Hideaway

OJOS DE PERRA AZUL

Hideaway Foto: Cortesía de la autora

Me gusta esconderme, es mi juego favorito. Me divierte refugiarme en las esquinas, bajo los muebles, tras las cortinas, rincones y lugares recónditos. Me place ocultar el cuerpo, encoger las piernas, doblar los brazos, hacerme un ovillo, volverme invisible, camuflarme. Aunque sin recompensa, espero ser la ganadora por mi habilidad de resistir durante más tiempo sin ser encontrada. Una vez en la infancia lo hice tan bien que permanecí por horas en la parte de debajo de un clóset. Esperaba ser sorprendida, no sé cuánto tiempo transcurrió, se me hizo eterno, nunca supe si la actividad seguía o si había terminado. Al inicio estaba entusiasmada por el buen escondrijo donde estaba, después sentí miedo, desesperación, angustia, mis gritos parecían rebotar en las puertas de madera que no podía abrir desde dentro. A lo lejos oía las voces de los otros, los pasos que no se dirigían a mí, hasta que hubo un silencio. Nadie se dio cuenta de mi ausencia, nunca me hallaron, pero tampoco me buscaron. Los demás niños se habían olvidado de mí. Alcancé a mover las manos y los dedos, la textura de la tela de un vestido me ofreció abrigo, yo temblaba. Para hacerme compañía, en voz alta empecé a contarme lo que estaba sucediendo. Así es como yo, la olvidada, descubrí la soledad del arte de contar historias.

Narrar transforma la realidad a mi favor, me entretiene, confundo a los perseguidores, atraigo amores y triunfo en el juego de la vida. Tiene un sentido terapéutico, calma la ansiedad y alivia la depresión, también empodera a la escritora que vuela en la fantasía, aunque viva en el encierro.

La última idea no tiene punto final, mis invenciones continúan, no me detengo en los renglones de las páginas ni me diluyo entre los párrafos. Ocurre lo contrario, deslizo mi existencia, resbalo y caigo en los bordes de las hojas, el viento del otoño dispersa el caos de la realidad. Lo difícil no es escribir con buena redacción y ortografía, se complica cuando hay muchas cosas por decir, aquellas que guardo en intervalos de angustia y desgarro de la piel para poderlas expresar. Después de que extraigo las palabras de la memoria remota, de las ilusiones más antiguas o de no sé dónde, termino dando vueltas en los muchos laberintos de la mente atormentada. Recorro los pasillos de paredes firmes y enraizadas, al llegar al centro no me espera el salvaje minotauro que soy yo misma sino una madeja de vivencias por desenredar. Extraviada, regreso al principio, vuelvo a empezar, eterno retorno.

Me viene una emoción narrativa, una exaltación verbal, sin orden. Entonces hablo de lo que se me pasa, no me detengo, de la esperanza del amanecer de cada día y de cuando anochezco por dentro cuando no quiero saber nada del mundo. Platico de mis relaciones contrariadas, imposibles, de la serpiente enroscada que soy, de la voracidad que me devora.

Le he tomado gusto a ocultarme donde quiera y como pueda. Sea lo que sea que les cuente desde mi guarida, vivo a escondidas y escribo para que alguien como tú, querido lector, por fin me busque y me encuentre.

*Hasta que la suerte nos separe.