Rob Lemkin, el realizador de African Apocalypse, sostiene que no pocos lectores de Conrad han tratado de identificar el original de Kurtz. Hanna Arendt pensó en el explorador alemán Carl Peters, como dice en El origen del totalitarismo. Norman Sherry, biógrafo de Conrad, en el belga Arthur Hodister, comerciante de marfil. Adam Hochschild, biógrafo de Leopoldo II, en Léon Rom, jefe de la policía del Estado Libre del Congo. El jurista polaco Raphael Lemkin eligió al capitán francés Paul Voulet.
En abril de 1899, el coronel Jean-François Arsène Klobb salió en pos de los capitanes Paul Voulet y Julien Chanoine, quienes con dos mil efectivos y cañones de montaña de 80 mm. habían partido un año antes con la orden de avanzar desde las colonias francesas en el África occidental hasta el territorio de un reino africano esclavista en las inmediaciones del lago Chad.
“El proyecto”, escribe Bertrand Tahite, “coló como parte de tres misiones simultáneas francesas en 1898, las cuales saldrían de las esquinas de su imperio africano: Argelia en el norte, Dakar en el oeste y Congo en el sur”. Desde el Palacio del Eliseo, el presidente Félix Faure se empeñó en crecer el valor del imperio colonial francés y en renovar el prestigio político de su país, mientras que desde la ciudad de Kayes, en Malí, un coronel controlaba la colonia militar del Sudán francés, que abarcaba los actuales estados de Burkina Faso, Malí y el sur de Níger. Voulet y Chanoine encontraron resistencia al topar con los pueblos hausa al oriente del río Níger, y su avance dejó una macabra estela de decenas de miles de muertos, colgados, amputados o decapitados, villas en llamas, fosas comunes y pozos de agua infestados de cadáveres, todo lo cual llegó a la
prensa francesa.
Klobb tenía órdenes del Ministerio de las Colonias de arrestar a Voulet y Chanoine. Casi lo logra. El 15 de julio de 1899, después de celebrar con sus oficiales la toma de la Bastilla con una cena de gala bañada en licores, Voulet mató de un tiro al coronel Klobb. Acto seguido, arengó a sus tropas senegalesas: Él ya no era francés sino africano y se declaraba rey del Chad, ofreciéndoles una parte de su nuevo imperio. Dos días después, amotinados, los soldados mataron a Voulet.
***
Joseph Conrad no vivió para leer el diario de Klobb: Un drame colonial, à la recherche de Voulet. Sí, en cambio, para leer cuanto panfleto y publicación cayera en sus manos sobre literatura anarquista. De esta inmersión provienen dos cuentos: “Un anarquista” y “El informante”, y una novela, El agente secreto.
Norman Sherry, obsesionado por las fuentes de Conrad en sus narraciones, estableció que en “Un anarquista” se basa en un motín en la colonia penitenciaria en la Île Saint-Joseph y que en El agente secreto usa la explosión en el Parque Greenwich, ambos en 1894. Asimismo, sugirió un par de posibilidades para el personaje del Profesor anarquista: Johann Most, anarquista germano-estadunidense y John Creaghe, médico anarquista inglés; y también que el rasgo distintivo de este Profesor, llevar siempre un explosivo en la bolsa, lo podía haber tomado de Luke El Dinamita Dillon, terrorista irlandés.
Joseph Conrad no vivió para leer el diario de Klobb: Un drame colonial, à la recherche de Voulet.
Paul Avrich, historiador del movimiento anarquista, fue más lejos que Sherry. Reparó en que Conrad menciona en El agente secreto unos ejemplares viejos de The Torch y The Gong —estos últimos para Sherry correspondían a otra publicación de 1896, The Alarm—. Avrich encontró una referencia semejante en “El informante”, en cuyas páginas se mencionan The Firebrand y The Alarm, y entendió que esta última no podía ser sino la revista impresa en Chicago durante fines del XIX. Al revisarla, Avrich encontró al Profesor que carga consigo un explosivo en la entrega del 13 de enero de 1885:
Mezzeroff, hijo de madre escocesa y padre ruso, decía tener diplomas de tres universidades y dedicarse al estudio de la medicina. “De joven luché en la guerra de Crimea y llevo las cicatrices de cinco heridas. La masacre me enemistó con el poder autocrático. Decidí dedicar mi vida al bienestar y elevación de la humanidad.” Añadía que pertenecía a dos sociedades secretas y que no había “un hombre o una mujer o un niño” que pudieran decir que les hizo daño, no obstante que enseñaba en una escuela cómo fabricar explosivos. Conrad lo imaginó casi como un enano en El agente secreto, lo hizo perseguir la construcción de un detonador perfecto, sensible al pulso, y en su boca puso la frase: “¡Locura y desesperación!” Con esta palanca, añade, moveré el mundo.
***
Edward Garnett, fue el primero de los amigos que Joseph Conrad hizo con la pluma.Una vez publicada La locura de Almayer así lo animó Garnett: “Tiene el estilo, tiene el temperamento, ¿por qué no escribe uno más?” No se refirió ni a una novela ni a un relato, sino sencillamente a “uno más”. En esta ambigüedad podría estar una clave para desentrañar la relación entre narrativa e invención en el universo literario de Conrad, su manera de navegar sobre el río de la historia y construir la más contunden-
te epopeya en un recodo artificial, ahí donde los hechos se encuentran y funden con las vidas imaginarias.