Era urgente tener una cita conmigo misma. Me exigí seriedad para hablar sobre asuntos pendientes con los que no hemos podido, yo y yo, ponernos de acuerdo. Nos comprometimos formalmente a abordar las diferencias de manera abierta y sensata, a mostrar empatía y comprensión, enfocarnos en soluciones para resolver nuestros conflictos de manera efectiva.
Elegí un entorno neutral, adecuado y tranquilo, el viejo bar cerca de casa, el que nos encanta. Llegué a tiempo, a la hora señalada; me senté al extremo de la barra. Crucé las piernas, me quité el suéter para estar más cómoda y fresca, fingí estar relajada. Al fondo, desde el altavoz de un tocadiscos antiguo, sonaba Serge Gainsbourg, je t’aime moi non plus, su voz abarcaba el espacio, buscando un eco que no halló. El vinilo crujía, la aguja chasqueaba y recorría los surcos del LP, el zumbido del motor giratorio se metía por mis oídos. Le di un sorbo al whisky en las rocas que había ordenado para lidiar con los nervios previos a la charla incómoda. Vi de reojo que alguien llegaba, reconocí los pasos, se acercó. Era yo.
Me coloqué a mi lado, yo frente a frente a yo. Nos llamamos por nuestro nombre, nos dimos la mano, un abrazo. Ofrecí un trago, pediste lo mismo que yo, pero doble, con agua mineral y más hielo. Mi blusa blanca abotonada parecía sofocarte, tu falda oscura y larga me daba calor. Brindamos, chocamos los vasos, chin chin. Me fijé en los detalles, en las facciones, la cara, nariz, boca, en el incierto color de los ojos. No somos gemelas, aunque lo parezca, te comenté; ya lo sabía, es evidente, míranos, fue lo que respondiste. No sé qué hacer contigo, nos dijimos la una a la otra, con preocupación.
Comencé a hablarte sobre las noches en vela e insomnio. Me meto a la cama, duermo profundamente y, pasada la medianoche, me despiertas con tus ideas fascinantes, nos mantienes así hasta la madrugada, con la cabeza dando vueltas. Enciendo la computadora, empeñada a no procrastinar más, me susurras la trama de una novela, te desesperas, cierras la pantalla, me bloqueas la creatividad. Yo escribo, tú desescribes. Nos pedimos opinión para todo, me contradices, somos mutuamente excluyentes y concurrentes. Debatimos qué hacer, ninguna puede actuar por su cuenta, me da por callar y tú hablas mucho. Si me enojo, me calmas; si vienen las risas lloras sin razón. No nos comprendemos. Cuando me da hambre, tú te empeñas en hacer dieta para dejarnos en el esqueleto existencial. Despilfarras los ahorros, yo cuido los gastos. No. Sí. No sé. No logramos determinar quién tiene la razón. Quedamos en un silencio compartido, imposible de sostener.
El verdadero y grave problema por el que nos hemos reunido es que amamos al mismo hombre. Somos rivales y cómplices, círculo vicioso de un trío pasional e imposible, deseos incontrolables, opuestos. Discutimos qué hacer contigo, llegamos, por fin, a una resolución. Decidimos dejarte, objeto de discordia y deseo, te sustituiremos por otros dos para duplicar el disfrute de ambas. Mujer precavida sale con dos.
*Te invito a mi siesta.