata la historia de una sustitución de persona idéntica al narrador. Debe notarse que aun con su entusiasmo por la contracultura, no se cubrió los ojos ante el desastre de la modernidad. Explica: “El mundo se ha vuelto excesivamente materialista, con metas vitales muy pobres […]. A los jóvenes, esto les resulta muy difícil porque no tienen mitos de convergencia, las famosas utopías a las cuales agarrarse y buscar trascenderse a sí mismos, y eso les genera un estado de ánimo difícil”.1
A la distancia, su obra se muestra diversa y aventurera, temeraria, pero con un aire clásico. A la parte literaria debe sumársele la cinematográfica, la del memorialista, la del cronista y la del historiador del rock, al menos. Todas, con una producción atendible. Parece que José Agustín eligió adentrarse en la identidad nacional individual y colectiva para jugar con ellas, antes que hacer gala de lecturas de escaso interés para la realidad de sus lectores. Es un autor que se percibe cercano al sentir de la población mexicana. Su afabilidad en entrevistas televisivas y su uso de expresiones populares lo dejaron intacto en el afecto de los lectores, desde aquellos años en que colaboró con Angélica María. José Agustín siempre sería un escritor anticipado y prodigio, un binomio que aparece cada mil años en una literatura.
E incluso con todo ello, es un escritor aún por descubrir. Hizo falta crítica de su obra, lo mismo que la circulación masiva de sus títulos. Lectores y académicos requieren una iconografía y, de ser posible, la reunión de sus obras en ediciones comentadas, no sólo con prólogos de lectores. La reedición de algunos de sus títulos por parte de una editorial con gran circulación en el ámbito de la lengua española es un primer paso, aunque no es suficiente para el valor de su legado. Queda trabajo por hacer para preservar su labor por la cultura del país.
Nota
1 Ver "José Agustín, visitaciones" en: https://www.youtube.com/watch?v=EPua-tPN5P4