Steve Albini (1962-2024) El filósofo más radical del DIY

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

BIG BLACK SONGS ABOUT FUCKING Foto: Cortesía del autor

Si alguien tuvo una ética extrema de trabajo dentro del rock, ése fue Steve Albini.

Nadie me dijo que tenía que hacer esto. No es algo que me impusieron. Nadie me dijo que tenía que ser responsable de todo esto o que tenía que ponerme en una posición en la que hubiera mucha gente contando conmigo. Eso fue una consecuencia de la trayectoria que elegí. Soy yo el que decidió abrir un estudio de grabación. Soy yo el que decidió hacer de esto el trabajo de su vida. Soy yo el que decidió que se tomaría en serio sus obligaciones con las bandas. No puedo quejarme con nadie de las circunstancias en las que me encuentro porque yo me preparé para esto. De hecho, disfruto mi trabajo. Cuando alguien me dice ‘trabajas demasiado’, es una afirmación sin sentido. Me suena literalmente como un ruido incomprensible cuando alguien me lo dice. Es como que alguien te diga ‘Luis, te estás divirtiendo demasiado. Luis, estás logrando demasiadas cosas. Te estás esforzando demasiado por alcanzar la grandeza, es poco saludable’.

Así explicaba Albini en 1998 la compulsión por su labor en el estudio de grabación. Una conducta que rebasa lo workaholic, para abrazar la esclavitud. Una a la que el músico y productor se entregaba sin lamentarse.

Ese año produciría, aunque odiaba el cargo de productor, siempre pedía figurar en los créditos como mozo de la limpieza, un buen ejemplo de lo que él consideraba grandeza. El disco Walking Into Clarksdale de Robert Plant y Jimmy Page. El regreso del cincuenta por ciento de Led Zeppelin. Para el que sordearon a John Paul Jones. La elección de Albini no podía resultar más extraña. Albini, que había formado parte de la punkísima banda Big Black, musicalmente se encontraba en el extremo opuesto. Pero la combinación fue una bomba. El resultado fue uno de los mejores regresos de la historia de la música. Cualquier otro productor que hubiera trabajado con puros grupos provenientes del underground podría haberse intimidado ante semejantes leyendas. Pero no Albini. En 1998 apenas si dormía dedicado a su estudio Electrical Audio.

No tengo trabajo en el que pueda tomarme tiempo libre. Mi tiempo se reserva con meses de anticipación. Es una especie de broma recurrente acá, pero si quisiera enfermarme tendría que agendarlo, porque no puedo faltar al trabajo. Hay muchos motivos, pero principalmente es una cuestión de respeto hacia los demás. Si hay personas que llevan tres o cuatro meses esperando pacientemente para grabar su disco quiero darles lo previsto. No quiero defraudarlos y decirles ‘bueno, necesito un poco de tiempo para mí. Sé que llevan años ahorrando y que están hace meses trabajando en esas canciones y que esperaron casi todo el año a que llegara este momento y que esta es su propuesta artística, lo único que van a poner bajo la almohada cuando sean viejos, pero ahora tengo ganas de ir a jugar boliche’. Ése no sería un comportamiento responsable, no sería tomarme en serio a la gente que confió en mí para que cargara con su responsabilidad artística por un tiempo.

Hace unos días, Albini sucumbió a su tren de vida por culpa de un repentino infarto. El dueño de esa visión que privilegiaba la vida en el estudio ante todo, se ha ido. Y su pérdida es una verdadera tragedia para la música. Duele pensar en los cientos de bandas con las que seguro Albini trabajaría en el futuro. Algunas incluso todavía no se han formado. Y ni hablar de las bandas que seguro ya estaban esperando para ser grabadas por él desde hacía meses. Sólo la muerte pudo evitar que Albini no se hiciera cargo de la chamba. Y qué suerte ahora la de todos aquellos que consiguieron trabajar con él en los últimos años. Como es el caso de la banda mexicana Austero. Un trío de morros de Chihuahua.

Además de producir cientos de bandas y barrer el estudio a diario, Albini tuvo tiempo y energía para desempeñarse como músico

Albini saltó a la fama como productor sobre todo por haber sido el responsable de la grabación de In Utero de Nirvana. Pero la verdad es que Geffen nunca estuvo contento con el resultado y buscaron a otra persona para que se encargara de la mezcla. En su libro Serving the Servant, Recordando a Kurt Cobain, Danny Goldberg cuenta que Cobain quería sacar el disco con la mezcla de Albini. Pero al final se dejó convencer de que le dieran una maquillada extra. La disquera ninguneó el trabajo de Albini, por algo odiaba a los grandes sellos. Sin embargo, el curriculum de Albini es tan poderoso que si nunca hubiera colaborado con Nirvana su legado sería igual de grande.

“Me cambió la vida”, expresó P.J. Harvey sobre su interacción con Albini en Rid of Me. Uno de los discos que sentaron su reputación como el hombre de la consola. Al igual que Surfer Rosa, el debut de los Pixies. Trabajó con Fugazi, con Helmet, con Jarvis Cocker. Y nunca perdió la humildad. Nunca se subió al ladrillo. Cobraba por su trabajo una sola vez. Nunca aceptó recibir regalías. Su manera de pensar proviene de la filosofía punk Do it Yourself. Una escuela que originó muchos sellos independientes, que no indies, a lo largo de Estados Unidos, como Subpop o Dischord. Y a bandas que jamás quisieron formar parte de un sello multinacional. Grupos como Black Flag se convertirían en estandarte del diy. De esa forma de conducirse es de donde Albini bebió el agua que lo convirtió en la clase de fanático que era, para bien.

Además de producir cientos de bandas y barrer el estudio a diario, Albini tuvo tiempo y energía para desempeñarse como músico. Y en sus credenciales brilla Songs About Fucking de su banda Big Black. Y por si fuera poco le sobraba tiempo para la militancia. Nunca perdía oportunidad para levantar el puño contra los grandes sellos. Incluso se llegó a pelear con Sonic Youth públicamente. Los acusó de vendidos. Si alguien nunca pasaba desapercibido era Albini. Ni como agitador, ni como músico al frente de su potentísimo proyecto Shellac o como el hombre en la sala de mezclas. Y aunque nunca dejaba de trabajar, tenía tiempo para darse sus escapadas. Poco antes de morir estuvo en Guadalajara para participar en una charla. Qué suertudotes todos los que tuvieron la oportunidad de estar ahí.

Albini nunca tuvo la razón en todo. Sonic Youth no se convirtió en una mierda por firmar con una trasnacional. De hecho, sus mejores discos los hizo para Geffen. Washing Machine, A Thousand Leaves y Sonic Nurse. Y tampoco todas sus asociaciones fueron sensacionales. Su colaboración con los Manic Street Preachers por ejemplo. Journal for Plague Lovers parecía el trabajo perfecto para Albini. Un disco con puras letras del desaparecido Richey James Edwards. Que buscaba regresar a ese sonido de los Manics de The Holy Bible. Y sin embargo, es un disco desangelado, sin la furia que se supone que debería imprimirle el productor punk por excelencia.