Entrevista a Yuri Herrera
Hace un siglo y medio, el 6 de septiembre de 1860, México confirmó su vocación como Estado de derecho con las Leyes de Reforma del presidente Benito Juárez, cuyo ideario político liberal se vio enriquecido con su exilio previo en una ciudad tan compleja y rica en lo social y cultural como lo fue y lo sigue siendo Nueva Orleans. Los pilares del México moderno se nutrieron así de un pantano, el mismo que sostiene hoy la escritura del escritor hidalguense Yuri Herrera (Actopan, 1970). Autor de los ya clásicos Trabajos del reino, Señales que preceden al fin del mundo, La transmigración de los cuerpos, Diez planetas y El incendio de la mina El Bordo, Herrera aprovechó la pandemia para escribir La estación del pantano (Periférica, 2022), llenando con una prosa sólida y original un “hueco” en la biografía del Benemérito de las Américas: los dieciocho meses, entre 1853 y 1855, en que Juárez vivió junto a Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga, José María Mata y José Montenegro en la vibrante Luisiana, un crisol —literalmente— de influencias africanas, francesas y americanas. Y si el soberanista zapoteco nunca reveló cómo fueron sus días de expatriado en la cuna del jazz, Herrera, otro migrante, aunque voluntario en su calidad de narrador y académico, decidió hacerlo desde la literatura.
Leer La estación del pantano es como sumergirse en una ciénaga donde combinaste la fábula con la investigación documental, geográfica y lingüística para hacernos deambular por las mismas calles que 171 años atrás caminó un don Benito, buscando refugio, oliendo los mismos olores a jazmín y a podrido, aturdiéndonos con el mismo bullicio de música y carnaval, y atisbando la profusión de cafés y burdeles de la entonces ciudad esclavista de Nuevo Orleans. Pese al drama narrativo, se nota que te divertiste haciéndola.
Llegué a Nueva Orleans sabiendo de la estancia de Benito Juárez en esa ciudad, aunque él en su autobiografía, Apuntes para mis hijos, apenas le dedica unas líneas. Más que la veracidad probable, aposté a lo plausible e imaginé la vida de alguien que entró en contacto con ese mundo social que a la vez que él tocaba se sentía tocado. Y sí, fue un gozo escribir este libro porque para mí el gozo es parte fundamental de la escritura y de jugar con el lenguaje.
Sí, como en los dos capítulos donde la tipografía se rebela alterando el orden, como los opositores.
Para mí, una de las cosas fundamentales en la escritura como arte, no simplemente como vehículo pragmático, es que tiene que reinventarse permanentemente. En el libro recurro a distintos tipos de tipografías, mayúsculas, minúsculas, bold en escenas donde los exiliados están hablando de manera muy solemne. De algún modo lo que la tipografía intenta reflejar es la importancia con la que ellos mismos se vislumbran en el futuro, casi en letras de molde, en una placa al pie de su estatua, se miran como próceres... Eso también sucede en los diálogos de los otros exiliados, no en el lenguaje de Juárez. Cuando escribí este libro pensaba también en los intentos en el siglo XIX de crear una gramática para uso de los hispanoamericanos como lo hizo Andrés Bello y también Simón Rodríguez, el mentor de Bolívar, que en sus comunicados y otros textos usaba distintas tipografías y el espacio de la página de forma muy libre, como una manera de afirmar una singularidad como intelectual hispanoamericano y diferenciarse de la cultura peninsular.
Benito Juárez se nutrió de Nuevo Orleans. ¿En qué te ha enriquecido a ti esta experiencia o, dicho de otro modo, qué se siente vivir sobre un pantano?
Nuevo Orleans es una ciudad que desafía todo el tiempo, desafía tus ideas sobre el arte, sobre la distinción entre el arte, la cultura y la cultura popular. Es una ciudad en la que la alta cultura es la cultura que surgió de las calles y de la gente más marginada y maltratada que logró encontrar un espacio dentro de la comunidad que ella misma creó. A mí, como migrante privilegiado que soy, me ha servido para entender la migración como una forma de cuestionar los nacionalismos rancios y las identidades fijas, rígidas. Es un lugar que es un reto constante literalmente ya que la vida transcurre sobre un pantano al que cada año llega un huracán o una tormenta tropical que lo obliga a reinventarse una y otra vez, si bien este sitio tiene una memoria muy clara de lo que se ha conseguido a lo largo del tiempo.
¿Eres, por así decirlo, un poco más negro y menos mexicano desde que vives en Nueva Orleans?
Sí, por supuesto. Cuando llegué, Paul, un amigo muy querido que era mi vecino y que me introdujo en la cultura local—él mismo era parte de la comunidad negra y como tal murió violentamente — me llamaba a veces “negro honorario” y otras “negro mexicano”. Yo sé que eso era simplemente una muestra de cariño porque es muy difícil, si no imposible incorporarse a la comunidad negra, que tiene su propia historia y su manera de lidiar con las instituciones y con el racismo estructural. Para mí ha sido muy importante embeberme de esa historia y entender la importancia de la cultura negra para definir la cultura de Estados Unidos, pero tengo muy claro que es algo a lo que llego como advenedizo. Esta es una comunidad a la que creo ahora entender y apreciar mucho mejor pero, si acaso, me recibe como un invitado o un polizonte.
Dices que a ti los libros te buscan para ser contados. ¿Qué nueva historia te ha buscado? ¿Cuál es la próxima estación?
La verdad, terminé muy cansado con este libro, me llevó mucho tiempo y buena parte de la investigación la hice durante la pandemia. La investigación interna, lingüística y también la de archivo, además de la escritura en sí, fue algo muy intenso. Yo escribo sin prisa, no pretendo publicar un libro cada año o cada dos años, por eso lo que intento hacer últimamente es aprender a escribir canciones. La música siempre ha sido importante para mí como aficionado y me gustaría hacer algo más profesional.
¿Canciones de qué género?
Estoy componiendo rancheras y boleros, que en cuanto a la forma son géneros relativamente conservadores, pero ahora trabajo con mi amigo Gilles Aniorte-Tomassian, que tiene una banda en la Ciudad de México, en un tipo de letras más experimentales, a ver si logro ser bueno en alguna de ellas.
¿Tienes algún tema, una estrofa para compartir con El Cultural?
No, todavía no. Pero ya te avisaré cuando la tenga.
¿Tocas algún instrumento?
Tomé clases de piano de niño, pero fui perezoso y malo, así que trataré de aprender otra vez.
¿El piano? ¿O la trompeta aprovechando la cercanía con el jazz?
No sé si tenga los pulmones para eso… [me contesta, entre risas.]