Francisco Hernández

Bucear en las palabras para entender el mundo

Francisco Hernández, el poeta veracruzano considerado una de las voces más significativas de la poesía mexicana e hispanoamericana actual, recibió el pasado 13 de marzo el Premio al Mérito Literario “Rosario Castellanos”. Lo concede el Senado de la República a escritoras y escritores con obra consolidada en idioma español o en cualquiera de las lenguas originarias de Latinoamérica en los géneros de narrativa, poesía, dramaturgia y ensayo. El Cultural tuvo la fortuna de que el poeta nos contara algo de su vida y de su creación poética

El poeta, en su casa de Plaza Río de Janeiro.
El poeta, en su casa de Plaza Río de Janeiro. Foto: Eduardo Cabrera

UNA ENTREVISTA DE IRENE SELSER

“Sorpresa, esa es la palabra”, dice Francisco Hernández al iniciar la entrevista a raíz de su flamante premio, entregado en una ceremonia oficial que calificó de “muy cálida y humana”.

“JUSTAMENTE ESTABA RELEYENDO a Rosario Castellanos gracias a la antología Solo este día, de mi querido amigo Vicente Quirarte, cuando Leticia me avisó. ‘Mira, Francisco, lo ganaste’, me dijo mi esposa enseñándome su celular. Pero ya sabes que no les creo a los celulares. ‘Pues hasta que no me avisen del Senado, no hay premio’, respondí. Y sí, al día siguiente la llamaron y ella resolvió todo, como casi siempre.”

DE RIGUROSA BOINA –como la que usó en la sesión solemne–, habitual en él como su amplia sonrisa y su sencillez a prueba de galardones, el poeta vivo más relevante de México, en mi opinión, y “una de las voces poéticas más importantes de México e Hispanoamérica”, según destacó en el acto la presidenta de la Mesa Directiva, Ana Lilia Rivera, me recibe en su departamento de la colonia Roma, donde los libros, las pinturas y las esculturas conviven junto a una granja de animales de cerámica, de barro, de cristal e incluso una cerdita rosada de plástico, su querido y poético bestiario.

“Agradezco y valoro este premio, pero no me lo esperaba”, dice, “de hecho, nunca he esperado ninguno”. En efecto, si hay alguien en México del mundo poético y artístico en general ajeno a los reflectores es Francisco Hernández, como también destacó la presidenta de la Comisión de Cultura, la senadora Susana Harp Iturribarría, al celebrar el reconocimiento, que en 2021 y 2022 recayó en la poeta mexicana Elsa Cross y en la dramaturga y ensayista también mexicana Luisa Josefina Hernández, quien falleciera poco antes de recibirlo.

“Francisco Hernández es uno de los más grandes poetas mexicanos, ya que posee un estilo inigualable, […] es un escritor muy disciplinado y alejado de los reflectores”, afirmó la senadora Susana Harp. “Sus relatos poéticos no tienen precedente en la literatura mexicana ya que escribe con una manera única de desestructurar la voz del hablante, […] parte de una fotografía donde se devela la añoranza, el tiempo, la muerte, la vida, la palabra, la existencia misma”.

FRANCISCO HERNÁNDEZ, el primer hombre en recibir este premio, le agradece: “Estoy muy sorprendido por lo que dice Susana Harp, no la conocía, pero me entendí muy bien con ella. Efectivamente creo que tiene razón en lo que dice, eso de estar lejos de los reflectores. Es algo que he hecho sin pensarlo, es una forma de ser… una forma natural de ser antinatural, porque lo natural es que los poetas y los artistas en general vayan a estas convocatorias y estén muy contentos con estos reflectores que los deslumbran, aunque muchos no tienen ojos…”, comenta socarrón.

Francisco, que el 20 de junio cumplirá 78 años, alto y delgado, de estilo casual pero elegante –su compañera desde hace 27 años, la curadora de arte Leticia Arróniz, es quien le ayuda a escoger la ropa–, se auxilia a veces de un bastón.

¿Eres humilde?, le pregunto pensando en su fobia a los reflectores y los tumultos. “Más que humilde, me he concentrado en escribir como lo hago. Si les gusta a los demás, qué bueno y si no, ni modo, qué puedo hacer”.

Nacido en 1946 en San Andrés Tuxtla y llegado a la capital del país siendo un adolescente, Francisco Hernández habla de sus múltiples influencias literarias. Concede, como señalan sus críticos, que su poesía –tierna, sarcástica, de humor corrosivo y despiadada– está más comprometida con los temas de la vida que con la escritura, y asegura que Octavio Paz “es la figura central de mis lecturas y mi prosa. Me identifico mucho, disfruto mucho y respeto mucho su poesía. De pronto he encontrado en mi poesía algún versito, alguna palabra o una imagen muy parecida a la de él, pero es por haberlo leído tanto”.

Sentados uno frente al otro en sendos sillones de la sala que da a la Plaza Río de Janeiro, Francisco voltea hacia la izquierda y toma uno de los libros entre la veintena que se apila a su lado –los va renovando conforme los lee y subraya a lápiz–, en la que es su área preferida de trabajo: junto a la ventana, donde escribe a mano. Se trata de El mono gramático en la edición ilustrada de Galaxia Gutenberg (1998). Coincidimos en que es uno de los libros más bellos de Paz y me muestra la foto del Palacio de Galta, tomada por Eusebio Rojas, y que hizo que Frank –como le decimos los amigos– y Leticia viajaran a la India. “Juntamos el dinero y nos fuimos, fue un viaje maravilloso, queríamos conocer el palacio.”

Me cambio de sitio y registro los demás volúmenes: El libro de los símbolos, de Taschen, La ciencia de la tristeza, de Darío Galicia, La tierra baldía, de T. S. Eliot, La luz de la noche, de Pietro Citati, Diccionario de ideas afines, de Fernando Corripio, Oscura palabra, de José Carlos Becerra, En la nariz de la tierra, de Jorge Esquinca y el recién llegado Fragmentos como residencia, de Sergio Raúl Arroyo, que el autor le envió dedicado. Francisco intenta abrirlo con un cuchillo, siendo la edición intonsa, lo rasga y no lo logra. Lo intentamos con un abrecartas y asunto resuelto.

HOJEO LA ANTOLOGÍA de Rosario Castellanos hecha por Quirarte y Frank me dice que “Lamentación de Dido” es uno de los grandes poemas de las letras mexicanas. Y si bien no hay mucha filiación entre la poesía de la pionera del feminismo y la de Francisco, al menos hay un poema que creo los emparenta, tanto por el tema como por su estremecedora hechura: “La casa vacía”, de Castellanos, y “Mi casa se cayó del caballo”,

de Hernández.

“Yo recuerdo una casa que he dejado. / Ahora está vacía. / Las cortinas se mecen con el viento, / golpean las maderas tercamente / contra los muros viejos. […] / Adolescencia gris con vocación de sombra, / con destino de muerte: / las escaleras duermen, se derrumba / la casa que no supo detenerte”, dice Rosario.

Y Francisco, en su portentoso e implacable libro Odioso caballo / ¿O Dios o caballo?: “Mi casa se cayó del caballo, pero no se calló. / Se cayó de vieja, con sus llaves sin agua / y ratas originarias de otros derrumbes. / […] Pintada de amarillo, como desde hace cien años, / se cayó mi casa, pero no se cayó. / Su voz continúa diciéndome al oído: / “Nunca volverás a vivir en una casa. / También tu porvenir se vino abajo”.

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¿UN EXPLORADOR DEL LENGUAJE, como Jacques Cousteau lo fue de los mares?, le pregunto, si bien pareciera que es el lenguaje el que interpela a Francisco hasta las entrañas y lo ha convertido en su rehén.

“Sí, exacto, algo sí”, se ríe y evoca cómo fue que un simple anuncio de publicidad en el diario Excélsior, él único que llegaba entonces a San Andrés Tuxtla, en el sur de Veracruz, “me salvó de ser un don nadie absolutamente”. “En el diario vi que decía: ‘¿No sabe qué hacer con su imaginación? Escuela Técnica de Publicidad’, y abajo venía la dirección en la colonia Roma. Corté el anuncio en la cantina del pueblo que era de mi abuelo y me fui con mi papá. Le pedí que me diera una última oportunidad, que me prestara dinero para hacer el viaje y que yo me haría cargo del resto. A mis 20 años yo tenía un alcoholismo desbordado y él estaba harto de mí. Me dijo que era la última vez que me ayudaba y que ni se me ocurriera volver si no me enderezaba.”

Así, el joven Francisco se mudó y, gracias a un amigo de su padre que le ayudó a conseguir un empleo en el medio publicitario, logró ‘enderezarse’ iniciando una fructífera carrera de publicista en McCann Erickson; un oficio igualmente creativo que le dio de comer durante 29 años y que finalmente abandonó cuando la suma de premios literarios lo hicieron concentrarse en la poesía, su fiel compañera desde la infancia, al igual que las enfermedades.

“Fui un niño enfermizo, por eso prefería quedarme leyendo que salir a jugar”, dice el poeta, que ha sabido convertir sus dolencias en la mejor literatura, como muestran sus imperdibles Mi vida con la perra, acerca de su depresión, y La isla de las breves ausencias, dedicado a los ataques de epilepsia, además de Mal de Graves, un trastorno autoinmunitario que padeció Leticia –su pareja de vida, fundadora de la galería Arróniz

Arte Contemporáneo.

Concede que su poesía –tierna, sarcástica, de humor corrosivo y despiadada– está más comprometida con los temas de la vida que con la escritura

“Por Leticia daría mi vida”, dice Francisco y afirma que conocerla “me abrió al mundo de la pintura, que yo ignoraba”. La pintura, y la música, en especial el jazz, integran su universo literario que no escatima épocas,

continentes, género ni autores, salvo la novela, que nunca le atrajo. Gracias a Leticia también le dijo adiós al alcohol, “que dejé hace 45 años, si no ya estaría bien muerto”, se burla.

Sobrevivientes ambos del covid: “no sé cómo nos contagiamos”, dice Frank, el virus llegado de China es el motor de un libro en proceso, tentativamente titulado Diario de la pandemia, escrito en dos grandes cuadernos, regalos de su hijo Omar, médico patólogo y padre del pequeño Erick, para que el obligado encierro no sumara desolación a la natural melancolía del poeta. “Toma, para que lleves un diario. Es fácil, hasta yo podría escribir uno…”, lo alentó. Los diarios incluyen el registro de poemas propios y ajenos, aforismos, reflexiones sobre el mortífero mal y la hecatombe en puerta, y cientos de citas de pensadores universales, alternados con sus consabidos dibujos y leyendas publicitarias encerradas en globitos: “Ya párale, güey, no mames”, reza uno de ellos donde el poeta se regaña a sí mismo al ponerse intenso en un verso.

El Premio se creó justamente tres años atrás, el 23 de marzo de 2021.
El Premio se creó justamente tres años atrás, el 23 de marzo de 2021.

EN EL PRIMER CUADERNO, Francisco entabla una disputa poética –o no tanto– con un homeless un poco ido que se ha adueñado de una de las bancas de su parque. Voyerista por naturaleza como todo poeta que se precie, Francisco se obsesiona con la presencia del sin techo, cuyos usos y costumbres dilatados matarían de nuevo al manual de Carreño. Aquí copio un fragmento del Diario que Francisco deja en mis manos para que se lo comente.

“Un homeless dormido o muerto en la banca más visitada. Vacías las mesas del restaurante de la esquina. Canta la sirena de una ambulancia en esta tarde cálida con luz tenue. No tengo nada que decir, nada que escribir, pero escribo. Duelen los huesos de las manos y las rodillas. Para consolidar la depresión no me bañaré. Por supuesto, desayuné a la fuerza. ¿Forzado por quién o por qué? No importa. Me vale sombrilla. Que se vayan todos de una vez al carajo. ¿Dónde queda el hediondo carajo?

[…] El día sigue soleado, pero el homeless guarro que se apoderó de la banca de enfrente, no sólo defeca y orina por ahí. Ahora también se masturba. ¿Por qué sobrevive al hambre y al coronavirus? Se nubla el cielo. Tal vez lloverá por la noche.”

La plática se extiende y Francisco habla del poeta mexicano bruno darío (así, en minúscula), fallecido en 2022 a causa de un tumor cerebral a la edad de 29 años, pero cuya obra ya forma parte de antologías nacionales e internacionales. Francisco alcanzó a escribir la presentación del último y octavo poemario de Bruno, Asolar (Vaso Roto, 2022) y se conmueve: “Es todo un personaje bruno darío y un poeta excepcional, me identifiqué mucho con su prosa y desarrollamos una bonita amistad. Cuando me hicieron llegar su libro, me di cuenta de que estaba ante un poeta muy joven, pero muy grande a la vez. Lo increíble es que nunca lo conocí, aunque éramos vecinos. Él me dejaba una carta en el buzón del edificio y me avisaba con Leti para que la fuera a buscar. Yo bajaba rápido, la leía y le escribía otra. Nunca quiso subir… Sé que saldrá en Nueva York una traducción de sus poemas y qué bueno que su mamá, la psicoanalista Susana Bercovich, se siga ocupando de su obra, porque México lo debe rescatar. Es un poeta extraordinario”.

Hasta ahora, Francisco planea continuar con sus diarios y trabaja en un poema sobre Lezama Lima y Cortázar, mientras que su más reciente libro, de impronta orwelliana-shakespeariana, ¿Cerdo o no ser? (Universidad Autónoma de Querétaro, 2001) casi no estuvo entre nosotros por culpa de la pandemia. Una obra “entre divertida y terrible”, acepta Frank, cuyos protagonistas son los cerdos Jamlet y Ofelia. Ahí, el autor denuncia los estragos causados al planeta y a esas dulces criaturas por la especie (in)humana: “En el principio fue el cerdo. / Después, hacer de la tierra su pocilga / le correspondió al hombre”. Y concluye: “Que toda la vida es sueño / y los sueños, cerdos son”.