Imagínate que tuvieras la oportunidad de toparte en un bar con Nikki Sixx, Ozzy, Sebastian Bach, Alice Cooper, Lita Ford, David Lee Roth y toda la pandilla que durante los ochentas dominó la escena rockera mundial. Una gran fiesta en la que te colaste por accidente. Transitas de mesa en mesa, como si de capítulos de un libro se tratara, escuchando, entre trago y trago, las anécdotas que todos estos personajes tienen para contar sobre sus años a cargo del negocio. Historias divertidas, ridículas, peligrosas. Escuchas de viva voz a Dee Snider hablar de los años anteriores al estallido del hair metal, a Bret Michaels confesar el arduo camino que Poison tuvo que recorrer para llegar a la cima, a Duff McKagan contarte la génesis de Guns N’ Roses. En resumen: nada más que los buenos tiempos. Los viejos buenos tiempos en que la laca en el pelo era sinónimo de éxito.
Pues síguetelo imaginando. Porque, a menos que seas un promotor de alto pedorraje, o de que seas una megaestrella como Gene Simmons, eso nunca va a pasar. En primer lugar, porque para reunir a toda la pléyade de protagonistas de la década en un solo lugar necesitarías un presupuesto diez o quince veces más abultado del que desembolsaron para congregar a los artistas que grabaron We are the world. Ni siquiera en los premios MTV confluyeron tantos y al mismo tiempo. Es muy probable que hayan pasado alguna vez por el Whiskey a Go Go. Pero para aquellos que conocemos es hoyo fonqui, no hay espacio suficiente ni el diez por ciento de la plantilla. Donde sí caben y pueden descoserse a sus anchas es en Nöthin’ but A Good Time. La historia sin censura de la explosión del hard rock de los 80 (Neo-Person, Neo-Sounds, 2022).
Entonces, como la posibilidad de que escuches las confesiones de estos monstruos del rock en algún tugurio (hoy más monstruos que rock), es más remota que la cura contra la hipertensión (que muchos de estos héroes agradecerían), es mejor que te zambullas en las páginas del libro de Tom Beaujour y Richard Bienstock, tanto si eres un fan del hair metal como si no. Sobre todo, si no. Aquí no cabe esa barrabasada de que el vino entre más viejo mejor. Porque ninguno de estos forajidos fue cultivado en viñedos. Al contrario, florecieron en la agreste calle. Sin embargo, viejos y resacosos, han sido revalorizados por una generación que continúa abarrotando las giras de leyendas como Mötley Crüe.
AL HAIR METAL LO MATÓ EL GRUNGE. Y el grunge se murió solo. Pero ni uno ni otro estaban tan muertos como pensábamos. Basta plantarse un sábado por la noche en el Whiskey para emprender un viaje en el tiempo. En las calles podrá reinar la música de Taylor Swift o de Peso Pluma, pero adentro la banda sobre el escenario vestirá como émulos de Warrant sonará más a Cinderella que los originales. La explicación de por qué la cultura glam rock se resiste a extinguirse, está compendiada en las más de 500 páginas de entrevistas a las huestes del metal ochentero contenidas en Nöthin’ But A Good Time.
Como bien siguiere Corey Taylor en el prólogo, era un mundo de sexualidad que invitaba a creer que la vida era mejor que la que nos inculcaban nuestros padres. No importa cuán guarros, horrendos y frívolos nos pareciera el look de los rockeros. Que parecían más un comercial viviente de la industria del makeup que héroes de la guitarra. No pasaría mucho para que todo mundo se avergonzara de haber admirado a una panda de maleantes que lucían como Laura León o Lucía Méndez en drogas. Una década después, parecía que todo había acabado. Y en cierto sentido terminó. Pero decía que no importaba porque muchas de las canciones que produjo el hair metal eran oro puro. Y resistieron todos los cambios de estilo imaginables. Las rocolas de todo el mundo continuaron hasta nuestros días embarazadas de “Home Sweet Home”, “Living on a Prayer”, “Rebel Yell” y decenas más.
Configurada como una biografía coral, Nöthin’ But A Good Time no sólo es la historia del hair metal contada por sus perpetradores. Se puede leer también como una comedia fulminante, repleta de pasajes inolvidables, momentos divertidísimos, mucha adrenalina y una buena dosis de tragedia. A quién no le gusta reírse. A quién no le gusta la sensación de no poder soltar un libro. Algo que casi ya no ocurre en estos tiempos de adicción al celular. Este libro tiene ese poder. Que no te guste el glam rock no es un pretexto. Que no tengas idea de quiénes son estos personajes tampoco. En estas páginas hay más aventura que en El señor de los anillos. Hay más animales que en Narnia. Y más magia que en Harry Potter.
Pero también se puede leer como la historia de cómo fue que una era musical sucumbió de la noche a la mañana. De cómo la industria le cerró el camino a una corriente y las estatuas de los próceres fueron derrocadas. De cómo algo, que parecía ser eterno, se desgastó en un género que se masificó tanto que rayó en la caricatura. Tal como ocurre siempre que un producto vende. Se le exprime hasta volverlo vacuo. El drama de los músicos que llegaron a la cima y despilfarraron sus millones en carros deportivos o mansiones en Malibú. En el que sólo los más inteligentes, y los que tenían contadores vigilándolos, lograron sobrevivir tanto para aguantar a que los viejos fans, ahora convertidos en cincuentones y sesentones, volvieran a reclamar por el revival. Nadie quería que el regreso de Cobra Kai se musicalizara con nuevas canciones. Estaba escrito en piedra que debía marchar al ritmo de “Here I Go Again”.
PODRÍA PEGAR AQUÍ párrafos y párrafos de los testimonios que nutren las páginas de Nöthin’ But A Good Time. Para darles un bocado. Para que tuvieran una muestra que los animara a leerlo. Pero honestamente no he podido seleccionar algunos. Porque quisiera ponerlos todos. Algunos son divertidos, otros cruciales y la mayoría indispensables. No hay desperdicio. Y como bien anuncia la portada: Sin censura. Aquí se cuenta todo. Los buenos momentos. Y los malos. Las pésimas decisiones. Los millones de dólares consumidos en drogas. Y lo que sospechábamos es cierto. La mayoría de los rockeros no son brillantes. Pero de eso se trata ¿no? Los mitos no se crean con licenciaturas.
Hubo una época en que se pretendía sepultar a los ochentas. En la que todos querían olvidar los cortes de cabello. Si eso no ocurrió fue gracias a la música. Al hair metal. Pero también al pop. Y a la música disco. Con esto no quiero decir que deseo que vuelvan. Pero sin ellos no habría un Shout at The Devil o Appetite For Destruction. Y sin ellos esos años habrían sido muy aburridos. Y más ñoños de lo que fueron. Y nos hubiéramos perdido de la oportunidad de vestirnos como nuestras primas.