Un habitante de los márgenes Jorge Aguilar Mora

A partir de las conversaciones que Alejandro Toledo mantuvo con Jorge Aguilar Mora, nos acerca a la narrativa del escritor, su estilo, la intención de sus historias, las perspectivas de la realidad mexicana y, principalmente, a tres de sus obras en que el tema de la muerte es recurrente: Cadáver lleno de mundo, Si muero lejos de ti y Una muerte sencilla, justa, eterna. Aguilar Mora, perteneciente a la generación del 68, de espíritu polémico, crítico de la obra de Octavio Paz, vivió sus últimos años en el autoexilio en Estados Unidos

Jorge Aguilar Mora.
Jorge Aguilar Mora. Foto: elem.mx

Conversé en un par de ocasiones, grabadora de por medio, con Jorge Aguilar Mora (1946-2024). La primera en 1985, a propósito de sus novelas Cadáver lleno de mundo (1971) y Si muero lejos de ti (1979), ubicando esta última como una de las más destacadas en el largo ciclo de la “novela del 68”. La segunda entrevista fue en 1990, cuando apareció Una muerte sencilla, justa, eterna: cultura y guerra durante la Revolución mexicana. Antes de la pandemia me topé con él (en Plaza Universidad) y planeamos un tercer encuentro, que nunca se dio. Sé que estaba metido en un proyecto extenso: narrar desde lo intelectual y cultural el siglo XIX, del que se han publicado un par de títulos (Sueños de la razón —2015, Premio Xavier Villaurrutia— y Fantasmas de la luz y el caos —2018—, dedicados a 1799 y 1800, uno; 1801 y 1802, el otro), cuya realización final hubiera implicado la hechura (a lo Francisco Tario) de unos cincuenta libros. ¿Dejó uno o dos más concluidos? No lo sé.

Se le ha descrito en estos días como un autor polémico, y lo es más bien por causar la polémica, no por participar en ella. Su primer papel protagónico lo tuvo al publicar La divina pareja: historia y mito en Octavio Paz (1978), que generó malos ambientes a su alrededor, desde el lado del personaje al que se refería su estudio (en realidad se trató de un sano ejercicio crítico en torno de la obra ensayística de Paz) y también de la parte (lo que se conocía entonces como el grupo de Carlos Monsiváis) a la que él creía pertenecer… situación que fue determinante a la hora de decidir su exilio en Estados Unidos, donde vivió y murió. Quizá por esta experiencia algunos de sus deseos, en la segunda entrevista que tuve con él, fueron estos: “Ojalá que crezcan los grupos, que se acaben las mafias, que no sofoquen a la gente, que no hagan siervos de posibles buenos escritores, que no los castren”.

La otra polémica se generó al publicar el relato Un día en la vida del general Obregón (1982), que abría la serie fotográfica Memoria y Olvido, coedición de la SEP y Martín Casillas, libro que incomodó a las autoridades y fue retirado (y al parecer destruido) junto con Las primeras damas de Sara Sefchovich, para reaparecer meses más tarde sin los sellos de la SEP.

Mas estos dos momentos no definen a Jorge Aguilar Mora, cuya obra a contracorriente de la sociedad literaria mexicana es amplia y profunda, pero acaso hay aún una suerte de “cerco de silencio” alrededor de ella, o una incomodidad que se ha quedado como inercia y de la que es indispensable rescatarlo. Lo importante sería tener al alcance la mayor parte de sus libros, pues pocos han logrado la reimpresión. Lo que él hizo con Nellie Campobello y Rafael F. Muñoz habría que hacerlo con Jorge Aguilar Mora.

Cadáver lleno de mundo fue una respuesta a la muerte de su hermano David, quien se había alistado en la guerrilla en Guatemala. Me contó en la primera conversación: “En esa época mis referencias literarias, aquello en lo que me podía apoyar o que sentía como contemporáneo de lo que estaba haciendo, eran las novelas de José Agustín y Gustavo Sainz; desde el punto de vista de lo que quería narrar, o que me había sucedido, lo que más se parecía eran sus novelas. Pero no compartía el gusto de ellos por el lenguaje hablado, tenía muchas reticencias por el lenguaje hablado, su funcionalidad como elemento narrativo. En Cadáver lleno de mundo en ocasiones los personajes sí usan un lenguaje coloquial, pero la narración está cargada hacia el artificio”.

La búsqueda de estilos diversos es una manera de establecer puentes entre lo absolutamente artificial (el trabajo narrativo) y la voz de los personajes

¿Se podría hablar de Cadáver lleno de mundo como una especie de antinovela de la Onda?, le pregunté.

Si es así no creo que haya sido intencional, pues partió de una problemática de la narración. La búsqueda de estilos diversos es una manera de establecer puentes entre lo absolutamente artificial (el trabajo narrativo) y la voz de los personajes. Intenté reproducir con exactitud el modo como hablaban amigos míos o gente que conocía; utilizo además lenguajes intermedios, como el monólogo de un taxista o la escritura periodística. Estos son puentes de los que me valgo para unir esas dos cosas que aparentemente se niegan, la expresión culta y el lenguaje coloquial. En este sentido podría ser una antinovela de la Onda.

Si el juego entre naturaleza y artificio es el que alimenta Cadáver lleno de mundo, en Si muero lejos de ti hay una gran sencillez.

Quise hacer un anti-Cadáver, ir en contra de lo que había hecho en mi primera novela. Se presentó otra vez el problema de la distinción entre el lenguaje narrativo y el lenguaje hablado o directo. En Cadáver... la ventaja que tenía como narrador era que estaba utilizando un lenguaje que se refería a otro lenguaje; mi libertad era absoluta, yo podía hacer lo que quisiera mientras siguiera una lógica estricta en el desarrollo de ese lenguaje. En Si muero lejos de ti quise tratar más directamente otro aspecto: la narración. Ya no desarrollar el lenguaje hasta el absurdo, sino la anécdota, la historia que avanza hacia la truculencia. Tratar de saturar la historia hasta ciertas últimas consecuencias: desde el punto de vista narrativo, desde las motivaciones de los personajes (la mentira, la máscara, las dobles intenciones, las traiciones), y desde el punto de vista de los símbolos (hasta hacerlos huecos). Por lo tanto, en esta segunda novela el problema principal era la retórica, la objetividad del lenguaje, la capacidad de éste de significar las cosas que según nosotros podría significar.

Portada del libro "Cadáver lleno de mundo"
Portada del libro "Cadáver lleno de mundo"
Portada del libro "Si muero lejos de ti"
Portada del libro "Si muero lejos de ti"
Portada del libro "Sueños de la Razón 1799 y 1800 umbrales del siglo XIX"
Portada del libro "Sueños de la Razón 1799 y 1800 umbrales del siglo XIX"
Portada del libro "Una muerte sencilla, justa, eterna"
Portada del libro "Una muerte sencilla, justa, eterna"

De ahí el “nosotros” de la novela, que puede ser igual de artificial que el “yo” objetivo, pues siempre es uno el que escribe.

Sí, claro, la trampa siempre está al final, no te puedes desprender de ella. La idea era crear una especie de narración pre-hablada, pre-narrativa, una narración que tratara de imitar no el lenguaje hablado sino una manera de pensar, una manera de estar pensando en los objetos y en la secuencia de las frases. Yo quería un lenguaje deliberadamente torpe, atrabancado, que se viera incluso que no estaba trabajado, y con la secuencia gramatical o sintáctica a veces no muy definida. En Cadáver lleno de mundo las rupturas sintácticas no llegan al grado de que las frases se confundan, todas están rigurosamente planeadas, lógicamente estructuradas; en Si muero lejos de ti no ocurre de este modo: trataba de hacer una especie de lenguaje narrativo pre-hablado. Esa fue mi manera de enfocar esta nueva novela.

En Si muero lejos de ti resume Jorge Aguilar Mora su experiencia en el movimiento estudiantil de 1968 como miembro del Consejo Nacional de Huelga. No habla, como lo hizo Luis González de Alba, de lo público o visible, sino de lo que está oculto o al margen.

Sigo con la primera entrevista: “Recuerdo que, en 1968, cuando estábamos en lo que se llamó la manifestación del Rector, una amiga me dijo (yo estaba escribiendo Cadáver... y ella había leído algunos fragmentos): ‘Tú vas a hacer la novela del 68, tienes que hacer una novela sobre el 68, tienes que hacerla’. Y quizás esa cosa se me quedó grabada”.

Esos personajes anónimos que, para Aguilar Mora, dieron fuerza al movimiento estudiantil recibieron sus herencias de aquellos que participaron en la Revolución Mexicana, algo que está presente en Una muerte sencilla, justa eterna.

Me dijo en 1990: “Mi ira, mi indignación, mi coraje por lo que está pasando en México no sé canalizarlos políticamente porque no soy político; no puedo canalizarlos tampoco en un discurso analítico del presente porque no estoy preparado, no me he preparado para analizar los acontecimientos tal y como se están dando. Puedo dar opiniones sobre la actualidad mexicana, pero nada más. Con mi libro intento hablar de ciertos fenómenos de la Revolución Mexicana que siento que pueden ser instrumentos para el presente, instrumentos para responder a la agresión, a la violencia del Estado”.

¿Es un proyecto narrativo o lo que lo define es lo histórico?

Ambas cosas. Como autor, lo que quise hacer fue un libro que muestre una serie de vivencias, una serie de maneras narrativas, pero no sé si se le pueda aplicar un género. Hay en él, claro, planteamientos de tipo narrativo, juegos de perspectivas, estudios de la composición de lugar en cada escena, del modo como va a integrarse la secuencia de los personajes. Todo esto obviamente está planteado, pero el único personaje ficticio es el narrador, yo, Jorge Aguilar Mora (aunque, siguiendo el modelo de José Vasconcelos, muchas de las cosas referidas a mi persona sean inventadas). Esta personalización del narrador en un proyecto de historiografía, aparece como un reto. Los discursos del intelectual mexicano son tan reducidos, que acaso sin quererlo esto se ha convertido en una especie de vecindad; entonces da la impresión de que se escriben libros para que los lean los amigos. En este medio cultural, y en lo que ahora llamamos la sociedad civil, es impúdico ser autobiográfico al nivel de las debilidades. Creo que hay que romper con esa vergüenza, con ese pudor del discurso.

Hay una búsqueda de registros y temas inéditos.

No es que sean temas inéditos; tal vez ya han sido tocados, pero tangencialmente. Me interesa replantearme el significado de la historia cronológica, de la historia que se mueve a través de símbolos. Un tema que aborda Una muerte sencilla es el de la presencia de la Revolución Francesa en el movimiento armado mexicano, primero, claro, a nivel de tradición y después como modelo. No es que los revolucionarios mexicanos conocieran a fondo la Revolución de Francia, sino que la veían como un acontecimiento que había que repetir, y que repetirlo era el único modo de crear una revolución.

En lo que ahora llamamos la sociedad civil, es impúdico ser autobiográfico al nivel de las debilidades. Creo que hay que romper con esa vergüenza .

¿Había la conciencia de estar participando en “otra” revolución?

Muchos querían imitarla, de ahí en parte la idea de llevar a cabo una convención constituyente; querían volver a actuar, como en una representación teatral, la Revolución Francesa. Un fenómeno muy interesante es este sentido teatral; la gente se decía: ¿cómo vamos a repetir una revolución si no es adoptando el mismo escenario? De esto parece muy consciente el doctor Atl, y por eso lleva a Lucio Blanco a que se diera la mano con los zapatistas. Esto para el doctor Atl, quien tenía muy presente la historia francesa, era simbólicamente importante.

En sus tres libros de intención narrativa (Cadáver lleno de mundo, Si muero lejos de ti y Una muerte sencilla, justa, eterna) es clara la persistencia del tema de la muerte. Incluso en el último libro se relatan las circunstancias personales, las muertes cercanas, que motivaron de algún modo la elaboración tanto de Cadáver... (la muerte de su hermano) como de Si muero lejos de ti (la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco). ¿Cómo definir esta presencia?

Creo que mi idea de la muerte ha cambiado. En la primera novela intento un juego abstracto frente a al-go doloroso, inevitable, como fue la muerte de mi hermano David, seguramente asesinado por los militares en Guatemala. Digo que es algo doloroso porque pensar la muerte duele, tratar de entender la muerte también duele. Creo que ese sentido trágico ya no me pertenece. Uno de los fines de este nuevo libro es presentar el modo social de morir, relacionándolo con aquello que llamamos “lo mexicano”. ¿Qué instrumentos tenemos de sobrevivencia?, o ¿qué instrumentos tuvieron los oprimidos para sobrevivir en la guerra si los habían despojado de todo? Lo único que en verdad les pertenecía era la vida biológica, por decirlo así. La temeridad ante la muerte es lo que demuestra el dominio que estos seres tenían de su propia vida, que era su única propiedad. El valor ante la muerte es su única posibilidad de enfrentarse al verdugo, enfrentarse ante quienes los habían oprimido, y decir: “Tú podrás quitarme todo, pero no tendrás control sobre mi vida. Eso lo decido yo”. Por eso doy numerosos ejemplos de fusilados que vivieron con dignidad esos últimos momentos. Hasta el último segundo decidieron qué es lo que debían hacer con su vida.

Me dijo al fin Jorge Aguilar Mora: “Lo que en los años de escritura de Cadáver lleno de mundo entendía como un hecho terriblemente doloroso, ahora, y enfrentando el mismo tema de la muerte de mi hermano, se vuelve algo liberador. Hay una traducción, se trata de traducir el pasado al presente; pero esa traducción es además un camino de doble vía, porque el presente también ilumina al pasado. Son juegos de reflejos de los distintos tiempos posibles. Y esa enseñanza liberadora viene precisamente de los fusilados; finalmente, uno puede dominar su propia vida”.