El relajo en el cine mexicano

“Dentro del multiverso de las comedias y los melodramas que desde los años cuarenta hasta la fecha han destacado dentro de la producción cinematográfica mexicana, resaltan algunos filmes que hacen gala de las condiciones culturales y sentimentales del mexicano y reflejan arquetipos y estereotipos clásicos del ser del mexicano.” Así nos presenta Casamadrid este análisis sobre los antecedentes de un tipo de cine característico de los años setenta.

Mario Moreno, Cantinflas, en Ahí está el detalle, 1940. Foto: Pinterest

Si bien es cierto que el género del melodrama ha sido siempre el preferido del público en México, la tragicomedia no se ha quedado atrás. El estilo cómico o irónico ha tenido un lugar preponderante en el canon del cine nacional. Se trata de filmes en donde, si bien aparecen las maneras de ser propias de una sociedad apegada a los valores tradicionales, también se muestran actitudes formadas en un mundo que avanza hacia la creciente integración global; como una mexicanidad sin argucias ni tapujos; y muchas veces, en la forma curiosa del relajo.

LA RELACIÓN ENTRE EL CINE de comedia y el relajo se manifiesta en la libertad creativa y la exploración de situaciones cómicas que desafían las normas sociales establecidas. A través de personajes excéntricos, diálogos ingeniosos y situaciones absurdas, estos filmes invitan al espectador a cuestionar y reírse de las convenciones y restricciones de la vida cotidiana. En ese sentido, la comedia cinematográfica mexicana no sólo entretiene, sino que también ofrece una mirada crítica y reflexiva sobre la realidad, utilizando el humor como una herramienta para explorar temas profundos y universalmente humanos.

Películas como Ahí está el detalle (Bustillo Oro, 1940), El gran Calavera (Buñuel, 1949); Calabacitas tiernas (Martínez Solares, 1949); A toda máquina (Rodríguez, 1951); El inocente (González, 1956); Modisto de señoras (Cardona, 1969); Mecánica nacional (Alcoriza, 1972); Tívoli (Isaac, 1975); El mil usos (Rivera, 1981); Sólo con tu pareja (Cuarón, 1991); Un mundo maravilloso (Estrada, 2006); Nosotros, los Nobles (Alazraki, 2013); y, Bardo (González Iñárritu, 2022), son un breve botón de muestra de un género donde el absurdo, la sátira, la ironía, lo esperpéntico y lo carnavalesco toman la forma del relajo.

Este tipo de filmes se construye desde la perspectiva de personajes socialmente oprimidos, marginales o picarescos a los que popularmente, en México, se les conoce como “pelados”, y cuya actitud vital es opuesta a la de otro sector de la población, quizá más privilegiado, pero menos afortunado: los “apretados”.

Los filmes de comedia han desempeñado un papel crucial en la cultura cinematográfica del país, sirviendo como un reflejo humorístico y satírico de la sociedad

ESTA DUALIDAD AVANZA como marca de nacimiento del relajo. La idea, claro está, no es nueva: pertenece a la visión que ilustrara Jorge Portilla en su ensayo La fenomenología del relajo, escrito a principios de los años cincuenta y compilado en sus partes por Víctor Flores Olea, Alejandro Rossi y Luis Villoro quienes, póstumamente, le dieran forma final para su publicación en 1966.

La existencia de estos dos elementos ya había sido señalada por Nietzsche, al referirse a ciertas características de la mitología griega y al significado de las figuras de Apolo y Dionisio en el mundo literario y de las artes. Se trata de una relación contrapuesta y complementaria, en donde Apolo representa la belleza de lo elevado, lo racional, lo culto y lo exquisito; mientras que Dioniso, dios de la vendimia y del vino, personifica lo terrenal, la sensualidad desatada y el mundo de los instintos: Apolo sería el apretado y Dionisio el relajiento.

Hoy, esta lucha se encuentra establecida entre lo popular y lo conservador; lo fino exquisito y lo común vulgar; los chairos y los fifís; la masa y la élite; los pobres buenos y simpáticos contra los ricos malos e insufribles; la naquez contra la fresez. A través del relajo, podemos imaginar un regreso a la época carnavalesca donde, durante las festividades, todo estaba permitido: hacer burla de la autoridad y disfrazarse de personajes ignominiosos, con máscaras que revelaban a otras máscaras, quizá más imponentes y verosímiles que las fachadas que siempre cargamos a cuestas.

Los filmes de comedia han desempeñado un papel crucial en la cultura cinematográfica del país, sirviendo como un reflejo humorístico y satírico de la sociedad y sus complejidades. Carlos Monsiváis, experto en temas sobre la mexicanidad, cronista por vocación, cinéfilo y estudioso del relajo, escribe: “Hasta hace poco, a la nota roja se le encomendaba convertir la tragedia en espectáculo, el espectáculo en admonición moralista y la admonición en relajo: el relajo es el cuento de la tribu”.

Mario Moreno, Cantinflas, en Ahí está el detalle, 1940.

Precisamente, en filmes como La banda del automóvil gris (Rosas, 1919) y Profundo carmesí (Ripstein, 1996) es posible apreciar un estilo desenfadado y un cierto humor relajiento pero reflexivo; por ejemplo, en la película de Rogelio A. González, El esqueleto de la señora Morales (1960) el guion de Luis Alcoriza brinda ciertos guiños al espectador donde se critica la extrema rigidez sexual y religiosa, traducidas en la frigidez y gazmoñería de la señora Morales.

En Laberinto de la soledad, Paz se refiere a la Fiesta (así, con mayúscula) como un gesto ritual: la fiesta es el advenimiento de lo insólito; inscrita en la órbita de lo sagrado la fiesta es sinónimo de relajo y, en ella, muchas veces, el mexicano apretado, sombrío y silencioso, se descubre relajiento y amante del jolgorio: “esa fiesta cruzada por relámpagos y delirios es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad”.

Rosa Krauze, amiga cercana de Jorge Portilla, fallecido repentinamente el 18 de agosto de 1963, apenas a los 44 años, relata que a Portilla “todo se le iba en hablar”; y lo hacía con un ánimo contagioso: ante la mínima provocación tomaba una idea de cualquier interlocutor al azar y lo obligaba a reflexionar sobre ella, “la estiraba, le daba vueltas y la dejaba redonda sobre el mantel”.

Disperso por naturaleza, Portilla cantaba y recitaba mientras renovaba argumentos y aceptaba o rechazaba los de sus contertulios; pedía whisky y tomaba calmantes; al escuchar los coros litúrgicos de los monjes ortodoxos recordaba las palabras de san Agustín y luego a santo Tomas, buscaba las citas y los versículos para luego brincar a otro libro y recitar la crítica de líderes comunistas; en pocas palabras: Portilla no sólo escribía sobre el relajo, sino que era, él mismo, todo un relajo:

El relajo no siempre es Festivo: puede ser triste o melancólico. amargamente gracioso o dulcemente sombrío

EL RELAJO SE “ECHA” TAMBIÉN en otras latitudes; pero, aunque es universal, el relajo se adaptó a la realidad mexicana. Dentro de la cinematografía, claro está, el relajo alcanzó a sublimarse en filmes protagonizados por actores imbuidos en sus personajes; caracteres del tipo pícaro y popular provenientes de los estratos sociales inferiores; pobres pero ingeniosos; sin recursos pero simpáticos; dueños de una oralidad magnética y envolvente: desmadrosos, valemadristas y más que otra cosa, relajientos.

La palabra relajo (al menos como sustantivo) no existe en el diccionario; deriva del verbo relajar, y significa: desorden, desbarajuste, falta de seriedad, barullo; también expresa holganza, laxitud, aflojamiento, distensión. Y, aún más, en cuanto a las costumbres, el relajo es la degradación, el libertinaje, la disipación y la depravación. Se entiende, entonces, que el relajo es el antónimo de lo apretado: y lo apretado, en ese sentido, no es otra cosa sino la afección física de cierta constipación anal.

Entre los representantes de personajes relajientos en el cine nacional hay muchos, y resaltan Cantinflas, Tin-Tan, Resortes, Clavillazo, El calambres, Palillo, El Chicote, Mantequilla y varios caracteres más; son pedinches, flojos, incultos, poco hábiles, descuidados y necios; pero, a su favor, tienen un encanto que atrapa, especialmente a la gente buena y a las chicas guapas.

EL CINE MEXICANO de los setenta intentó pensar en lo mexicano de una manera crítica. En ese afán muchas películas integraron elementos del relajo como un factor constante y presente de una mexicanidad latente y viva. En Las puertas del paraíso (Leiter, 1970) el espectador se topa de cara con un leitmotiv que se repite dentro de esta obra cinematográfica, y que resume al relajo mexicano de vivir al día entre drogas, alcohol y trasnochadas, el juego, las apuestas, el sexo, la música rock, la huida, su consecuente retorno y la vuelta al escape girando dentro de un círculo vicioso que se repite ad infinitum.

Blanca y Andrés (Jaqueline Andere y Jorge Luke), no saben cómo vivir plenamente en pareja. Por ello juegan como niños o adolescentes, se engañan, manipulan e intentan siempre evadirse de su espacio, de su tiempo, de su relación y hasta de sí mismos; ya sea mediante el alcohol, las drogas o a través del rompimiento de normas y reglas sociales que los convierten en una especie de renegados que buscan en el relajo una forma de alejamiento para esconderse, poder huir y escapar.

Sin embargo, el relajo no siempre es festivo: pude ser triste o melancólico; puede tratar cosas serias o perderse en la laxitud y puede ser amargamente gracioso o dulcemente sombrío. Un antecedente sesentero que muestra al relajo en el cine mexicano es otro filme también producido por Cinematográfica Marte: Los caifanes (Ibáñez, 1967). Con un guión realizado por el propio director y Carlos Fuentes, la trama muestra a un grupo de jóvenes mecánicos de la ciudad de Querétaro quienes, una noche, deciden conducir en carro hasta la Ciudad de México para echar relajo.

Sergio Jiménez (al centro) en Los Caifanes,1967.

El mazacote, El estilos, El azteca y El gato: los Caifanes (término que quizá proviene del neologismo spanglish chicano –mezcla de inglés y español– “cae-fine”, o sea: “el que cae bien”), conocen a una pareja adinerada en la noche de la ciudad capital de México: Jaime y Paloma. Junto con ellos, se dedican a relajear: ya sea tomando los tragos que sirve un mesero vestido de diablo en el cabaret Géminis; trepando a la fuente de la Diana Cazadora para “vestir” a la escultura icónica del Paseo de la Reforma e, inclusive, metiéndose a “probar”, temerariamente, los ataúdes de una agencia funeraria. La chispa de los caifanes y lo cool de la parejita burguesa hacen una de las combinaciones más explosivas y relajientas que ha dado el cine nacional.

Lo cierto es que son muchas, variadas y diversas, las películas de los 70 que despliegan esta sensación de relajamiento. En Mecánica nacional, de 1971, con un guion realizado por el propio director del filme (Luis Alcoriza, quien durante mucho tiempo fuera guionista, colaborador y amigo de Luis Buñuel), un mecánico aficionado al deporte-motor del automovilismo decide asistir con toda su familia y amigos a observar, desde el antiguo camino a Cuernavaca, el desarrollo de la Carrera Panamericana. En medio de la fiesta, los excesos, la algarabía y un gran relajo, el personaje principal (interpretado por Manolo Fábregas) se encuentra con que: su esposa lo engaña fajando en una camioneta; su joven hija tiene sexo en un convertible y, su anciana madre fallece por causa de una congestión estomacal (producto de una gran comilona) entre los autos estacionados.

Otro filme –dirigido, por cierto, por uno de los dos fundadores de Cinematográfica Marte– que también presenta una clara fórmula de ingreso al relajo es Fin de fiesta (Walerstein, 1972), donde en el evento que organiza un aristócrata para presentar en sociedad a su joven novia aparece, de pronto y flotando en medio de la piscina, el cadáver de un hombre desconocido; algunos asistentes intentan deshacerse del muerto para poder continuar con la fiesta, pero son descubiertos por un grupo de jóvenes motociclistas quienes, materialmente, toman por asalto la elegante mansión durante varios días hasta lograr establecer al autor del homicidio y sus móviles; en ese lapso, los jóvenes motociclistas generan una peculiar relación con los elegantes invitados. La cinta, de principio a fin, es un relajo total; aunque al final la película alcanza el orden al descubrirse el criminal.

Y asimismo, un filme relajiento de ficción histórica setentera lo fue Reed, México insurgente (Leduc, 1972); basado en la novela autobiográfica homónima escrita por el estadunidense John Silas Reed, la película muestra durante su última escena cómo luego de mucho dubitar el personaje que representa al propio Reed decide integrarse a la lucha armada; John rompe de una pedrada la vidriera de un escaparate en plena calle, uniéndose con este acto al saqueo de la población recién asaltada y significando, con ello, su entrada frontal a “la bola”; esto es: al relajo que implicó durante el alzamiento armado el desorden de la gesta revolucionaria.