Chéjov título su obra “La gaviota” y no “El albatros” como Baudelaire su poema, y sin embargo creo que tenían en mente la misma imagen, la misma sensación. Un ave marina como metáfora de lo inalcanzable de la belleza, y su lado oscuro y torpe una vez que la intentamos atrapar con las sucias manos de la cotidianeidad.
Admirado e incluso venerado por la Academia Teatral, pocas veces vuela a las alturas que merece y generalmente aterriza como el pajarraco que ven los marineros del maldito francés. Todavía resuenan los largos, interminables, eternos gritos de una de las tres hermanas en un montaje de la primera Compañía Nacional de Teatro, allá por los años setenta. Yo era muy pequeño, pero tengo la sensación de que la obra todavía sigue y que no terminará nunca. Solemne, aburrida y sin la menor gota de humor. Lo mismo con un no tan lejano Jardín de los cerezos, montaje en el que parecía que apenas los habían ido a plantar y no que estaban a punto de ser talados.
No vi la legendaria puesta en escena de Ludwik Margules con la no menos recordada escenografía e iluminación de Alejandro Luna del Tío Vania, pero sí el montaje/homenaje que David Olguín y Gabriel Pascal hicieran hace un par de años. Ahí ya podíamos hablar de alturas. Actuaciones intensas, subtextos bien entendidos y una historia humana que trasciende épocas y fronteras. Poco después, y recientemente desempacados de una exitosa gira por España, Villa Dolorosa, tres cumpleaños frustrados, una versión de Silvia Ortega Vettoretti de Las tres hermanas nos brindó una mirada fresca y actualizada de ese clásico.
¡FUERA LOS SAMOVARES y los gorros rusos de piel de oso! No más aullidos lastimeros y solemnidades mortuorias provenientes de los estereotipos soviéticos, que pretendían denunciar, a través de Chéjov, la decadencia burguesa y aristocrática. Con esperanza vemos cómo la actual generación de hacedores teatrales se ha dado a la tarea de redescubrir a este autor de lo profundamente humano.
Son famosas las disputas entre Chéjov y su primer gran intérprete, Constantin Stanislavsky. Se dice que el autor enfurecía ante el giro de “pieza” que el director imponía a sus montajes.
¡Son comedias! −parece que le decía al intenso regisseur del Teatro de Arte de Moscú.
Y sí, ya desde entonces estaba el debate entre la ligereza, que no superficialidad, y la densidad del drama realista que el segundo quería imponer. Comedia humana, diría Balzac, con todas sus sutilezas y complejidades. No para mover bobamente a la risa fácil, sino a la sonrisa a veces dolorosa de las ironías de las que está plagada la existencia.
ES EN ESTE CONTEXTO que se acaba de estrenar en el Nuevo Teatro Varsovia (a media cuadra de Reforma, en la Juárez), la obra Pinche pájaro estúpido, traducción poco reveladora, aunque correcta de Fucking stupid bird del estadunidense Aaron Posner. Estrenada en 2013, llega a México por primera vez bajo la dirección de Rodrigo González y traducida y adaptada por Ximena Lima.
Ubicada en un lugar que bien podría ser Cuernavaca, aunque por los constantes rompimientos de la cuarta pared siempre estamos conscientes de estar en un teatro, en ese teatro en particular; en un aquí y ahora, que de entrada nos ubica en el presente y no en Siberia o alguna otra provincia rusa.
Poco a poco, y de uno en uno, se van presentando los personajes. Sus nombres han sido simplificados, Konstantin Gavrilovich Tréplev es simplemente Con; su madre, la célebre actriz ya pasada de moda Irina Nikolaevna Arkádina (una espléndida Carmen Becerra) es Emma. Y así todos, lo cual en el fondo y digan lo que digan los puristas, se agradece. Gracias a esta aproximación el espectador puede concentrarse en las personalidades y conflictos propios de cada uno de los seres que habita el escenario.
Los sueños artísticos y de trascendencia de Con, marcado por una edípica relación de “amodio” con su madre que lo llevarán a intentar el suicidio como una vía de escape a su, finalmente, insignificante existencia. Emma incapaz de afrontar su envejecimiento, viviendo de viejas glorias y amante del autor de moda, Trigorin (interpretado por Modesto Magallanes quien también se estrena como productor), sin ser correspondida.
TODOS LOS ENREDOS y relaciones que nos planteara Chéjov están aquí, comentadas con los espectadores por los personajes/actores. Usando un recurso un poco pirandelliano aparecen entre el patio de butacas como quien se pasea por la sala de su casa. Interactúan con el público de manera amable, sin incomodarlo, más bien buscando un diálogo directo y cómodo sin mayores pretensiones que el de acercarnos a las realidades propias de cada uno de ellos y su situación.
Francisco de la O interpreta al tío Sorn, hermano de Emma, desencantado de la vida, pero resignado a ella sin mayores conflictos, más allá, valga la ironía, de la existencia misma y su sentido. Sobrio, relajado, se pasea por el espacio reflexionando con el espectador sin ninguna pretensión. Gracias.
Si bien no están todos los personajes de la obra original, para los propósitos de esta versión no los echamos en falta. Están, claro, Mash (Karen Flores), la conformista, eterna enamorada de Con, que finalmente accede a casarse con el simplón de Dev (Jorge Escandón), en aras de una cómoda felicidad. Y, por último, Nina (Marien Díaz), la joven actriz de la que Con está enamorado, aunque ella prefiere al amante de su “suegra”, Trigorin, el exitoso escritor. Ella es la encarnación de la gaviota inalcanzable, de la pureza artística que no puede remontar el vuelo por las pequeñas miserias del día a día.
Pinche pájaro estúpido es pues una muy buena oportunidad para acercarse por primera vez al gran Chéjov. Disfrutar de la comedia, llegar a conmoverse y sonreír sin amargura, mientras nos encaminamos al inefable fin de nuestra pequeña existencia.