Entrevista a Guillermo Fadanelli
En “Breve historia del automóvil” (El Cultural, 10-04-20), surgió el término dispersión, que derivó en algunos apartados de Desorden. Ahí haces una analogía entre la relación de las piezas del motor con los elementos del mundo. ¿Es frecuente que temas de tus libros nazcan de tus columnas?
Todo se encuentra relacionado con todo, sólo hay que encontrar o inventar las relaciones si quieres dar lugar a un orden efímero. Es evidente, me parece, que el libro trata sobre todo de asuntos éticos, lúdicos y abstractos: quiero decir humanos. Es esencial no perder de vista este aspecto ya que de ninguna manera yo negaría los aciertos de la ciencia. Acaso una de las intenciones más importantes de este libro sea la de ofrecer caminos menos dogmáticos y autoritarios a la hora de pensar y actuar en la vida cotidiana, individual y social. Desorden es un libro que me llevó varios años escribir y cuando lo creía conveniente tomaba del libro algunas ideas o capítulos para publicarlos como artículos o columnas. Es una treta para conversar conmigo mismo y algunos lectores. Conocer sus impresiones. Sin embargo, también podía ser al contrario; que una columna me diera motivos para incluir sus aspectos sustanciales en el libro. La dispersión no ha sido una característica reciente en mi escritura, la digresión, el dislate, el juego son caminos frecuentes de la imaginación literaria. Es una idea que acentuó Walter Benjamin —como un antimétodo— en sus ensayos, pero que puedes encontrar en algunos eruditos medievales, sea Boecio o Isidoro de Sevilla.
Soy un escritor desordenado y amateur lector de filosofía desde hace más de treinta años
En tu videoblog Barracuda relacionas Desorden con lo desbalagado de tu cuarto juvenil. ¿El desorden no es un orden alterno?
Sí, habría que dudar más profundamente, en vez de mal administrar y juzgar la superficie. Es inteligente dar por hecho que uno no tiene razón, sino sólo parcialmente. Por otra parte, no es posible desligar ambas nociones: orden y desorden. La primera es necesaria ante el predominio de la segunda; frente al desorden subjetivo, el caos, el enfrentamiento con lo diverso, es conveniente crear diversos órdenes éticos para procurar la supervivencia. No olvido que el arte no es armonía pura, sino expresión del caos que habita la conciencia: Desmadre (así titularon en Argentina, la película basada en Para ella todo suena a Frank Pourcel, una novela que escribí hace ya tiempos inmemoriales). Siendo adolescente la habitación de mi cuarto era un espacio complejo; encontrar mi libreta o mis apuntes podía llevarme bastante tiempo. Crear relaciones entre hechos para que estos se sucedan puntualmente nunca fue mi fuerte (abandoné la carrera de Ingeniería).
Al paso del tiempo aprendí que mi mente tenía un parecido a aquella habitación adolescente y que el desorden es el fundamento, la tierra para hollar, el cimiento a partir del que uno crea una idea del mundo, la vida, el orden, la salud.
A pesar de ser narrador y columnista, siempre te has inclinado por los fenómenos sociales y la filosofía. ¿Desorden sería tu obra más ambiciosa?
Soy un escritor desordenado y amateur lector de filosofía desde hace más de treinta años. Esto se ha dado naturalmente, ya que, como lo he dicho varias veces, para mí la filosofía es una de las ramas más conmovedoras de la literatura. No leo filosofía buscando alguna clase de conocimiento absoluto o canónico, mucho menos un reconocimiento, sino sólo impulsado por la curiosidad; en la filosofía hay escritores extraordinarios, como Hume, Schopenhauer, Nietzsche, Foucault o Gadamer. Y existen otros insufribles, cuyo estilo debe provenir de la garganta de un animal. Leo libros de filosofía como novelas, no como biblias irrebatibles. Además me auxilian a la hora de reconocer a los seres humanos más necios o repugnantes. Y tienes razón: tengo una extraña debilidad por escribir, en ocasiones, acerca de temas sociales. Me molesta la incapacidad humana para conversar, acordar y vivir en paz. Y, como Rorty, creo que la literatura es crucial en cuanto se trata de un vehículo muy eficaz de progreso moral; es decir ético o político. Por ello, cuando un político desprecia el arte y, en consecuencia, la literatura, ten la seguridad de que es un lastre, una especie de enemigo social.
En tu escritura unes un mundo bravo y la reflexión de altos vuelos.
Sí, pero no es una acción premeditada. He visitado el lodo, el mar y los bosques. He viajado en las peores condiciones imaginables, y también cómodamente (para mí la comodidad es una cama y una ciudad bella o agradable). Cuando fundamos la revista Moho a finales de los años ochenta fuimos presa del impulso romántico que te lleva a la aventura barriobajera. Esto más allá de que yo provenga de un barrio bravo y haya debido vivir durante mi adolescencia y primera juventud pasajes que pusieron al descubierto mi vulnerabilidad. A mí, generalmente, la academia me desprecia, pero yo respeto el saber y el conocimiento, vengan de donde vengan. Siempre he sabido tirar golpes, pero a veces pierdo las peleas. Me imagino que ha llegado el momento de perderlas todas.
¿Es una suerte de teoría general?
Sí, los seres humanos somos teorías bípedas; pese a que a veces nos aferremos, como pensaba Hume, a una fe animal para defender nuestras ideas. Quise hacer de la dispersión, tan afín a Walter Benjamin, una especie de orden en apariencia imposible: un desorden o caos primigenio que da lugar a verdades más confortables y menos tiránicas o dogmáticas. No se trata precisamente de un antimétodo, sino de una especie de estrategia moral, personal y literaria que estimula la flexibilidad, el relativismo, el pragmatismo inteligente, la imaginación y la posibilidad real de una convivencia social menos amarga. Si Desorden se lee atentamente, no será difícil darse cuenta de que se trata de un serio juego contra la tiranía, ya sea ésta genérica, identitaria, política, erudita o trascendental. Podría, si quieres, tratarse de un panteísmo cuyos dioses son el azar, la gravedad y la conciencia humana, pero preferiría alejarme de esa definición tan próxima al concepto de un orden natural. Se trata más bien de un libro lúdico y pragmático; de una “novela” que engulle todos los géneros, o de un ensayo que rehúsa definirse. En fin, gracias por detenerte en esta obra.