Siempre resultó admirable la reticencia de José Agustín a oxidarse como catador de rock. Mientras otros miembros de su generación habían renunciado a descubrir nueva música clásica, él continuaba sin tirar la toalla. En 2006 reseñó, en la revista La mosca, el Black Holes and Revelations de Muse, último disco de la banda que valió la pena, refrendando así no sólo su carácter de explorador incansable sino también su labor de sensei de todos aquellos que descubrimos en sus artículos y en su narrativa una escuela del rock en la cual nutrirnos de sus conocimientos.
Ese 2006 José Agustín cumplía 50 años, o poco más, de escribir sobre el género que lo apasionaba. Dos años después de su arranque, en el 68, publicó un libro, La nueva música clásica, que se volvió mítico por al menos dos razones. En principio porque se trataba de la primera obra escrita sobre rock en México por alguien con una visión literaria. Y en segundo lugar porque en poco tiempo se volvería inconseguible. La edición de los Cuadernos de la Juventud fue absorbida por jóvenes que, como él, se adhirieron a la nueva religión y clavaron el cuadernillo en sus libreros. Desde entonces se volvió codiciadísima y no quedaba rastro de ella ni en locales de libros usados.
Era un intento entusiasta por descubrirle al chavo de onda el mapa más elemental, pero no por ello menos portentoso, de lo que acontecía al otro lado, en gabacholandia, con el ritmo que estaba revolucionando a la juventud. Chaviza que lo convirtió en una guía para adentrarse en las aguas del movimiento que poco a poco comenzaba a ganar una profundidad complejísima. Aunque el libro no circulaba, José Agustín no dejó desamparados a sus lectores rockeros, continuó alimentándoles la oreja a través de la prensa escrita. Textos que durante las siguientes décadas verían la luz en antologías como El hotel de los corazones solitarios. A la par que desarrollaba su ficción nutrida también por los coletazos del rock.
Fue hasta 1985 que La nueva música clásica volvió a sonar en los estéreos de los macizos (y no macizos) adictos al rock. Pero la remasterización difería de la primera versión. Era un intento más ambicioso por abarcar el género. La nueva edición corrió con una maldición parecida a la de la primera. Agotó su tiraje y también se volvió imposible de encontrar. José Agustín tenía ahora no uno, sino dos libros de culto dedicados a la música. Y con el mismo nombre. Algo que no le ha ocurrido a ningún otro escritor rocanrolero mexicano.
Detrás de estas dos obras existe un trabajo de arqueología admirable. En sus páginas podemos observar el oído de José Agustín dejarse arrastrar por la curiosidad al tiempo que va realizando descubrimientos que ansía compartir con varias generaciones de melómanos. Él fue el pionero, en las letras mexicanas, en señalar que el rock no estaba supeditado a las secciones de espectáculos de los periódicos, sino que vive en nuestros oídos para modular nuestra realidad y convertirse en el alimento de cada día. No es difícil imaginarlo en su bata blanca catalogando material y elaborando esas famosas listas, a las cuales era tan afecto, en el laboratorio de sus inclinaciones sonoras.
Antes del internet, en la era de los Picapiedra, cuando la información tardaba semanas en propagarse por el cotorreo postal, cuando no todos tenían acceso a las revistas gabachas de rock, cuando no existían publicaciones rockeras en México, cuando costaba un güevo que un disco recién salido del horno, o ya con meses o años a la venta, fuera accesible en nuestro país, La nueva música clásica se convirtió en la Biblia para muchos lectores. Tan importante como De perfil o El rock de la cárcel.
Era el texto sagrado al cual recurrir, primero, como se mencionó, para aprenderse de memoria la historia del rock, y después, para releer por deleite. Porque era la única manera de crear comunión con el autor y con el rock. Porque en la lectura de ese libro se encontraba la clave que identificaba a todos los que en una casa, o en la calle, en una esquina con una grabadora, se reunían con un solo objetivo: entregarse en mente y espíritu a disfrutar de Dylan, de los Stones o más pacá, del Buena Vista Social Club.
El rock es una droga celosa. Y exige del adicto dedicación y empeño. José Agustín dobló los oídos ante su influjo. Se entregó sin miramientos y siempre quiso más
Cuántos melómanos no se conocieron tratando de encontrar La nueva música clásica. Ya fuera indagando quién lo tendría entre sus tesoros y lo quisiera prestar (pobre del pendejo que lo aflojara porque en su vida lo volvería a ver). Investigando el paradero de ese libro surgirían muchas cofradías, hermandades y hasta enemistades (por envidia con el mala onda que lo tenía y no lo quería rolar). Como también ocurrió con las novelas y los libros de cuentos de José Agustín. Cuántos de sus lectores no se conocieron y se hicieron sus cuates por haber leído Cerca del fuego o Se está haciendo tarde. Apasionados de su ficción que se reunirían a escuchar la música que reseñaba en revistas y diarios.
El rock es una droga celosa. Y exige del adicto dedicación y empeño. José Agustín dobló los oídos ante su influjo. Se entregó sin miramientos y siempre quiso más. No sólo escuchar, sino también escribir reportes de las novedades para satisfacción de todo el personal que le seguimos la pista. Su amor por los (ahora) clásicos no le impidió apreciar música nueva. No se encajueló en ninguna década. Como le ocurrió a mucho jipioso que piensa que el rock murió en los setentas. Para José Agustín el rock continuaba respirando. Y había que estar atentos a lo que el futuro tenía para ofrecernos. Esto quedó expresado en los artículos que publicó hasta el 2009, año en que sufrió un accidente que le impidió seguir escribiendo.
De no haber ocurrido ese percance, José Agustín habría seguido ofreciendo sus valiosas opiniones. Y se habría mantenido vivo ese diálogo que entabló con los melómanos de todo el país. Conversación que arrancó décadas atrás, con sus primeros textos sobre el tema y con La nueva música clásica. Y que se interrumpió de manera antinatural. Hubiera resultado interesante que compartiera sus reflexiones sobre la música del presente. Y sobre las bandas de calidad que siguen surgiendo año con año dentro del panorama.
Existen libros para la posteridad. Que se extravían en un cajón, y décadas después son rescatados y entregados a la imprenta. La nueva música clásica es uno de ellos. Ahora las dos versiones conviven en un mismo volumen. Y más allá de todas la implicaciones musicales, ambos textos son valiosísimos porque contienen la prosa del gran José Agustín. Con esta nueva edición se cierra un capítulo que se abrió en el 68. Tuvieron que pasar más de cinco décadas para que los astros se alinearan. Por fin todos aquellos que siempre quisieron tenerlo van a poder dormir en paz.