LA CIENCIA
Como he intentado subrayar, en el corazón de la ciencia hay un equilibrio esencial entre dos actitudes aparentemente contradictorias: una apertura a nuevas ideas, por muy extrañas y contrarias a la intuición que sean, y el examen escéptico más implacable de todas las ideas, viejas y nuevas. Así es como se aventan (sic) las verdades profundas de las grandes tonterías. La empresa colectiva del pensamiento creativo y el pensamiento escéptico, unidos en la tarea, mantienen el tema en el buen camino. Esas dos actitudes aparentemente contradictorias, sin embargo, están sometidas a cierta tensión. […]
Si uno es sólo escéptico, las nuevas ideas no le llegarán. Nunca aprenderá nada. Se convertirá en un misántropo excéntrico convencido de que el mundo está gobernado por la tontería. […] Como los grandes descubrimientos en los límites de la ciencia son raros, la experiencia tenderá a confirmar su malhumor. Pero de vez en cuando aparece una nueva idea, válida y maravillosa, que parece dar en el clavo. Si uno es demasiado decidido e implacablemente escéptico, se perderá (o tomará a mal) los descubrimientos transformadores de la ciencia y entorpecerá de todos modos la comprensión y el progreso. El mero escepticismo no basta.
Carl Sagan, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la obscuridad, trad. Dolores Udina, Editorial Planeta, Barcelona, 2000.
COLADERA
Las coladeras son bocas con sonrisas chimuelas. Las coladeras han perdido los dientes de tanto que las pisamos. Sin coladeras la vida sería demasiado hermética. Las coladeras están a nuestros pies. Las coladeras son las bocas de fierro de la ciudad. Las pobres coladeras están ciegas. Las coladeras son pura boca. Las coladeras se ríen de los nocturnos solitarios. De coladera en coladera se llega a la colonia Roma. Las coladeras son amigas de los borrachos.
Por las coladeras se entra al otro Distrito Federal. Las coladeras envidian a las ventanas. Las ventanas nunca miran a las coladeras. Las coladeras son simpáticas, aunque eructen muy feo.
Guillermo Samperio, “Para escoger", Maravillas malabares, ed. Javier Fernández, Cátedra, 2015.
GALA Y DALÍ
En los primeros días de agosto de 1929, Gala y el poeta Paul Éluard viajan al Ampurdán junto a René Magritte y Camille Goemans, acompañados de sus respectivas parejas. El joven Dalí, de piel aceitunada, ejerce de anfitrión. Gala no lo conocía en directo y el primer encuentro resulta catastrófico. “Ese chico es un coprofílico desequilibrado”, comenta. Desde el primer instante, la reacción de Dalí ante Gala es anómala. Cada vez que intenta hablar con ella lanza una risa histérica. Al día siguiente del primer contacto, el pintor decide asombrarla con algo más y demostrando un surrealismo de la mayor pureza se afeita las axilas, las unta de azul, escoge unos pantalones de lino blanco vueltos del revés y se lanza de costado a una montaña de estiércol con un salto impecable. Una vez rematado el ritual se presentó ante Gala con una margarita pinzada de una oreja para ofrendar devoción a la nueva diosa. No se volvieron a separar. “Amo a Gala más que a mi padre, más que a mi madre, más que a Picasso y más incluso que al dinero” afirmó Dalí.
Antonio Lucas, “Gala Dalí, el placer de ser enigma” en Vidas de santos, prol. Raúl del Pozo, Círculo de Tiza, 2015.
COLETTE MAQUILLISTA
Cuenta Daria Galateria en su libro que, en algún momento de su vida, la escritora Colette quiso ser maquillista para salvar a las mujeres ‘de la pérdida del placer y del terror a envejecer’. “Con ayuda de algunos inversionistas inauguró un local especial para ello en 1932. […] ‘Encuentro bellísimas a las mujeres cuando emergen bajo mis dedos de escritora’, aseguraba Colette; ‘sé lo que hay que poner en la cara de una mujer tan aterrorizada, tan llena de esperanza, en su declive’. En agosto de ese mismo año, la escritora abrió una filial en Saint-Tropez y otra en Nantes. Se pasó el año viajando, ofreciendo demostraciones de sus productos en las ferias comerciales de provincias y en los grandes almacenes. Las clientas, sin embargo, le llevaban sus libros para que los firmara, y a menudo acababa su jornada de esteticista con una conferencia literaria en el ayuntamiento.”
Daria Galateria, Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, trad. Félix Romeo, Impedimenta, 2011.
GAMBORIMBO
¿Quién no sabe que las toallitas húmedas que los desaprensivos tiran a los retretes obstruyen los bajantes, revientan las arquetas y atascan las alcantarillas? Dentro de las cloacas crecen monstruos de celulosa fecal que colapsan los intestinos de las grandes ciudades y que llegan a pesar toneladas cuando emergen a la superficie. […] Pues bien, ¿por qué el personal usa las dichosas toallitas? No hay que ocultar la verdad: para limpiarse la cochambre después de hacer aguas mayores, y en particular esas persistentes bolitas de papel higiénico adheridas a la pelambrera de aquellas regiones. ¿Y existe algún sustantivo que defina dichas bolitas? […] en nuestra lengua los mexicanos las llaman “gamborimbos”.
Mucho antes que un meteorito impacte contra nuestro planeta, la Tierra podría morir de sed por culpa de los “gamborimbos” que envenenan el agua. Sin duda los “gamborimbos” acaban con los amables caimanes que viven en las redes del alcantarillado y por eso deseo que las redes sociales también sean un esplendor de “gamborimbos” para que los algoritmos de la rae los recojan en la gran toallita húmeda del habla contemporánea. ¿Qué más da que se trate de un mexicanismo si ningún hispanohablante desea llevar uno incrustado? En este caso es bueno ver el “gamborimbo” en el ojo ajeno, porque a nadie le gustaría tener una viga en el mismo sitio.
Fernando Iwasaki, Las palabras primas, Páginas de Espuma, 2018.
SILENCIO FUTBOLERO
El silencio es más bien una idea. Un sentimiento. Una representación mental. El silencio que nos rodea puede albergar mucho, pero para mí es más interesante el silencio que llevo dentro. Un silencio que, en cierto modo, creo yo mismo. De ahí que ya no busque el silencio absoluto a mi alrededor. El silencio que busco es una vivencia personal. Le pregunté a un delantero de futbol por su experiencia de los sonidos que llegan al césped desde un estadio abarrotado cuando le da de lleno a la pelota y ésta sale zumbando hacia la portería. Un instante después de chutar no oye absolutamente nada, aunque el ruido en el campo es ensordecedor. Enseguida se le desata la alegría por dentro. Él es el primero en saber que va a ser un gol. Un instante después es como si todo continuara en silencio en el estadio. Los siguientes en comprender que el balón ha traspasado la línea de meta son sus compañeros de equipo, y entonces se da cuenta de que están gritando de alegría. Acto seguido lo comprenden también los hinchas, y en ese momento ruge ya el estadio entero. Todo eso dura un segundo o dos. Naturalmente, en el campo no ha parado de resonar el estruendo.
Peter Handke, Ensayo sobre el lugar silencioso, Alianza Literaria, 2015.