Le gusta arrullar a sus hijos con canciones en náhuatl. Sale a dar caminatas en el bosque, medita, baila, practica yoga. Maricela Guerrero alimenta su sensibilidad poética en la naturaleza y el constante retorno al cuerpo. No hay sendero creativo que no explore. Puede dirigir el foco de su emoción artística tanto a una ciénaga, como a una planta de sábila; a los paisajes de Alaska o a un barrio obrero en Berlín.
Licenciada en Letras Hispánicas y maestra en Letras Latinoamericanas por la UNAM, la escritora ha cursado talleres de guion, escritura cinematográfica y escritura creativa con Elsie Méndez en 2013, Patricio Saiz en 2015, y Doris Dörrie en 2017, respectivamente. Su trabajo ha sido publicado en revistas como Letras Libres, Luvina, Blau Magazine y Tierra Adentro, entre otras. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales y en la exposición colectiva Todos los originales serán destruidos. Durante otoño de 2023 fue becaria del International Writing Program (IWP) de la Universidad de Iowa, donde conversé con ella.
¿Cómo te enteraste del IWP?
El año pasado estuvo aquí Judith Santopietro, que escribe en español y náhuatl; nos hicimos amigas en Oaxaca. Con ella tengo un diálogo alrededor de la poesía, la diversidad lingüística, la vida. Me propuso que postulara y en cuanto se echó a andar el engranaje de la solicitud, me propuse hacerlo lo mejor posible. Sé que es un programa muy competido y que en muchas ocasiones la poesía no es el género con más visibilidad. Este año, sin embargo, fueron elegidos muchos poetas.
¿Qué te ha inspirado mientras estás en Iowa, en qué has estado trabajando?
Llegué con un proyecto al cual no he podido dedicarme tanto: escribir ensayos sobre el vínculo entre el lenguaje poético y la naturaleza, para darle la vuelta a este concepto de la ecocrítica, que me hace ruido. Para mí, la poesía siempre ha estado vinculada con la naturaleza: es un lenguaje que nos permite saber quiénes somos y dónde estamos. No estoy segura de qué pensar cuando le llaman ecocrítica o ecopoesía a lo que yo hago. Mi propósito inicial era trabajar esos temas, y lo he estado haciendo, sólo que no he tenido oportunidad de escribirlo. He revisado tanto bibliografía publicada, como obras de arte y ciencia. Regresé a mis fuentes originales, entre ellas, a Sor Juana. También me encontré con un autor que yo conocía desde que empecé a dar clases de español hace 20 años: Ilan Stavans, quien tradujo el Quijote al spanglish y que tiene un libro maravilloso sobre las diversas condiciones del spanglish en el territorio norteamericano, además de un volumen de escrituras y ensayos sobre Sor Juana entre la comunidad chicana y queer, donde aparece como la figura rebelde y transgresora que siempre ha sido.
Para un trabajo que voy a presentar en el festival Lit & Luz en Chicago estoy resolviendo cómo manejar el spanglish en una pieza donde, junto con la artiste Flor Flores, realizamos un pronunciamiento para acompañar a la comunidad trans, ya que tanto en México como en otros lugares, es uno de los grupos humanos más vulnerables. Desarrollamos un performance con poemas y puesta en escena, donde el perfume es un elemento fundamental. Me hace muy feliz la idea de generar poesía desde ese juego.
Algunas de tus maestras incluyen a Sor Juana, Mónica Nepote, Marina Porcelli, Paula Abramo. ¿Quiénes más figuran en esa lista?
Doris Dörrie, una cineasta alemana. La primera película que vi de ella, hace más de 20 años, se llama Nadie me quiere. Es muy divertida. Sucede en Kreuzberg, Berlín, en un barrio muy importante. Aparece una mujer que sufre por amor romántico. Poco a poco va descubriendo nuevas formas de convivencia y aprende de sí misma a partir de culturas distintas a la suya. Esta misma idea la reproduce en La peluquera, donde narra la historia de una mujer de 40 años, con una hija adolescente. La trama se relaciona con la migración, los cruces entre culturas y aquellas visiones del mundo que se desvían de la norma.
Escribimos con esa misma emoción que atraviesa nuestros sentidos y nos pone en movimiento
También tiene otras películas, como Las flores del cerezo, que se vio muchísimo en su momento. Ella vino a México por una retrospectiva que le hizo la Cineteca Nacional. Entonces impartió un taller de escritura creativa: ahí habló de la necesidad de estar atentos para escribir, de cómo la meditación puede ser relevante para lograr concentración y autoconocimiento, de la posibilidad de organizar tu día para que en cualquier momento puedas escribir. En aquel entonces yo estaba en una oficina y tenía que inventarme tiempo para dedicarme a la escritura. Yo llevaba a cabo intuitivamente todas las propuestas que nos dio; era algo que ya venía practicando y a partir de su taller se convirtió en un método de trabajo. Logré tener mapeado mi propio proceso creativo. Todas las cosas que yo hacía se empezaron a organizar en un solo espacio.
Ahora también estás escribiendo narrativa. ¿Qué diferencias le encuentras con la poesía?
El trabajo con el lenguaje es al mismo nivel. Se requiere tener una conciencia muy poderosa de nuestra herramienta: la gramática, los sonidos, la sintaxis, todo lo que pasa cuando estamos creando un universo lingüístico que puede convertirse en un poema, una novela o un ensayo. Lo que sí se transformó para mí, en el proceso creativo, fue la necesidad del tiempo. Puedo armar el borrador de un poema en 20 minutos, una hora. Me llega después de hacer ejercicio, una caminata larga, algo que tenga que ver con el cuerpo. El asunto con la novela es que para entrar a lo que se llama el momento de fluidez —cuando ya te sueltas a escribir—, al principio me costaba mucho trabajo. Con el entrenamiento, que tiene que ver con meditar, con entrar al cuerpo, es como he podido ir accediendo a ese estado de fluidez con mayor facilidad, pero para escribir narraciones sí necesito tener más tiempo: entre tres y cuatro horas.
Las primeras piezas narrativas las realicé cuando todavía trabajaba en una oficina. Las fui haciendo poco a poco. Comencé a trabajar en el género a finales de 2018. En 2021 me dio Covid y recibí 20 días de incapacidad. Los primeros 10 estuve enferma. Perdí el olfato, el gusto, la voz. Dormí mucho. Los siguientes días me di cuenta de que podía seguir leyendo y escribiendo. No tenía ninguna otra responsabilidad, salvo escribir. Mis papás me daban de comer de cinco a seis de la tarde; el resto era para concentrarme. En ese periodo redacté 60 cuartillas y concreté otros textos pendientes. Fue una explosión del entusiasmo que uno siempre busca. En el baile, el ejercicio, las aventuras. Escribir es otra de las facetas del cuerpo. Escribimos con esa misma emoción que atraviesa nuestros sentidos y nos pone en movimiento.