David Brading investigación y escritura

Hace unos días murió el académico e historiador británico David A. Brading (1936-2024). Conocedor como pocos de la historia de México, desde el periodo colonial hasta el siglo XX, recibió en 2002 la Orden del Águila Azteca. En la Universidad de Cambridge dirigió el Centro de Estudios Latinoamericanos, donde coordinó seminarios y congresos. Antonio Saborit, discípulo de Brading, hace su obituario a partir de una anécdota en el desaparecido Sanborns de San Ángel de la Ciudad de México

David Brading (1936-2024). Foto: wikipedia.com

Al cabo de años de conocerse, aunque con la ventaja de no verse con frecuencia ni mucho menos tratarse, David A. Brading y Colin White dedicaron los primeros cuarenta minutos de su encuentro a discutir sobre la ruta del ruibarbo hacia América la mañana en la que se sentaron a conversar en el Sanborns de San Ángel. Esto ocurrió a mediados de mil novecientos noventa. El resto del tiempo intercambiaron de una silla a otra trascendentales minucias.

La anécdota parece tomada de Naipaul. Contra todo pronóstico, considerando que uno se estableció en Cambridge mientras que el otro permaneció en México, no se perdieron de vista a pesar de las demandas y miserias de las atmósferas universitarias que tuvieron que sufrir ni les pareció algo inocuo el reunirse en San Ángel pues el lugar debió figurar al inicio de su trato. White era ya el profesor de li-

teratura más notable en la Facultad de Filosofía y Letras, y, a diferencia de Brading, vivía para leer y enseñar. En cambio Brading engarzaba proyectos de investigación y escritura, animado por el deseo de ampliar así su cátedra. A ambos los impulsaba la obligación, desde luego heterodoxa, de construir una visión del pasado mucho más completa y densa que la recibida alguna vez de los maestros.

El magisterio de White me puso sobre el camino de John Livingston Lowes y su estudio sobre las fuentes de Samuel T. Coleridge: The Road to Xanadu. A Study in the Ways of Imagination, mientras que el de Brading me condujo a un ensayo de George Kubler, La configuración del tiempo.

La idea de las secuencias postuladas por Kubler en La configuración del tiempo documentaron las rutas de la imaginación de Brading y le sirvieron para explicar incluso su propio desarrollo en el ámbito universitario inglés en la segunda parte del siglo XX. Así lo contó durante una larga entrevista que concedió a la revista Historias (1987). Para entonces él ya era el autor de varias monografías con un claro acento económico y social, como Mineros y comerciantes en el México Borbónico, 1763-1810 y Haciendas y ranchos del Bajío: León, 1700-1860; el compilador de Caudillos y campesinos en la Revolución mexicana, y el minucioso ensayista de Los orígenes del nacionalismo mexicano y Mito y profecía en la historia de México.

En la referida entrevista, Brading omitió mencionar tanto el desasosiego de su más bien fugaz experiencia como profesor en la Universidad de California como el ambicioso proyecto que entonces lo ocupaba: Orbe indiano: De la monarquía católica a la república criolla 1492-1867.

Enrique Florescano, quien conoció bien a Brading, lo llamaba David, ni por asomo Déivid, y en su momento hizo lo posible por encontrarle casa a todos y cada uno de sus trabajos —de ahí que el ensayo sobre el nacionalismo mexicano, traducido por Soledad Loaeza, apareciera en la legendaria colección SepSetentas.

Orbe indiano colocó a Brading en el corazón del muy potente empeño historiográfico del final del siglo XX por resignificar la experiencia cultural, económica y política de la Nueva España en la historia moderna de Europa y América. Y a esta visión panorámica añadió un nuevo asedio regional, Una Iglesia asediada: El obispado de Michoacán 1749-1810, así como un selecto y sugerente conjunto de testimonios documentales, El ocaso novohispano.

Los manuscritos más raros y los impresos más conocidos pasaron por las manos de Brading y no en vano se fijaron en su mente

Brading presentó, en una Feria del Libro de Guadalajara, su libro La Nueva España. Patria y religión. Para entonces seguía resolviendo sus asedios al pasado con el uso alternado del ensayo y la monografía: El Fénix mexicano. La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, Octavio Paz y la poética de la historia mexicana, y Profecía y patria en la historia del Perú. Aprovechando su estancia en México, en compañía de la historiadora Celia Wu, su esposa, Brading consultó en el acervo de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia un título en octavo con la censura al discurso de fray Servando. Ahí lo vi por última vez; y fue la única en que alcancé a poner en las manos de Brading algo casi a la altura de su magisterio: mi edición del primer escrito contra la monarquía española, redactado en español e impreso en Filadelfia en 1794: El desengaño del hombre de Santiago Felipe Puglia. –Sí —dije para atajar su sorpresa—, es anterior a la Carta dirigida a los españoles americanos de Juan Pablo Viscardo y Guzmán –prologada por el propio Brading diez años antes.

Los manuscritos más raros y los impresos más conocidos pasaron por las manos de Brading y no en vano se fijaron en su mente. Su memoria, extraordinariamente pragmática, destaca en el cuidado al seleccionar las palabras de cada frase. Su legado, a resguardo en sus libros, es la visión de un extenso orbe americano en cuyo espacio transitan los numerosos afluentes de una densa, inusitada, mística, violenta e incompleta construcción civilizatoria en la historia moderna de Occidente.