Una clase de literatura textos inéditos

Durante varios años, Ricardo Garibay trasmitió en radio IMER un programa: Astucias literarias, lecciones refinadas de literatura. Su hijo, Ricardo María Garibay, permitió a El Cultural reproducir por primera vez en tinta y papel algunas cuantas “agudezas, mañas, para entresacar de los libros esas palabras o virutas o limaduras donde el ingenio mete la mano”. Novelista, cronista, guionista, cuentista, Garibay se ha impuesto con el tiempo como uno de nuestros grandes escritores

Ricardo Garibay Arte digital a partir de una fotografía, cortesía de Ricardo María Garibay > Belén García > La Razón

LO PRIMERO ES LEER 

I

Lo primero es leer. Lo primero es saber leer. Leer es pasar la vista, la voz, el oído, y con eso el entendimiento, por la escritura de alguien de mejores luces y ciencia que las propias. De allí, leer es un acto de humildad, de devoción, de reverencia. Es asomarse desde el hombro del superior a un mundo vedado hasta ese momento, velado. Es el acto primero del hombre de culto. Es primaria civilidad sobre la cual habrá de levantarse mi participación en el espacio y tiempo que me pertenecen.

Sobre los hombres de vida más entregada a leer que a vivir se construye el prestigio y la fuerza de las naciones que entran por derecho propio a los jardines de la historia.

Debe afirmarse que hombre sin lecturas es apenas él mismo, es a medias bien mostrenco sin dueño y sin destino. Y en esa ausencia de dueño y de destino, él es el principal ausente. Lo cual quiere decir que hombre que no lee no existe, de algún modo profundo no es y no importa que no exista.

Es la caricatura de él mismo, él mismo que nunca llega a ser enteramente. Así como un hombre que lee es doblemente él mismo.

Pueblo que no sabe leer no sabe ver ni oír ni hablar. Menos aún sabe pensar. Y no sospecha los daños que le acarrea su mínimo diccionario, ni cuanto de su barbarie o su tropiezo se debe al torcido sentido que pone en sus escasas palabras. Abecedario pedregal donde la conciencia y el amor no alientan nunca, no pueden hacerlo.

Vía la más corta hacia la trastienda de toda actualidad es el balbuceo gañán, su altanera ignorancia que es incubadora de trampas, demagogias y odios completamente de espaldas al espíritu. Su enemistad hacia los libros, su tonta certeza de estar viviendo una verdad de tal manera evidente que no necesita reflexión ni comparaciones ni comprobaciones.

Y pueblos enteros hay que son gañanes. Uno de ellos, para nosotros principal, es el nuestro. México es país que no lee, es nación casi analfabeta, y por ahí el futuro, el nuestro, se deja ver conflictivo, de pérdidas, no de ganancias. Humillaciones, servidumbres delante de los países fuertes. Fracaso, fracaso, esto es lo que nos espera.

II

Lo primero es leer. André Maurois, uno de los grandes humanistas de este siglo en Europa, titula uno de sus más finos trabajos Lectura, mi dulce gozo. Ahí hace la exaltación de la lectura y da una serie de noticias sobre los libros que lee. Y cómo los lee y cómo los comenta, que son verdaderamente un encanto para la inteligencia. Y deja con eso un hondo aprendizaje a los que están empeñados en leer, en saber un poco más de la vida, de la existencia, del misterio, de lo que da el siempre acto de existir. Lectura, mi dulce gozo.

Con nada gozaba más André Maurois que leyendo. Y he conocido hombres que se consumen verdaderamente en la lectura, en el acrecentamiento incesante de la sabiduría que han logrado almacenar.

El impagable, el inolvidable maestro Erasmo Castellanos Quinto, en los años de preparatoria allá por 1940, nos decía: —Lean, muchachitos. Lean en voz alta y no se reconocerán en quince días, es muy grande el gozo de sentir que de la propia y pobre boca brota de pronto la frase inmortal: “Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles Peleidón”.

Esta frase que nos decía el maestro Castellanos Quinto es el comienzo de La Ilíada, el poema inmortal de Homero: “Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles Peleidón”, esta hermosísima frase llega a brotar de nuestra propia boca como natural, como cosa no sólo sabida de memoria sino encarnada en todos los empeños que logremos reproducir dentro de nosotros, empeños hacia el espíritu.

Imaginemos que de la boca de un locutor de televisión o de radio, de los que oímos todos los días brota esta frase, ¡es imposible imaginarlo! El analfabetismo no tolera saber esta frase. O aquello de Rubén Darío: “Yo soy aquel que ayer nomás decía”. Hermosísimas frases, o “En el principio era el verbo, y el verbo estaba en Dios y el verbo era Dios”. Todo en el verbo fue hecho, y fue hecho por el verbo y sin el verbo nada de lo que fue hecho, fue hecho.

Estas agrupaciones de frases que van expandiendo el horizonte de nuestra inteligencia, es lo que va dejando la lectura habitual, constante.

Si usted abre un libro y lee una página diaria en voz alta, en quince días no reconocerá su voz. Su vocabulario se habrá extendido hasta ser irreconocible.

III

Lo primero es leer. Y leer nos lleva obligada y gozosamente a la literatura, que es donde quiero afinar y afincar mis reflexiones.

¿Qué es la literatura?

La literatura es el arte de las palabras, el logro de la belleza por la reunión de las palabras, nada más. Evitemos definiciones académicas, definiciones que dan los eruditos, esos hombres raros definidos de esta manera: un erudito es el hombre que sabe cada vez más de cada vez menos. Evitemos eso.

La literatura es el arte de las palabras, el logro de la belleza por la reunión de las palabras. Y dado los temas que se encarga, podríamos decir: la literatura es el arte del pecado, del vicio, de la infamia.

Dice François Mauriac, gran novelista católico francés: “Amigo mío, si te interesa la virtud, olvídate de la literatura”. Una novela que nos hable de la virtud, no puede perder un campeonato de aburrimiento. Lo más aburrido del planeta es la virtud, en cualquiera de sus especies.

También recuerdo otra frase, nunca he podido fijar al autor, que dice: “Literatura, la cloaca donde las palabras exhuman la belleza”. Preciosa frase. Las emociones y las pasiones del hombre son la materia prima de la literatura, la única posible. Vamos a poner un ejemplo muy veloz y sumamente insigne, el ejemplo de La Ilíada, la obra inmortal, repito, de Homero, escrita hace 30, 35 siglos.

La Ilíada es el arte de matar, el canto a la traición y a la fiereza de la guerra, el canto a la matanza como sentido de la vida.

Estudio radiofónico 1927-1934.

LITERATURA NO ES FICCIÓN 

Dijimos que la literatura es el arte de las palabras, la consecución de la belleza por medio de las palabras. Y hay una definición que corre acá y allá y que se toma por cierta: la literatura, se dice, es ficción de mundo. Ficción de mundo es fingir un mundo que no existe. Esto es falso y es tonto porque así la literatura resulta un mero artificio, y así la toma el vulgo, como un mero entretenimiento que puede dejarse de lado sin padecer nada. Es ficción de mundo, ah bueno, entonces no es cosa cierta, y todo mundo queda contento.

El mundo literario es tanto o más verdadero que el mundo real. Por ejemplo: Sancho Panza es más real que usted y que yo. El Quijote es más real que usted y que yo. Romeo y Julieta son más reales que usted y que yo. Sancho Panza tiene ya fácilmente, 400 o 500 años de existir y es mucho más conocido y sirve más de ejemplo para el vivir que usted y que yo a los que nos conoce muy poca gente. Otelo el de los celos de Shakespeare es más real que usted y que yo en el mundo de los celos. Para entender los celos, no hay que saber qué siento yo, cómo los siente usted. Hay que saber cómo los siente Otelo, el personaje de Shakespeare, y entonces sí estaremos teniendo una intelección lúcida y atinada de los celos. De lo contrario sólo conseguimos padecer una emoción dolorosa y anónima.

La literatura es la vida misma, es la mostración de la vida, es el revés de la trama. En la literatura todo transcurre de modo lógico y hasta previsible. Nos muestra la urdimbre secreta de la existencia. Esta urdimbre secreta en la literatura aparece con claridad total. Allí entendemos lo que son los seres humanos y cómo vemos claramente que se fabrica su destino.

LITERATURA Y TIEMPO

Literatura y tiempo. Balzac: sabiduría y prolijidad. Nosotros: cansancio, sensación de estar en una obra maestra que por algún lado padece una grave carencia. ¿Cómo es posible? Probablemente es que hay problemas intemporales, problemas de cada época y muchos de los nuestros no están en Balzac.

Por arriba de tiempo y espacio la vida es igual a sí misma, pero la piel de los días es móvil. La costra de la vida donde nos movemos, eso es móvil. Somos más nuestros días que la vida esencial, de la cual formamos parte, y nuestros días no están en "Papá Goriot", personaje de Balzac. Y de algún modo algo sustantivo nuestro no aparece allí. No estamos retratados en la obra de Balzac. No que seamos otra cosa o completamente diferentes de hombres y mundo pasados. Generación va y generación viene, pero la Tierra permanece.

La literatura es el arte de las palabras, el logro de la belleza por la reunión de las palabras. Y dado los temas que se encarga, podríamos decir: la literatura es el arte del pecado, del vicio, de la infamia

Somos los mismos desde el principio de los tiempos y para siempre, por eso estamos en Balzac, ahí nos reconocemos.

Pero digamos, hay muchas maneras de ser lo mismo y la de hoy no es la que fue, por eso no estamos en Balzac. Ya es mucho sobrevivir un siglo en caso de un escritor. [Eduard von] Keyserling pedía 80 años de perennidad, no le daba más a la inmortalidad de un escritor. La lámpara de los inmortales se apaga normalmente en la siguiente generación.

Ahora, si literatura es ficción de mundo, digamos mundo fingido, que no es así, pero en fin aceptemos, si la literatura es ficción de mundo, a cada mundo su ficción. Mundo es tempo, los días de cada época son el alimento de la literatura. Lo que sobrenade literariamente en el mar de esos caducos días será la gran literatura, algo parecido a las verdades eternas. Un poco lo que sin remedio y más o menos nos sabemos de memoria. De donde todo afán de sobrevivencia es necio. No sólo habremos de morir cada uno en cuerpo o con su cuerpo, sino que habremos de morir también en la historia.

Todo afán de sobrevivencia es necio y lo contrario, toda forma suicida o humilladamente aceptante de la caducidad, es una forma de heroísmo. Piénsese en el escritor maduro que quiere contar una historia de amor entre adolescentes. Ya no conoce a los de hoy, los únicos que valen. Los que conoce están en su memoria, adolescentes de hace 30 o 40 o 50 años, cosa muerta ya. Piénsese en el sabor prehistórico que deja una obra tan linda como Claudine de Colette, la escritora francesa, el sabor prehistórico que eso deja, fue escrita hace más o menos cien años. Piénsese que en los últimos 25 años el mundo anduvo 25 siglos y dese cuenta de lo poquísimo que en literatura, que es lo que me importa, nos toca vivir.

LITERATURA Y CINE 

Lo literario transcurre en pretérito y en copretérito. Lo cinematográfico en presente. Esos tiempos verbales son la intimidad de esos géneros y la diferencia formal entre ambos. Diferencia formal y acaso también esencial, toda vez que la historia cinematográfica no admite otro tiempo.

Si buscas hacer literatura dirás con Alfonso X el Sabio: "Después que Julio César hubo muerto a Pompeyo y vencido sus enemigos y conquistadas las gentes y las tierras y echas las cosas que habéis oído arriba, los romanos lo alzaron Emperador de Roma y pusieron en su mano todo poder y señorío".

Lo que sucede en cine, sucede en el momento en que está sucediendo y nada más. Literatura para los ojos, mundo que transcurriendo muere. Fugacidad que equivale a irrealidad. Pegazón de imágenes

Si buscas en cambio hacer cine dirás con Dylan Thomas, el inglés: "Vemos a dos hombres, con unos tarros de barro en las manos, que están parados en medio del mercado. Uno es alto y muy delgado, ríe de nada. Una mujer cruza la escena empujando una carretilla colmada de harapos" o dirás con Sergei Eisenstein: "El gran pope cubre la cara del agonizante con un libro sagrado. Los príncipes van y vienen pesarosos. Diáconos cantan. El pope recita la fórmula de la muerte. El rey levanta poco a poco el libro y se asoma por la orilla de las páginas".

Esos empleos verbales, copretérito o pretérito para la literatura, presente para el cine, no son ociosos. En literatura pretérito y copretérito hacen las veces de eternidad, porque ponen el mundo a distancia, como materia de contemplación o reflexión y lo vuelven perenne, remoto, inmediato, real, interior.

Lo que sucedía o sucedió alguna vez en las páginas de una novela, está sucediendo para siempre, dentro y fuera de mí, lejos de mí, junto a mí. Sigue y seguirá viviendo en un lugar de la Mancha un hidalgo que vivía poco antes de que Cervantes lo inventara. Lo que sucede en cine, en cambio, sucede en el momento en que está sucediendo y nada más. Literatura para los ojos, mundo que transcurriendo muere. Fugacidad que equivale a irrealidad. Pegazón de imágenes. Precariedad del instante. Material para el olvido. Para que Greta Garbo viva sorbiendo el champaña en los labios de Melvyn Douglas, tendrá que vivir ininterrumpidamente delante de nosotros sorbiendo sin término el champaña en los labios de Melvyn Douglas, cosa imposible, pues ni siquiera en el recuerdo el cine se hace literatura pues existe sólo para los ojos del cuerpo.

Probablemente al cine le viene del teatro el presente, pero también le viene de ser el producto de la fábrica de sueños, si mucho una mañosa ficción destinada a divertir y a retacar de dinero las taquillas. Aquí y ahora y hasta cuando casi alcanza la verdadera dignidad el cine, como ningún otro quehacer, queda condenado a no ser nada con el paso de muy poco tiempo. Nuestro escritor Carlos Fuentes acuñó hace años esta estupenda certeza: "Cine, celuloide eres y en celuloide te has de convertir".

Hombre-radio. Fotografía de Het Leven.

LITERATURA Y CREACIÓN 

Decíamos, la literatura es una recreación de la creación. No es ficción de mundo. De serlo, sería la literatura un mero artificio, un mero entretenimiento, y así la toma el vulgo, y eso es la extensa zona de la mala literatura, la literatura sentimental construida sobre los lugares comunes de la experiencia de la masa, de la experiencia popular. También es la zona de la literatura policial, la del entretenimiento, la que con raras excepciones sólo ha producido y producirá eso, entretenimiento, un pasatiempo más o menos bobo.

Abrimos una mala obra literaria y viendo el arranque sabemos cómo será su cuerpo y cómo será su desembocadura o su final, no se diga si se trata de una obra policial. Es distracción, sólo eso. Y la distracción, decía Pascal, es dispersión. Distracción-dispersión son dos términos que se siguen, uno a otro, que van a dar en lo mismo, es decir nadería.

La literatura no es ficción de mundo, no es entretenimiento, no es distracción, no es dispersión. Es la recreación de la creación, el sentido último que pueden tener los seres y las cosas en el mundo que conocemos. Esto es la literatura. Es un universo paralelo que algunos hombres vislumbran y al que dan forma en la especie de la belleza verbal.

Oír esto no es habitual, haber llegado a esta conclusión no ha sido fácil, ha requerido mucho tiempo, muchos años de trabajo sobre la materia, muchos diálogos con los mejores hombres entre nosotros y en algunos países del extranjero, mucha gana de encontrar un sentido profundo en la actividad a la que uno ha entregado la existencia toda.

La literatura es un universo paralelo que algunos hombres vislumbran y al que dan forma en la especie de la belleza verbal.

LITERATURA Y CREACIÓN II. 
EXISTENCIA REAL

Los seres y las cosas en la literatura existen. Existen de verdad, en la literatura. Y ésta existe sin duda en la mente del hombre, en la historia del hombre, en el ser del hombre. No es una fantasía o quimera o mera imaginación o imaginería, no, es una existencia real.

Piense usted un momento: vive el Quijote, vive realmente en la historia del mundo, en los quehaceres de los hombres hoy día, vive y vive desde hace quinientos años.

Vive el Rey Lear de Shakespeare, vive, vive en la posición del padre tratado injustamente por las hijas, allí está, digamos el homotipo. Allí está el tipo universal al cual se van agregando los hombres que con su experiencia dan el ejemplo del Rey Lear, se le parecen y pueden ser juzgados dada la gran capacidad creadora de Shakespeare que nos hizo ver la almendra, el centro, de una manera de ser humana universal. Vive Fausto el de Goethe, el que entrega a su alma al demonio a cambio de recuperar la vida que la vejez le está quitando a pasos rápidos. Vive la pretensión soberbia de Fausto de volver a épocas juveniles, a poderíos juveniles que ya no tiene y a la plenitud mental que siente que se le reseca en la vejez.

Es más cierto en la vida una obra literaria insigne, que la vida que estamos viendo y tentando

Vive Ulises, el viajero de Homero, o sea Odiseo. Vive en su viaje incesante, buscando su pequeña patria allá, entre las islas griegas, vive. Vive como ejemplo del viajero, del sagaz, del hombre que puede engañar al infortunio con la astucia, con la inteligencia, con los recursos de la sobrevivencia.

Vive el infierno del Dante con todos sus condenados y vive el paraíso del Dante con todos los amorosos bienaventurados que el Dante pone allí. Vive definitivamente.

Puedo contar una anécdota graciosa que me ocurrió llegando, hace ya cuarenta años tal vez, al Perú. Llevaba yo un ejemplar de la Divina comedia y me lo confiscó el soldadón de la aduana en el aeropuerto. Le dije:

—¿Por qué me quita usted mi libro?

Decía Divina comedia de Dante Alighieri. Dijo:

—Porque con la religión no se hacen comedias.

Y me quitó mi libro, me quitó mi ejemplar y no lo recuperé nunca.

Bueno, esto es un poco un ejemplo de que vive verdaderamente ese gran libro escrito pronto hará mil años. Hay esta otra anécdota que nos puede aleccionar mucho. Un pintor notable inglés pinta el retrato de Lady Ransom. Y se hace la vernissage, el descubrir el retrato delante de un nutrido grupo de la aristocracia inglesa. Alguien que no quiere al pintor, ve el cuadro y dice:

—Ésa no es Lady Ransom.

Y el pintor dice:

—Tiene usted razón, esa no es Lady Ransom, eso es un cuadro.

LITERATURA Y CREACIÓN III.
IMAGINACIÓN

Decíamos: las cosas, los seres en la literatura existen, y la literatura existe en la mente del hombre, en la imaginación del hombre.

Tanto es así que se puede saber o se puede pretender saber mucho de la vida con independencia o ajenidad de los libros, y en realidad no se sabe más de lo que sabe el común, que no sabe nada verdadero.

El hombre de los libros, el hombre que se alimenta literariamente, es que ve la vida y el mundo con ojos sabios, y ningún otro hombre le iguala, porque nada es ficción en la gran literatura, nada es mentira o fantasía, todo es rigurosamente cierto, y yo diría más cierto que lo que sucede en la vida que vemos y tentamos todos los días.

Es más cierto en la vida una obra literaria insigne, que la vida que estamos viendo y tentando. Sancho Panza, por ejemplo, existe en la conciencia de los hombres y en la vida diaria de los hombres todos. Tiene una existencia más viva, más física, que la de usted y la mía. Claro, no se puede pellizcar a Sancho Panza o clavarle un alfiler, no grita Sancho Panza, es un ser que pertenece al orbe de la imaginación, yo estoy de acuerdo, pero ese orbe es más verdadero que el orbe físico. No chilla Sancho Panza si le damos un pellizco a su imagen pintada por Gustave Doré, no, no chilla, pero a la hora de reflejar la naturaleza de los seres humanos, Sancho Panza es mucho más universal y está mucho más presente que usted y que yo.

No sería inútil, nada inútil, que usted reflexionara un momento, en esta proposición que no es mía, que yo simplemente repongo, repito, hecha por hombres, en esto, mucho más aventajados que yo.

Inspector de radio comprobando la calidad de la radiofrecuencia, 1936.

LITERATURA Y CREACIÓN IV:
CAPACIDAD DE ASOMBRO

Dijimos: nada es ficción en la gran literatura. Y decimos ahora: allí es, en la realidad visible, los siguientes tres renglones que encierran la posible grandeza de los seres humanos. Allí es, allí será: la capacidad de asombro, el apetito de misterio y el menester de eternidad.

Estas tres cosas, según pensadores europeos de muchísima ventaja, forman la especie superior de la condición humana, digamos que forman la almendra del espíritu del ser humano.

La capacidad de asombro. Piensen ustedes un momento en que es el niño, bien alimentado, bien cuidado, el pobrecillo niño indigente no, pero el que esté hecho conforme a principios y reglas más o menos precisas sí, es el niño que goza la capacidad de asombro mayor en la especie humana. Es el asombro incesante de una inmensa capacidad de aprendizaje.

Cuando el hombre adulto mantiene un poco esa antigua capacidad de asombro teñida en la niñez, el hombre adulto es realmente un hombre de selección. Es patrimonio del Das man, del hombre común, del hombre de la calle, no asombrarse de nada. Y se supone que la experiencia de los que más saben está en la incapacidad de asombro, está en la posibilidad de que nada sea sorprendente. Esto simplemente es pobreza de alma. No es inteligencia, no es conocimiento, no es sabiduría, es pobreza de alma.

Es en la literatura donde está la capacidad de asombro para los seres adultos, en los adultos se fija y se reproduce, se expande, prácticamente sin término. Desde luego el escritor es un hombre cuya capacidad de asombro se parece mucho a la que tiene el niño, y su técnica, aprendida a lo largo de los años de trabajo, hace posible que esta capacidad trascienda hasta la escritura y sea propuesta a los demás.

Es en el comercio con los libros, donde nuestra capacidad de asombro quedará robustecida y como rediviva o renacida de modo incesante hasta antes del fin.

LITERATURA Y CREACIÓN V:
APETITO DE MISTERIO

La literatura, dijimos, es capacidad de asombro y es apetito de misterio, es menester de eternidad.

El apetito de misterio es tener la curiosidad inteligente de saber lo que hay detrás de las cosas, qué hay detrás de los seres vivos, qué hay detrás de los seres muertos. Se trata de un espíritu religioso fundamentalmente, no de un espíritu eclesiástico. No hay porqué pertenecer a una iglesia o a un determinado credo para tener apetito de misterio, para tener naturaleza religiosa. Se trata de una íntima sensación de orfandad, de una certera certidumbre, valga la redundancia, valga la repetición, de que es necesario un ser necesario por encima de los seres contingentes que somos todos los que habitamos el planeta.

Paradójicamente, insisto, no es necesario creer en Dios o tener una fe eclesiástica para tener este espíritu y para tener el apetito de misterio. El bruto, la bestia, el animal no tiene ningún apetito de misterio, vive los días puntualmente y muere cuando hay que morir, punto. Tampoco tiene memoria. Entre más se eleva un hombre por arriba de sí, más se despierta en él su apetito de misterio, su apetito de finitud, de inespacialidad, su gana de caminar como dirían los hombres del Islam, por los frescos jardines del Creador, más allá de los páramos ardientes de que está compuesta la existencia humana de todas las semanas. Cansa vivir, cansa vivir de lunes a domingo, de lunes a domingo, de lunes a domingo. Pero si alimentamos el apetito de misterio de lunes a domingo, habremos sufrido y gozado la capacidad de asombro y la posibilidad de valorar algunas aristas, algunas estrías, algunos avisos, algunos resplandores, algunos reflejos del misterio que nos rodea por todas partes.

Esto es la literatura y no otra cosa.