La noticia agarró vuelo y alborotó a todos en el internado. Entonces Pánfilo se aprestó a organizar algo que los distrajera, no se les fueran a colar ideas de esas en la choya a los chamacos y una mañana resultara que se le escaparon en estampida a seguir al compañero en andares que no son de aquí, a plagarse de costumbres que corrompen las almas jóvenes a base de puro chingadazo. Porque si alguien tenía empuje era Reyes, todos le querían seguir los pasos.
Así nació el Cineclub. Cada jueves por la noche. En jueves tenía que ser porque la Rapidita va y viene con encargos los miércoles y ése era el día que Pánfilo podía mandar traer, directito de Guachochi, la ciudad de la Sierra Tarahumara (Creel es para puro turista y está más lejos) una película VHS del Videocentro Video David. Allí mero ofrecen, por una módica suma,lo más nuevo del cine nacional y también internacional. Claro que la calidad no es lo que se dice sobresaliente, a veces la cámara brincotea o se escucha la risotada del que graba la piratería,pero en general los estrenos se veían casi bien y eran muy entretenidos. Duró muchos años.
Por eso Matiana pudo ver, junto con su comadre Cristina (recién amadrinó a su niño, Cirilo), Brujas, que según les contó Pánfilo era un libro de un tal Roaldál.
—¿Cómo se te ocurre, Pánfilo? Ponerle eso a los bukitos… Andan todos azorrillados, durmiendo de dos en dos en las literas, abrazaditos los pobres, viendo bien fijo la cara de cada maestro como tratando de descubrir si uno no será bruja y se pasea por ahí viendo a qué hora convierte a un niño en ratoncito —la Cristina cansada de consolar escuincles por noches enteras—. Unos hasta desconfían de mí.
Pues cómo no iban a ponerse así. Si la tele recién la trajeron al internado de los maristas y hasta que no empezó el cineclub sólo se usaba para la Telesecundaria en las tardes. Y luego va Pánfilo y les pone esas cosas. Si cuando vieron la película de Karate Kid hasta hubo unos que le pedían lavar la troca del internado todas las mañanas, diario, diario, que por favor, que yo se la dejo limpiecita, pero si limpia está, ándenle, pues, muchachos, pero no lleguen tarde a clase. Y ahí se miraban, un grupillo, cada quien con un trapo dándole a la pulida de las ventanas como si fueran pupilos del mismísimo míster Miyagi… El colmo fue cuando se pusieron a practicar patadas voladoras encima de las literas, hasta que uno se cayó y se abrió la ceja… habrase visto. ¡Carajo! ¡Ésas son chingaderas!
Pero a Pánfilo le hacía gracia. Se divertía horrores contándole por las tardes a Juancho las ocurrencias de los chamacos. La de pendejadas que decían nomás por ver películas.
—Van a pensar en sus casas que los estás volviendo locos —Juancho que no es tan bruto como parece a veces.
Pánfilo lo pensó y mejor invitó a los padres a eso del cineclub, que se volvió cosa familiar, y ya las mamás se enteraron por qué llegaban sus hijos a la casa a decir tanto sinsentido. Ahora que todos iban ya entendían esos cuentos de peces habladores, muñecos que se amonstruan con el agua y demás barbaridades que salen en la pantalla. Además era gratuito. Qué le hace que tuvieran que apretujar sillas, bancas y hasta cubetas para sentarse bien arrepegados unos de otros; valía la pena con tal de asomarse a mundos que jamás se hubieran imaginado.
La favorita de Matiana fue Bailando con Lobos. Ojalá, deseaba, a Reyes le pasara como al teniente gringo ese que al final sí comprende que no
está bueno andar de soldado, que está mejor arrimarse a la vida sencilla, como le hizo Montejo, que también es Lobo y entiende a los indios. Pero su hermano no lo comprendió antes, y ahora menos, pues anda metido con el ejército, haciéndole al revés que el actor de la película; dejando su pueblo para asirse de un cuerno de chivo.
A Cristina le gustaban más Los Cazafantasmas, Volver al futuro y Duro de matar. No leía nunca los subtítulos, pero ni falta que le hacía, ella nomás iba poniendo en la boca de los personajes lo que se le iba ocurriendo, y cada vez que repetían la función, tampoco había tanta variedad de videocasets, la historia la acomodaba como mejor le parecía. Ya en la noche le contaba a Pánfilo la película que ella había visto, y a veces hasta era mejor que la original. A veces. Otras era pura tarugada. Y así le decía él.
La tele recién la trajeron al internado de los maristas y hasta que no empezó el cineclub sólo se usaba para la Telesecundaria en las tardes
—Ahora sí te salió pura tarugada, mi chula loca.
Pánfilo prefería los dibujos animados, La sirenita, por ejemplo, y hasta se le ocurrió formar un coro para ensayar las canciones, pero al final fracasó. A los niños les gusta más andar afuera persiguiendo mariposas o lanzando piedras al río que adentro con ejercicios de solfeo y canturreando Bajo el mar, pues ¿qué es eso?, si al mar allí no lo ha visto nadie.
Montejo también iba. La mitad del tiempo no ponía atención, se entretenía con problemas imposibles y se le escapaban horas y diálogos. Y cuando sí seguía la historia, se la pasaba convenciéndose de que ver tanta cosa allí, rodeados de la magia de otro mundo, era buena idea. Pero casi siempre perdía el debate consigo mismo y no, no le gustaba el cineclub. Aunque mejor se callaba porque a todos, sin excepción, les parecía la mejor noche de la semana. La ficción salva. Pero a veces mata,como en La Sociedad de los Poetas Muertos, que al muchacho lo descalabra un mundo sin poesía. No vaya a ser. Lo bueno es que allí la poesía abunda y los espectadores hasta a las malas películas les aplaudían. Pánfilo y su cineclub de los jueves.
Presentación, miércoles 19 de junio a las 19.00 hrs., en la Librería la Increíble.