El cine del narrador

Dirigido por José Agustín

José Agustín dejó este mundo hace unas semanas, pero nos quedan sus libros y las películas que hizo. Sin duda, esa faceta como cineasta no ha sido tan analizada, pero sus transgresiones no sólo alcanzaron la palabra escrita: filmó desde Súper 8, hasta cintas que resonaban con la estética Beatle del momento. El guionista y director incluso accionó mecanismos inéditos en la industria nacional, como apunta Praxedis Razo en este acercamiento a su obra fílmica: un cine de autor aligeradísimo que se compromete, pero a carcajadas.

Cinco de chocolate y uno de fresa
Cinco de chocolate y uno de fresa Foto: discogs.com
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Cuando pusieron a los Beatles a interpretar versiones de ellos mismos en A Hard Day’s Night (1964) y Help! (1965), renovando para siempre a su ritmo las corretizas de los policías de Mack Sennett —hechas hacia 1912-1919—, quizá se llegaron a imaginar que el modelito sería repetido. Lo que nunca hubieran soñado es que en México dos películas fueran concebidas, simultáneamente, a partir de sus premisas —la persecución de jóvenes desatados al compás de la música— ambas, con el ingrediente extra de cierto aire evidente de disidencia social: Los caifanes (Juan Ibáñez, 1967) y Cinco de chocolate y uno de fresa (Carlos Velo, 1968).

It’s been a…

No es casual que el guion de la primera haya sido trabajado por Carlos Fuentes y el de la segunda, por José Agustín, almas literarias inyectadas del veneno de la eterna juventud. No es casual que juntas sean un jardín de las delicias del pop en el cine mexicano. Una, por su noche idealizada de la parranda nueva citadina; la otra, por rizar el rizo de una musa ambivalente, también urbana. De muchas formas, hermanas; a ratos, gemelas.

Lo que las separa, hay que subrayarlo, son las carreras de sus guionistas. A Fuentes lo precedía una trayectoria visible, de más de 10 años; las películas eran una oportunidad más para leerse. José Agustín buscaba en el cine otra suerte que la que tenía echada con la literatura; para fines de la década sesentera, con tres obras iniciales, ya había marcado una pauta generacional. El cine sí era un soñado destino.

Apostándole al éxito comercial de la música de Angélica María y con Carlos Velo, que sería su director, apantallado como tantos por haber leído De perfil (1966) —y contratados los derechos para filmarla—, la productora Libra construiría una tríada de películas en la moda que había impuesto la banda de Liverpool. Velo realizó, a media estocada, dos: Cinco de chocolate… y Alguien nos quiere matar (1969), que coescribió con un desparpajado Agustín, quien luego escribió y dirigió, ya desacompañado del realizador gallego y godardeando estupendamente, el tercer proyecto: Ya sé quién eres… te he estado observando (1972).

Broma de bromas y producto de productos, José Agustín aprovecha al má-ximo su labor y se deleita citándose a sí mismo, tanto en los diálogos, como en las paredes —inserta todos sus libros en calidad de props. Se regodea en su quehacer como realizador cinematográfico, se engolosina de ser todo un José Agustín en un leve acercamiento frescosón al 8½ de Fellini. Sin incumplir su contrato acciona mecanismos inéditos en la industria nacional. Representar el quehacer fílmico como recurso dramático quizá sea el principal. Se burla, sí, pero homenajea una nueva forma de sentir el mundo del cine: un orgullo de clase, un estilo de vida… Sí, también usa el autorretrato fractal como clave expresiva de un cine de autor aligeradísimo; se compromete, aunque a carcajadas.

Sin embargo, también evidencia la loquera de andar desmadroseando en torno a y dentro de una cultura que es conservadora, adelantándose a experiencias trascendentales como Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001).

Pone siempre el dispositivo a favor de un ri-gu-ro-so orden: la heterosexualidad y el amor romántico por encima del descubrimiento sexual o el aborto.

Con Angélica María en éxtasis pero calmantesmontes, José Agustín clavado pero no claveles, Ya sé quién eres… fue, en términos tragicómicos mexicanos que le hubieran gustado al maese, la cruz echeverrista que le tocó cargar a Agustín saliendo de prisión, en plan de vamos a ser jóvenes, psicodélicos, irresponsables y artistas, pero bajo toda ley.

Ese mensaje, cooptado como ídolo juvenil de la siguiente camada de artistas, lo enfrentaría casi al mismo tiempo en todas las periferias posibles: la fílmica del Súper 8, la del tratamiento documentalista de la ficción, la del narcotráfico recreativo como eje, la de la obra inconclusa como tabla de salvación1 y la de la estética videoclipera, que apenas se intuía. En Lux Externa (1974-2008), también en deuda Beatle, dirigió a un Gabriel Retes, debutante en cine, en una encrucijada amorosa que, como viaje astral caudaloso, acaba por ser un descarado pisotón machirrín. Mientras en Ya sé quién eres… cumplía un contrato, incluso social si se quiere, con la yonqui Lux, la contestataria contestona, también trazaba otra línea en el agua muy de la mano de su fotógrafo-autor-montador-revelador, Sergio García, una, pues sí, luz externa. Con ella buscó complementar su corta y anfibiótica vida cinematográfica como director-autor.

Moraleja masificada en 35 milímetros con canciones limpias, inmoralidades en Súper 8 colectivo para el cineclubismo pendenciero, la obra de José Agustín también tocó ciertas profundidades del cine mexicano.

Nota

1 La concluyeron en años siguientes Sergio García, Edda Rayet, Jesse Lerner y el mismo Gabriel Retes. Ver Álvaro Vázquez Mantecón, El cine

Súper 8 en México, México, UNAM, 2012.