Recorrer la bitácora de vuelo de Horácio Costa es participar en su socarronería. Su construcción y organización avanzan como un diario, que no es otra cosa que un calco editado de cómo avanza la vida, un artificio que reconstruye poéticamente, como si así hubiesen pasado, los hechos de una vida que sí pasó. Cada poeta tiene sus métodos para abrir los gajos de su escritura. En este caso han sido la geografía y el diario. Su estrategia acota el recorrido a un espacio, México, y al tiempo de su estancia ahí. Como él mismo narra en su prólogo, “El título Viagem ao México 3 hace referencia a dos anteriores, publicados en ediciones bilingües español / portugués en 2014 y 2015. En este sentido, Viagem obedece a la misma circunstancia”. Para que adquiera categoría de poema lo que sucede en un día se necesita que quien lo escribe encuentre en esas circunstancias las articulaciones precisas de explosión:
Si no hubiera habido ese viaje, The Road to Tequila no se habría escrito.
Esta estructuración está reforzada por el postfacio, escrito por Ana Joaquim, que ella llama correctamente “Testimonio”. En lugar de distanciarse como su observadora, se inscribe con su texto, como una a-dicción, y lo lleva a otro nivel cibernético en WhatsApp, en una red plural de información y de relaciones en las que las cosas que le pasaron a Costa están sucediendo simultáneamente hacia otros, sea en una miríada de contactos, como pasa en TikTok y en Instagram o en la información, vía los poemas, de mensajes intercambiados, y que el aislamiento causado por la pandemia no hizo sino exponenciar, de tal manera que las respuestas de Ana Joaquim a Horácio se desdoblan en crítica puntual.
“Deja que la vida me lleve”, abre el primer poema del libro, “Complejo de Wunderkind”, citando una canción de Zeca Pagodinho, y va a ser la música, de la samba a Vivaldi a Lou Reed, uno de los hilos que lo pespunten. Horácio es un espíritu chocarrero que con sus años acumulados se planta, con más insistencia aún, en el corralillo de juegos de la infancia para postularlo como inicio del despegue de este viaje. Por eso cuando afirma
se capta de inmediato la técnica del libro, por un lado de afirmación de vida, por el otro de secuencialidad de todo lo que venga al caso (y ojo, que venga al caso quiere decir a partir de un principio de necesidad, no de estragarse en un batiburrillo de ocurrencias inconexas).
ESE PRIMER POEMA AFIRMA la maravilla de la vida, pero también la de
la escritura como acto de infancia, a la vez que advierte de la amenaza de su cancelación, es decir, de un “todo por servir se acaba”, que significa la muerte, tanto del niño como de la escritura:
Aprendemos también por Ana que al poema al que se refiere la nota no es ése primero, ni el segundo, sino el tercero, “Cum Dederit Dilectis suis Somnum”, el cual “ya era el preanuncio, el anuncio, el prenuncio de una verdadera inundación lírica. El prenuncio de una verdadera inundación errática. Erótica. Amorosa. Poliamorosa. Homosexual. Experimental.” Prenuncio quiere decir presagio, pero también apunta a prepucio, como avanzada anatómica del yo erótico que se afirma en el libro: “Abrió el pequeño grifo aquí, anuncia”. Y en efecto, “Cum Dederit Dilectis Suis Somnum” (colma a sus dilectos en su sueño) es una exaltación de vida, a partir de la exquisita pieza de Vivaldi, que como señala el músico Antonio Torralba es “Uno de los momentos más emotivos del Nisi Dominus de Vivaldi”, y cuyos primeros acordes me atrevería a calificar de celestiales. “¿Y si Dios…?”, se pregunta Vivaldi, y Costa avanza desde ahí, siempre con una sonrisa de la mano, y dice, “hago o hacemos lo que nos place”, y “donde se adaptan las santas escrituras a una pauta / posterior de realidades cotidianas”.
Cada poeta tiene sus métodos para abrir los gajos de su escritura. En este caso han sido la geografía y el diario
En un libro lleno de humorosa erudición, con saltos del metatexto al otoño de la edad media, escrito a veces hacia un “tú” y a veces hacia el propio yo, Costa busca con la tonalidad, los altos y bajos del humor, las acotaciones, un interlocutor, es decir, alguien que desde fuera entra al poema, apelando a la discusión, en un ejercicio que escucha Talking Heads, repela de Bolsonaro, desayuna con Lou Reed, todo en una cartografía o bitácora de los días de la pandemia en los que, dirían Dante y Marco Aurelio, “aquí está todo”.