En la habitación 293 se respira un olor que reconozco, no puedo describirlo, me produce náuseas. El único sonido es el de los monitores de signos vitales y las bombas de infusión, están a un lado de la cama ajustable y con barandillas donde tú estás recostada, querida amiga. En la esquina, hay un baño privado en el que quisiera encerrarme para llorar. Nos quedamos solas con la enfermera, tú me elegiste para que te acompañara en el procedimiento, porque te gusta la sangre, me dijiste sonriendo. Tuve que usar un tapabocas y una gorra en la cabeza, me sirve para cubrir el miedo y el dolor al verte así. En una mesilla de metal hay un paquete envuelto en plástico. La enfermera comienza a sacar el contenido, uno por uno. Son agujas, jeringas, una cinta métrica, tubos muy delgados y flexibles, y otras cosas, no sé qué son. Las acomoda con cuidado, como piezas de un museo, obras de arte meticulosamente ordenadas. El timbre del teléfono roba mi atención, contesto. Es la voz de un hombre acerca de los servicios del hospital, no le doy importancia, le pido que llame más tarde, le cuelgo. Al volver, estás tapada por completo con una tela muy delgada que se mueve con tu respiración. No veo tu cuerpo ni tu cara, ¿estarás llorando o con los ojos cerrados, sin pensar, o acudes al dios en el que crees y hoy te aferras? Meto la mano por un extremo de la sábana para tomar la tuya, fina, de palma estrecha, nudillos prominentes, siempre fría. La reconozco, en otras ocasiones tú has sostenido la mía. Apriétame si duele, te digo. No respondes.
DESINFECTAN UNA ZONA de tu brazo derecho, realizan una pequeña incisión en tu delgadísima piel, insertan una vaina de acceso en la arteria braquial. En un monitor, veo las imágenes en tiempo real de lo que está pasando dentro de ti, el catéter se pone rebelde y se dirige a la yugular en lugar de hacia el camino indicado, cerca de tu corazón que palpita lento.
La temperatura del cuarto sube, al absorber el calor siento que me convierto en líquido. Me diluyo, viajo por la ruta intravenosa, recorro las aortas y las válvulas cardiacas. Soy sangre limpia y purificada que quiere calmarte las entrañas, renovarte el alma, tranquilizar el cuerpo. Curarte. Sanarte. Me dirijo hacia esa mente tuya que tan bien conozco, laberíntica y melancólica, con mi presencia quiero erradicar la angustia que te debilita. Tomo mis más letales y potentes armas radioactivas para destruir las células enfermas, te bombardeo de anticuerpos, invado la médula ósea, le ordeno que induzca la remisión de una vez por todas. Un suspiro tuyo me indica que la intervención ha terminado. Sales del ensimismamiento en el que tenías encapsulada la esperanza, regresas al tiempo presente mirando de cara al futuro promisorio que te espera.
Te destapan, nos vemos a los ojos. Tu mirada es un pozo de tristeza, la mía una llama de aliento para darte fortaleza. Sin palabras nos decimos todo, la fragilidad de la existencia, lo que hemos vivido y lo que nos falta por hacer, tú no quieres morir, yo no te puedo perder. Cantémosle a la vida.
*En busca del trauma perdido.