El 26 de octubre de 1925 un hombre refirió, en la estación de policía, que había sido atracado:
—Me quitaron el dinero y el sombrero. Hoy por la mañana, que fui al barrio de Tepito esperando encontrar otro sombrero, no encontré sino a uno de mis atacantes, tumbado en los jardines que utilizan los vagos para tomar el sol por las mañanas.
Un ayudante tomaba la declaración en la esquina del despacho. Cuando preguntó al oficial, si debía escribir ‘robo’ en la casilla que consignaba el delito a perseguir, su superior lo fulminó con la mirada: —Raterismo y vagancia.
El Código Penal establece que ‘vago’ es aquel que: “no teniendo propiedades o rentas, no ejerce arte, industria o comercio honesto para vivir, sin tener un impedimento legítimo”. La pena por faltar al Código era pasar algunos meses recluido en San Lázaro, pero se usaba más un discreto método de purga social en que el acusado era enviado en trenes oscuros a las Islas Marías.
Los oficiales M. y R. se acercaron al ladrón del sombrero, sin saberlo, cuando perseguían a un ‘ratero bien conocido’. Estas tres palabras iban escritas en los expedientes de todos los futuros habitantes de las Islas. Perseguían a R. Trejo, homicida de su compadre Luis, muerto a cuchilladas a las afueras de una pulquería.
Su investigación los acercó al barrio de La Merced y, después de una persecución corta y poco heroica, lo detuvieron. Francisco Bárcenas, con el sombrero calado hasta las sienes miró la captura del asesino sin perturbarse, recargado en un zaguán, a pocos metros de los oficiales.
Trejo no volvió a ser visto. Bárcenas se reuniría con él años más tarde, en la barraca a la ladera de un monte, donde vieron por el resto de sus días al sol desaparecer en la inmensidad el mar.
EL 21 DE MAYO DE 1926, se publicó la siguiente nota:
Desmantelan ESCUELA DE VERDADEROS RATEROS.
“En hecho insólito, un operativo de la policía de la Ciudad de México dio con una escuela de verdaderos rateros. El hallazgo de esta institución criminal tuvo lugar en La Merced, que desde hace ya algunos años es señalado como refugio de rateros y otros miembros nocivos para la sociedad. Se detuvo a los alumnos y al profesor: el ratero bien conocido Francisco Bárcenas.
Dentro de una vecindad, donde las familias convivían con los criminales sin sospecharlo, se impartían las lecciones necesarias para aprender las nefandas habilidades de las que se vale el crimen.
La escuela tenía salones, reglamento, incluso ceremonia de graduación, con la que los noveles delincuentes ganaban un lugar en la banda dirigida por el mismo Bárcenas.
El ingenio de esta gente no tiene límites. Prueba de ello es el maniquí encontrado en una de las aulas y que fue incautado por la policía. Un artefacto para aprender el oficio de carterista. Mediante un saco cubierto de cascabeles, el aprendiz de ladrón debía sustraer la cartera sin provocar ruido alguno. Y todavía, para darle un toque más realista a las lecciones, declaró el oficial Armenta en su informe,
los rateros engalanaron su muñeco de prácticas con “un bonito sombrero”.