El atleta victorioso ¿de quién es?

Adam Kuper, especialista en la historia intelectual de la antropología ha escrito, entre otros libros, el ya clásico Antropología y antropólogos: La escuela británica 1922-1972 y Cultura: La versión de los antropólogos (1999). Con autorización de Kuper, ofrecemos al lector este texto recientemente publicado en el diario The New York Times sobre la adjudicación por parte de la Fundación Getty de una antigua estatua de bronce rescatada en 1964 que un tribunal italiano reclama como suya

El atleta victorioso, colección del Museo J. Paul Getty en California.
El atleta victorioso, colección del Museo J. Paul Getty en California. Foto: Wikipedia

Traducción de Elías Corro

En el verano de 1964 unos pescadores italianos descubrieron una antigua estatua en bronce en el fondo del mar más allá de las aguas territoriales del Adriático italiano. La desembarcaron en el minúsculo puerto de Fano, donde se le perdió de vista durante casi una década; al parecer estuvo un tiempo en la tina de baño de un cura y en un huerto de coles. Reapareció en la galería de un comerciante muniqués, quien la fechó hacia los 400 a.C. y afirmó que se trataba de una obra de Lisipo, escultor ateniense. La Fundación Getty la compró en 1997 por casi cuatro millones de dólares y la puso en exhibición como El atleta victorioso en la Villa Getty, donde aún se encuentra.

Aunque quizá no por mucho más tiempo. En 2018 el más alto tribunal de Italia declaró que la estatua era propiedad de Italia —concediendo sin aceptar que se pudo haber descubierto en aguas internacionales y que el escultor era probablemente griego.

UNA PARTE DEL RAZONAMIENTO fue técnico: la estatua fue desembarcada en un puerto italiano en un barco con bandera italiana y permaneció en suelo italiano por varios años. Algunos argumentos dependieron de la interpretación histórica: cuando se creó la estatua, dijo el juez, “el artista muy probablemente había visitado Roma y Taranto”. El juez añadió: “En su debido momento, Grecia y Roma gozaron de buenas relaciones, y en adelante, la civilización romana se desarrolló como una continuación de la civilización helénica”. Estas consideraciones, en opinión del juez, bastaron para establecer una “conexión significativa” con Italia, un estado que empezó a existir en 1861. En el mes de mayo, la Corte Europea de Derechos Humanos respaldó el derecho de Italia a hacerse de la pieza.

Este es un tiempo de ajuste de cuentas para los museos. Hay un acuerdo extendido, aun dentro de los museos, de que los objetos cuestionables se deben devolver. Pero ¿a quién se devuelven? Si una estatua fundida en Grecia hace dos mil años es descubierta fuera de las aguas territoriales de Italia, ¿es parte de la herencia de la Italia moderna? Al parecer así lo piensan las Cortes de Italia. Si una estatua fundida en Roma hace dos mil años se descubre en Grecia, Chipre o Turquía, ¿pertenecería a uno de estos estados, o los italianos dirían que se trata de una antigüedad romana sobre la base de que comparten una cultura —lo que sea que eso signifique— con los antiguos romanos? La moderna República de Italia, ¿es la heredera del imperio multi-étnico romano, el cual durante más de cuatro siglos abarcó casi toda Europa, el Oriente Próximo y parte de África?

ESTAS SON PREGUNTAS fuertes que tal vez no tengan respuestas satisfactorias. Cuando un objeto tiene cientos de años, los museos no pueden simplemente devolverlo a una persona a la que le perteneció y por lo general no es un asunto sencillo identificar a los propietarios originales o a sus descendientes. La respuesta predeterminada es enviar el objeto a los gobernantes de la nación moderna entre cuyas fronteras es probable que se encontrara por primera vez. Esto puede conducir a incongruencias.

Este es un tiempo de ajuste de cuentas para los museos. Hay un acuerdo extendido, aun dentro de los museos, de que los objetos cuestionables se deben devolver.
Pero ¿a quién se devuelven?

Véase un caso reciente que salió de la oficina del fiscal de distrito de Manhattan. Matthew Bogdanos, asistente del fiscal de distrito que encabeza la Unidad de Tráfico de Antigüedades de ese departamento, presentó ante el consulado chino en Nueva York 38 antigüedades del oriente de Asia confiscadas por su oficina. Entre ellos estaba lo que Kate Fitz Gibbon, directora ejecutiva del Comité de Política Cultural, un think tank estadounidense, me describió en un correo electrónico como una “bolsa para llevar” de objetos budistas tibetanos, algunos de ellos “copias idénticas”.

¿Las autoridades chinas deberían tener estos objetos sagrados, dado el disputado historial de China en el Tibet? Cuando un coleccionista de Nueva York donó una notable capilla al museo del Instituto de Arte de Mineápolis en agosto de 2023, el Dalai Lama, el dirigente espiritual tibetano, escribió que él “estaba muy contento de saber que sobrevivieron algunas de nuestras sagradas imágenes y que en alguna parte las tratan con el debido respeto”.

OTROS CASOS HAN suscitado preguntas sobre si los museos tienen alguna responsabilidad de asegurar que los objetos devueltos sean vistos y expuestos. Tómese el caso de los bronces de Benín, saqueados en 1897 en la ciudad de Benín, en la moderna ciudad de Nigeria, por los británicos y los cuales se exhiben en los museos del mundo. En 2022 el Smithsonian anunció que transferiría la propiedad de 29 de sus antigüedades de Benín a la Comisión Nacional de Museos y Monumentos de Nigeria.

Deadria Farmer-Paellmann, fundadora del Grupo de Estudio sobre Restitución, pidió a una corte que detuviera la transferencia, al señalar que Benín había traficado esclavos con los comerciantes europeos a cambio de brazaletes de latón, algunos de los cuales se fundieron para hacer los bronces. Con seguridad, sostenía ella —sin éxito—, los descendientes de esclavos africanos que viven en Estados Unidos tienen interés en lo que pasa a estos tesoros.

Bronces del reino de Benín exihibidos en museos alemanes.
Bronces del reino de Benín exihibidos en museos alemanes.

UNA VEZ QUE los bronces estuvieron de vuelta en Nigeria, el relato tomó un giro inesperado. Durante décadas el gobierno de Nigeria había cabildeado en favor de su regreso, aunque ellos también habían sido declarados propiedad personal del actual oba, o rey, de Benín, Ewuare II. El gobierno de Nigeria había dicho que su Comisión Nacional de Museos y Monumentos se haría cargo de todas las negociaciones y les aseguró a las organizaciones que quisieran repatriar objetos que ellos, como el único interlocutor autorizado que habría de representar al interés público, se encargarían de las negociaciones. Pero en marzo de 2023, Muhammadu Buhari, el presidente saliente de Nigeria, proclamó al oba como propietario de todas las antigüedades de Benín. “Nos tomaron por sorpresa”, le dijo a la bbc un funcionario de la Comisión. La Universidad de Cambridge pausó la transferencia de 116 artefactos de Benín a Nigeria.

¿Quién debe ser el propietario de los bronces de Benín? ¿Debe ser el gobierno actual de Nigeria? ¿O los bronces deben ser propiedad privada de Ewaure, descendiente directo del oba traficante de esclavos y a quien derrocaron los británicos? ¿O deben ser propiedad de los museos, en donde esos objetos los pueden ver los descendientes de aquellos que pagaron por los materiales para hacer los bronces con su trabajo y con sus vidas?

El deseo de reparar las injusticias históricas es honorable. Y es verdad que hay grandes museos que tienen que responder sobre algunas preguntas relacionadas con sus preciados acervos. Pero en la urgencia por enmendar injusticias previas, se corre el riesgo de perpetrar injusticias frescas.

LA FUNDACIÓN GETTY ha jurado que continuará defendiendo su posesión de la estatua “en todas las cortes importantes”. Puede armar una defensa razonable. Las reliquias de los imperios antiguos con frecuencia pasaron por numerosas manos, viajaron grandes distancias y fueron intercambiadas por gente que hablaba una variedad de lenguas. Es erróneo imaginarlas como emblemas de un estado moderno, acaso alguna vez provincia de ese imperio. Por su parte, los grandes museos tienen el derecho —hasta el deber— de conservar y exhibir antigüedades adquiridas de buena fe. Aunque también tienen que hacerse cargo de la responsabilidad de asegurar que los artefactos que son devueltos estén al cuidado de instituciones responsables en donde se cuidarán y expondrán. Si fallan en su deber de cuidar, se les podrá hacer responsables de vandalismo cultural.