Como muchas cosas buenas en mi vida, esta columna llegó a mí gracias a Delia Juárez.
Esta semana cumplo nueve años ininterrumpidos publicando cada sábado en estas páginas. Y aproximadamente diez años de conocer a Delia. En todo este tiempo hemos entablado una amistad a prueba de erratas. Hemos compartido muchas confidencias y muchos tequilas. Y se ha convertido en mánayer (obvio sin cobrarme).
Delia me buscó en 2015 para invitarme a colaborar en El Cultural. Pobre, no sabía en lo que se metía. Desde entonces he escrito esta columna sin fallar ni una semana. No importa si me encuentro de viaje, crudo o enfermo. He cumplido con la entrega. A veces con unas horas de retraso. A veces con un par de días. Pero siempre a tiempo para no quedarme fuera de la edición. De hecho, mientras escribo estas palabras sufro de una fuerte infección en el estómago. Maldita diarrea, me dejó más seco que una uva pasa marca Promanuez.
SER COLUMNISTA ES COMO SER REPARTIDOR en moto. Con la diferencia de que los repartidores no son infalibles. El yo columnista sí. Cuántas veces nos hemos quedado con hambre por culpa de ese repartidor que nunca llegó. O sin el paquete de Amazon que otro extravió. La Kawasaki del columnista no admite excusas. Incluso si sufre un accidente. Sólo la muerte puede impedir que entregue el texto.
En mi vida he conducido muchas motos que se han estropeado. Pero nunca he sido irresponsable con mi columna. Y de entre todas esas motos, que he estrellado o desvielado, hay otra que después de diez años continúa intacta. Mi relación con Delia. La de autor-editora. Pero sobre todo la de nuestra amistad. Esa que se comenzó a cocinar aquel día en que me llamó para ofrecerme el espacio en El Cultural. Que, confieso, jamás me imaginé que cumpliría estos nueve años. Algo insólito en el campo de los suplementos culturales. Y que con suerte en 2025 cumplirá una década. Espero podamos celebrar con la publicación de un libro con una selección de estas columnas en la editorial Cal y arena. Una selección de mis grandes hits sabatinos.
ASÍ COMO LA LONGEVIDAD DE LOS SUPLEMENTOS culturales es algo cada vez más difícil de conseguir, la asociación delictuosa entre autores y editores está en peligro de extinción. Me siento afortunado por haber encontrado en mi camino a Delia Juárez. Quien se ausentó de este suplemento del que fue fundadora, pero que ahora está de regreso para continuar el proyecto que emprendió junto a Roberto Diego, quien nos abandonó en cuerpo, pero no en espíritu.
Guardo en mi memoria muchos momentos felices junto a Delia. Como aquel concierto al que fuimos junto con Alo y el Negro en el Lunario en el 2017. Fue la primera vez que vino Chicano Batman a Ciudad Godínez. Recuerdo que los angelinos hicieron un cóver de “No bailes de caballito” de Mi banda El Mexicano y los cuatro acabamos empapados en sudor de tanto saltar. Otra vez fuimos a Saltillo a presentar El Cultural a la Feria del Libro. La estrella del viaje fue el cabrito del restaurante El Principal.
Ser columnista es como ser repartidor en moto. Con la diferencia de que los repartidores no son infalibles. El yo columnista sí
He conocido pocas personas con la paciencia de Delia. Y no lo digo por mí, yo soy un pan de dios. Hablando del Negro, hace unos años le pedí a Delia que le abriera las páginas del suplemento. Reconoció su calidad y lo convirtió en un colaborador asiduo. Tiempo después, el Negro tuvo un problema con el contador. No podía cobrar una colaboración. Había dejado pasar mucho tiempo y para cuando metió la factura el año fiscal había terminado. Al no poder cobrar su dinero, amenazó al contador vía correo electrónico. Le advirtió que si no le pagaba lo esperaría afuera de La Razón y le rompería las piernas. Después de esto por fin pudo cobrar, pero se cerró las puertas del suplemento. La única persona que no lo juzgó fue Delia. No porque alabara los métodos del Negro, o se pusiera de su parte, porque su generosidad le impedía enojarse con un amigo, aunque la cagara.
No puedes esperar menos de la persona que durante muchos años publicó a Rubem Fonseca en México. No puedes impregnarte de las historias extremas del brasileño y escandalizarte porque uno de tus colaboradores actúa de esa forma. Insisto, tampoco es que le aplaudiera, pero como editora su trabajo es lidiar con el temperamento de los locos. Si un editor no está dispuesto a lidiar con los locos, que mejor se dedique a vender aspiradoras.
A propósito de Cal y arena, Delia me conectó con don Rafa Pérez Gay, quien me encargó la escritura de El pericazo sarniento, uno de mis libros más sexys. Con el que gané el premio Colima. Algo que jamás llegué siquiera a fantasear durante aquellos años en que trabajaba en una tienda de discos y por las mañanas, cuando no había casi clientes, me dedicaba a leer como poseso. Quién diría que ese muchacho que desertó de la prepa en el último semestre y que no fue a la universidad se convertiría en un ejemplo del arte de columnear.
PERO ASÍ ES LA VIDA. Nos castiga siempre de alguna manera. Y a mí me ha atormentado con la tarea de buscar cada semana un tema acerca del cual disertar. A veces escribo sobre libros, a veces sobre música y casi siempre sobre vida cotidiana. Después de tantos años a veces uno se bloquea. Pero el oficio siempre permite encontrar una salida. Hubo una época en que podía hacer una columna casi de cualquier cosa, hasta de tirarme un pedo. A veces toca luchar para que el texto salga. En otras ocasiones acuden solos y cuando menos acuerdas ya estás adelantando columnas y tienes material guardado para un mes.
Si escribir una columna semanal es una gran labor, idear todo el suplemento cada siete días es una labor titánica. El editor está a merced de los caprichos del tiempo y la temporalidad. Y de los acontecimientos culturales ineludibles. Mientras escribo estas palabras ha corrido
en redes la noticia de la muerte de Noam Chomsky.
E inmediatamente otra noticia la ha desmentido. Es este tipo de caprichos de la realidad con lo que tiene que lidiar el editor todo el tiempo. Por eso pocas cosas me llena de orgullo como formar parte de El Cultural. Porque se ha mantenido en pie durante casi una década, a merced de cambios y caprichos de la fugacidad de lo vigente.
Quién lo diría, ni todos mis matrimonios juntos, ni siquiera todas mis relaciones juntas suman los nueve años que tengo de relación con El Cultural. Lo cual prueba que no estoy atrofiado para amar. Lo que me da la esperanza de un día poder encontrar el amor verdadero. Uno que se asemeje a la pasión que he sentido por el arte de columnear desde que comencé en Frente. En total catorce años llegando a la cita. Y bueno, ahora, queridos lectores, me disculparán, pero tengo que retirarme con urgencia, porque la infección estomacal está reclamando un viaje al w.c. Y a ése tampoco puedo faltar.