André Maurois dijo que “La lectura de un libro es un diálogo incesante en el que el libro habla y el alma contesta”. Hace algunos días, en México, se develó un espejo terrible que nos regresó la imagen de nuestra situación frente a los libros: cada vez menos almas contestan.
En los últimos nueve años, disminuyó 14.6 por ciento la población lectora. De maneras cada vez más sofisticadas nos alejamos de los libros y al mismo tiempo se publican más libros en un año de los que cualquier persona sería capaz de leer a lo largo de su vida.
Atados a una pantalla miniatura a la que recurrimos sin descanso, de manera frenética y obsesiva, hemos perdido como sociedad los espacios silenciosos, la reflexión y la calma necesaria para leer.
En su libro El valor de la atención, el periodista y escritor Johann Hari lo dice de este modo:
La vida es complicada, y si queremos entenderla, debemos dedicar una cantidad de tiempo considerable a pensar en profundidad sobre ella. Debemos bajar el ritmo. Existe un valor en dejar atrás nuestras otras preocupaciones y limitar nuestra atención a una cosa, frase tras frase, página tras página. Merece la pena pensar en profundidad sobre cómo viven otras personas y cómo funcionan sus mentes.
Y para eso no hay más que tomar un libro, dejar a un lado el celular y leer, leer, leer.
EN LOS ÚLTIMOS NUEVE AÑOS, disminuyó 14.6 por ciento la población lectora en México, al pasar de 84.2 por ciento en 2015 a 69.6 en 2024. Además, se redujo el número de libros promedio leídos en ese mismo periodo, de 3.6 bajó a 3.2 por ciento, de acuerdo con las cifras que dio a conocer durante el Día Mundial del Libro el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) a través del Módulo sobre Lectura (Molec).
El móvil de las lecturas de los encuestados está enfocado principalmente a fines de entretenimiento, 41.4 por ciento en 2024, seguido de trabajo o estudio, 23.4 por ciento; cultura general, 23.2 por ciento, y religión, 10.6 por ciento. La literatura sigue siendo la joya de la corona entre los lectores, al registrar este año 39.4 por ciento; en segundo lugar están los libros de autoayuda, superación personal o religiosos, con 31 por ciento; le siguen libros de consulta de alguna materia o profesión, libros de texto o de uso universitario, con 29.6, y manuales, guías o recetarios, 7.9 por ciento.
Por grupos de edad, quienes cada vez leen menos son las personas de entre 45 y 54 años y los de 65 años y más. Los primeros pasaron de 84.6 por ciento en 2015 a 64.5 por ciento en 2024, y los segundos, de 71.3 a 53 por ciento. Mientras que el grupo de 18 a 24 años presentó la menor caída, con 6.5 puntos porcentuales.
El descenso de la población lectora se pronunció más entre los hombres, pasó de 86.7 en 2015 a 69.9 por ciento en 2024. En el caso de las mujeres, disminuyó de 81.9 a 69.3 por ciento.
Gabriel Zaid escribió en Los demasiados libros, un clásico publicado en 1972, lo siguiente:
¿Y para qué leer? ¿Y para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada. Decir: Yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero ¿no es quizá eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes.
Atados a una pantalla miniatura a la que recurrimos sin descanso, de manera frenética y obsesiva, hemos perdido la calma necesaria para leer
¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales.
Y también nos advierte: “De no frenarse la pasión de publicar, vamos hacia un mundo con más autores que lectores”.
El libro de Zaid es un balde de agua fría, pero a diferencia de los resultados del Módulo sobre la lectura, el crítico mexicano ofrece también soluciones y entonces su baldazo nos refresca. No podemos claudicar. En uno de los últimos capítulos, leemos:
San Agustín cuenta en las Confesiones que recibió del cielo un mensaje cantado: “Toma y lee”. Abrió al azar las Epístolas de San Pablo y se encontró con unas frases que parecían escritas para él, que respondían a sus angustias y cambiaron su vida. Habría que organizar a los ángeles para que den este servicio a todos los lectores. Hay infinitos libros e infinitas personas. ¿Quién puede humanamente combinar estos dos infinitos y anticipar la lista de encuentros predestinados por el contenido de un texto y la historia personal de un lector?
Tal vez sea tarea de nosotros mismos, los lectores, tejer la red que siga haciendo de los libros algo así como un mensaje celestial.