Hace cien años, un cartel creado en el marco del décimo aniversario del inicio de la Primera Guerra Mundial se erigió como manifestación en contra de todos los conflictos bélicos. “Nunca más la guerra” es la frase que aparece en este pliego grabado, acompañada de un joven que levanta su puño. Se trata de una obra de la expresionista Käthe Kollwitz. Resulta muy pertinente que, en el centenario de esta icónica obra gráfica, el MoMA de Nueva York presente una retrospectiva dedicada a esta artista, y más relevante aún recordarla ahora, en esta semana en la que se celebra la maternidad vale la pena repasar su carrera, pues fue una pintora y grabadora que usó frecuentemente este motivo para hacer un arte de protesta.
Nacida en 1867 en el seno de una familia socialista, la carrera artística de Kollwitz estuvo siempre atravesada por una gran conciencia social y compromiso político. Habiendo estudiado en Berlín y Munich, Käthe también entró en contacto con los movimientos artísticos de fin de siglo, los cuales desde su trinchera también rechazaban el status quo y comenzaban a experimentar con nuevas formas y técnicas plásticas.
Pero el punto de quiebre de la vida y obra de Käthe Kollwitz se dio en 1914, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, cuando su hijo Peter murió en el frente de Flandes. A partir de entonces, las imágenes de la maternidad y la niñez se van a convertir en un vehículo de denuncia recurrente en su trabajo, sobre todo en el grabado, medio en el que destacó prodigiosamente.
Mientras sus contemporáneos destacaban a la figura del soldado para señalar los horrores de la guerra, Kollwitz volteaba la mirada a las víctimas más vulnerables de la violencia. Otto Dix, por ejemplo, dedicó un gran corpus de obra a retratar las infames condiciones de las trincheras; Ernst Ludwig Kirchner, entre tanto retrató las mutilaciones con las que volvían los hombres del frente; Käthe, por su parte, representó mujeres embarazadas contemplando el suicidio, madres sosteniendo a sus hijos muertos, o abrazando niños pálidos y desnutridos. Hay en estas imágenes un reconocimiento de su propio dolor.
Kollwitz había explorado en su obra las dificultades de la maternidad aún antes de vivir su propia tragedia. Sensible a la crueldad de la realidad que enfrentaba la clase obrera, encontró inspiración en las mujeres que visitaban el consultorio de su esposo, médico socialista. Ya desde la primera década del siglo xx aparecen en sus grabados, dibujos y pinturas esas mismas imágenes de madres desesperanzadas, e incluso de la vulnerabilidad de las mujeres frente a las múltiples violencias que enfrentan; así la violencia doméstica, la inequidad en las labores domésticas, la explotación laboral en un mundo ya plenamente industrializado y la desigualdad se conjugan en imágenes desgarradoras, no sólo por la capacidad que tiene la artista para transmitir la miseria y desesperanza de sus personajes, sino, sobre todo, por su vigencia.
Las maternidades de Käthe Kollwitz muestran una crítica aguda a su presente, pero también una enorme preocupación por el mundo que será heredado. Y eso la vuelve más relevante que nunca.