Eyes wide shut

OJOS DE PERRA AZUL

Eyes wide shut Foto: Cortesía de la autora

Mis ojos se mantienen bien abiertos, no quieren sumergirse en el escenario de la psique, el mundo interno, oscuro, donde soy protagonista de mis más terribles pensamientos. Trato de cerrarlos. Coloco una pepita de oro sobre cada párpado, entre las cejas y pestañas. Al aumentar el peso en esa área, la piel tiene que descender por efecto de la gravedad, los músculos orbiculares deben hacer el trabajo de ocluirse. No sucede,

se resisten. En la profundidad de las órbitas hay un huracán, el negro centro de las pupilas agudiza mis sentidos. Me protegen de mí misma, de lo que mi mente genera. Quieren que me mantenga en vigilia, atenta a lo exterior, menos pavorosa que la sima interior que me enloquece.

En mi tenebrosa caverna aparece una mujer hablando, moviéndose, vuela, la reconozco. Es quien soy y la que fui, en todos los tiempos y todas las edades, la que jamás seré, tan parecida y diferente a la de hoy, bailando entre demonios, al ritmo de mi particular desequilibrio mental. Adentro es peligroso, amenazador, no hay reglas ni ley, no lo gobierno. Juego conmigo y los posibles estados en los que soy y no estoy, me miento y me digo la verdad, la negación es una salida para afrontar la otra cara de la existencia, la que va perdiendo poco a poco su jerarquía abrumadora. Intento de nuevo cerrar los ojos. Van en contra de mi voluntad. Permanecen dilatados.

Pensé que había adquirido el entrenamiento suficiente para sortear calamidad que se me presentara en la vida, incluso si yo provocara los eventos. Los olvidaba, los superaba sin problema, pero el horror que me habita me enseñó que dentro de mí se podían repetir o revivir, imaginar, siendo peor que experimentar cualquier tragedia en carne propia.

Los párpados son la cortina siempre abierta del cine de terror que se proyecta en mi cabeza, del teatro de lo absurdo donde pronuncio diálogos repetitivos, sin ritmo y con falta de secuencia. Me cuidan de no mirar directamente el averno hostil que llevo dentro, temen que me asuste, me protegen de no visitar las fantasías que me atormentan, no se cumplen. Insisten en mantenerse arriba, despiertos, observando lo que pasa afuera para evitar lo otro, lo ominoso. Me dicen que ese mundo de la realidad es mejor que los laberintos sin salida que me invento para perderme en los pliegues del cerebro. Me distraen con lo que, aseguran, es real, lo que de verdad existe más allá de mis alucinaciones y deseos más diabólicos. Me muestran personas vivas con cuerpos tibios con quienes es posible dialogar, a diferencia de los fríos fantasmas que sólo monologan con mi voz. Me enseñan los colores del atardecer, versus la oscuridad de los escondrijos de la mismidad. Si acaso logro hacerlos bajar por tan sólo

unos segundos, mi entendimiento no se pone en blanco sino en negro, un profundo pozo que me abisma.

Por eso escribo a ciegas, con los ojos bien cerrados, dejando salir las palabras que representan el infierno personal al que te invito, querido lector, que sólo ve las apariencias y las sombras del fuego en la caverna.

*Necesito empeorar las cosas contigo.