Aquellos primeros de Mayo

Con estas palabras nostálgicas, José Woldenberg evoca los años en que el primero de mayo era una fecha clave para defender los derechos laborales. “Recuerdos son lo único que queda de aquellos lodos que ni polvo han dejado. Casi medio siglo nos separa, y quienes los vivimos es más que probable que los tengamos colocados en el cuarto más oscuro de la memoria. Fueron épocas vividas con enorme intensidad, parte de un proyecto ambicioso, pero el tiempo todo lo empaña y en el extremo lo oscurece y borra.”

Aquellos primeros de Mayo Foto: STUNAM

1975

Se acercaba el primero de mayo. Un grupo de profesores e investigadores de la UNAM fundamos en julio de 1974 el Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM). Habíamos demandado un aumento salarial y sobre todo la firma de un contrato colectivo de trabajo que regulara las relaciones laborales entre la UNAM y sus académicos. Era una época cargada de conflictos, pero también de esperanzas. Lo que algunos llamamos el post 68: un clima marcado por las ganas de participación con miras a transformar “las cosas”, colmado de un resentimiento eléctrico por la cerrazón autoritaria del gobierno.

La ruta para la construcción del Sindicato no fue sencilla: había que convencer y afiliar a docentes e investigadores porque de ninguna manera se quería reproducir las experiencias de los sindicatos que existían solamente en virtud de su registro; fue necesario elaborar estatutos, proyectos de contrato y planes de acción en dilatadas asambleas, congresos y el Consejo General de Representantes, para que los documentos base reflejaran las aspiraciones de los afiliados; resultó imprescindible entrar en contacto con otras agrupaciones de trabajadores para ofrecer y atraer mutua solidaridad; realizamos mítines, marchas, encuentros nacionales de profesores, para respaldar nuestras exigencias. Todo ello en un México de escasa tolerancia y saturado de signos ominosos.

En su primer primero de mayo como Sindicato, el SPAUNAM pretendió manifestarse en el Zócalo, donde acudían la inmensa mayoría de las agrupaciones de trabajadores. Era el acto oficial, pero deseábamos hacernos presentes con la cándida idea de contagiar con nuestras consignas a las masas del proletariado a las que imaginábamos dominadas por estructuras “charras”. No fue posible y junto con otras organizaciones realizamos un mitin independiente en la Casa del Lago.

Pequeño pero entusiasta, marginal pero gritón, así resultó el evento en el que los reunidos festejamos el reciente triunfo de Vietnam y en el que los representantes de las diferentes organizaciones plantearon sus reivindicaciones. Flotaba en el ambiente la ilusión de construir un sindicato que no solamente defendiera los intereses gremiales de sus afiliados, sino que, además, en alianza con otros sindicatos, fuera capaz de multiplicar la fuerza independiente de los trabajadores asalariados, al tiempo que la organización fuera un dique contra las agresiones que, de manera recurrente, en aquellos años, sufrían los centros de educación superior.

1976

Luego de una huelga en la que el SPAUNAM logró el compromiso de la UNAM de firmar unas Condiciones Gremiales del Personal Académico, que regularían las relaciones laborales en la institución, pero sin titularidad, el primero de mayo marchamos en Puebla. No fue casual. En aquel entonces se desplegaba, en condiciones más que difíciles, la lucha de la Tendencia Democrática de los electricistas encabezada por Rafael Galván, y dado que se les había negado la posibilidad de manifestarse en el Zócalo de la Ciudad de México, la Tendencia Democrática (TD) había decidido hacerlo en Puebla. Además, por esas fechas se desarrollaba la huelga en la Universidad de las Américas en busca también del reconocimiento de su sindicato y la firma de un contrato colectivo de trabajo; y unos días antes un grupo de pistoleros había tomado las instalaciones de la Universidad Autónoma de Puebla. Así que había tela de donde cortar. El SPAUNAM marcharía en solidaridad con la TD, la Universidad Autónoma de Puebla y los sindicalistas de la Universidad de Las Américas.

Viajamos en camiones y coches. Llevamos mantas, carteles y volantes. La caravana fue festiva y la jornada gozosa. Primero marchó la que podríamos denominar la columna oficial y después la independiente donde iban delegaciones del sindicato de electricistas, del sindicato de la Universidad Autónoma Metropolitana, del sindicato del Infonavit, de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos, estudiantes y, por supuesto, nosotros. Nos sentíamos parte de una potente ola organizativa que impulsaba un proyecto de país más justo y democrático.

Hoy

Demasiado tiempo ha transcurrido. Varios y muy queridos compañeros de aquellas jornadas han muerto. El Sindicato, que luego se fusionó con el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad (STEUNAM) para dar paso al STUNAM, hoy es el titular del contrato colectivo de los trabajadores administrativos, pero se olvidó que una de las misiones fundamentales de la organización era la defensa de las universidades públicas, ya que no deben (porque sí pueden) ser concebidas como una empresa cualquiera. Son los centros de enseñanza, investigación y difusión de la cultura a los que hay que fortalecer y de ninguna manera vulnerar.

De aquellos afanes pocos, muy pocos, se acuerdan. Así suelen ser las cosas. Lo que en un momento fue relevante (por lo menos para quienes lo vivimos), el paso de los años no sólo lo adelgazó sino que lo convirtió en humo.