Longlegs de Osgood Perkins

FILO LUMINOSO

Maika Monroe obtuvo el premio a mejor actriz en el Chainsaw Award de 2016 por su actuación en la película de culto Está detrás de ti. Foto: IMDb

En cierta forma el terror es un género esencialmente referencial. Trata sobre historias que deberían ocurrir de una manera hasta que súbitamente lo inesperado las lleva por un cauce catastrófico y aterrador que usualmente tiene que ver con leyendas, mitos y cuentos populares. En cada generación los productos de este género se vuelven más y más endofágicos, en los que las citas y paráfrasis crean bucles temporales y sensoriales entre obras. Los constantes homenajes de los clásicos son una especie de regreso a las escrituras, una peregrinación a los orígenes con tintes casi religiosos. Pero esas evocaciones también pueden parecer teratomas o parásitos que en vez de aportar algo son simplemente redundantes.

Osgood “Oz” Perkins (el hijo de Anthony Perkins, protagonista de la obra maestra Psicosis, de Hitchcock) ha contribuido a esta tendencia con su cuarto largometraje, Longlegs, un filme que es un tenso tejido de referencias, guiños, “huevos de pascua” y nudos narrativos que invocan a Carrie (Brian De Palma, 1976), El silencio de los inocentes (Demme, 1991), Se7ven (Fincher, 1995) y Hereditary (Aster, 2018). Perkins, quien tiene una fascinación por el horror gótico y la creación de atmósferas siniestras, debutó en la dirección y guión con la eficaz y espectral La enviada del mal (The Blackcoat’s Daughter, 2015) a la que siguieron las pesadillescas I Am the Pretty Thing That Lives in the House (2016) y Gretel & Hansel (2020). Filmes ligeros en trama pero ricos en estilo.

Aquí habrá spoilers:

LA HISTORIA DE LONGLEGS se desarrolla a principios de la década de los 90 en una localidad suburbana, fría y ceniza en el noroeste estadounidense, donde una joven recluta del FBI, Lee Harker (Maika Monroe), con talento de vidente, es enlistada por su jefe, Carter (Blair Underwood), para investigar una serie de asesinatos sin resolver que han tenido lugar a lo largo de un par de décadas, los cuales aparentemente fueron instigados por una mente criminal que se hace llamar Longlegs, capaz de manipular a padres de familia para que siguiendo un guión asesinaran violentamente a su familia entera, seis días antes del noveno cumpleaños de su hija, que debe caer en un día 14. Longlegs, interpretado con absoluta perversidad, incómoda, grotesca y siniestra por Nicolas Cage, está obsesionado con la banda setentera T. Rex, e imita burdamente la moda glam y la apariencia andrógina de vestir de Marc Bolan. El personaje de Cage, que siempre deja una señal críptica en el sitio del crimen adjudicándose la responsabilidad, es un acertijo, no únicamente por su vínculo con satanás, “el hombre del piso de abajo”, sino por ser casi un bufón estridente fuera de control que desentona escandalosamente en una película que se caracteriza por su calibrada moderación.

Al inicio vemos la letra de la canción Bang a Gong (Get it On), de 1971 en fondo rojo: “Well you’re slim and you’re weak / You’ve got the teeth of the hydra upon you / You’re dirty, sweet, and you’re my girl” (Bueno, eres delgada y eres débil / Tienes los dientes de la hidra sobre ti / Eres sucia, dulce y eres mi chica) y esa es tan sólo la señal más evidente de la relación de Bolan con la trama. Perkins declaró a la revista Rolling Stone que “…así como en el piano la mano derecha toca la trama, la izquierda toca al alma…

La mano derecha toca al espíritu, la mano derecha toca el arte, el misterio, la fascinación, la belleza y el glamur. Así que T. Rex no tiene nada que ver con la trama pero sí con la vibra”. Desde ese momento la noción de inocencia infantil de las niñas queda expuesta como algo sucio y depravado que Longlegs tratará de explotar.

LONGLEGS INVOLUCRA ASESINOS SERIALES, satanismo, thriller policiaco, falsas monjas, manipulación psíquica (o algo así) y muñecas equipadas de una extraña tecnología diabólica de control remoto, en una búsqueda de la esencia del mal. Podríamos imaginar que este amontonamiento de clichés es producto de inseguridad, complacencia o parodia, sin embargo, el exceso también podemos imaginarlo como una provocación por parte de Perkins. Es posible asumir que las vetas subgenéricas quedan en un segundo plano, veladas por un ambiente sórdido, una paleta de colores deslavada y una habilidad formal para crear suspenso y miedo a través de la técnica de composición y edición. De cualquier forma tenemos un filme que no sabe muy bien qué quiere ser. Y si a eso añadimos que Harker y su madre Ruth (Alicia Witt) tienen una historia muy profunda e íntima con Longlegs, debido a que la madre tiene un pacto con el mal y es la asistente del asesino, eso añade un nivel extra de inverosimilitud. Desde las primeras escenas el filme sorprende por la concepción de los encuadres del cinematógrafo Andrés Arochi. Cada toma compite con la siguiente en su evocación poética del espacio y la representación aural de la angustia de los personajes, con lo que crea un mosaico del malestar emocional–generacional que por mucho se vuelve el principal protagonista. A esto se suma una formidable pista sonora que recuerda al Kubrick de Naranja Mecánica (1971). El despliegue estético y estilístico por mucho rebasa cualquier intención formal; algo que recientemente vimos de manera semejante en I Saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun (2024). Así, estamos ante un desfile de temas de horror ejecutados con gran elegancia y entrelazados con destreza aunque sin un fin comprensible.

PERKINS NUNCA HA ENFATIZADO el fondo sobre la forma. Su magia radica en la puesta en escena, en visiones espectrales que intentan volverse icónicas. Para eso cuenta con paisajes desoladores y actuaciones que rayan en la desesperanza, cargadas de melancolía y aflicción como la que logra Monroe, a pesar de (o tal vez debido a) que no tiene mucho con qué trabajar. En un registro similar, Kiernan Shipka, en el papel de una sobreviviente convertida al culto de Longlegs, logra una actuación brillante e inquietante. Cuando la cinta se desgaja hacia el final bajo el peso de su propia saturación de tropos y el frenesí al borde de la histeria de Cage, que desplaza el centro de gravedad del filme hacia una frágil inestabilidad, ella se mantiene estoica. El vínculo de Lee con Longlegs (así como Clarice tenía el suyo con Lecter) y su capacidad o poder para anticipar o descifrar la mente maligna (aunque la duda queda si su destreza no se debe simplemente a memorias reprimidas de infancia) no la protege ni impide el atroz desenlace. El asesino quiere que sea Lee quien investigue el caso y de esa manera descubra su propia historia, lo cual imprime un carácter de fantasía infernal. El horror, como cualquier otro género nos exige coherencia y lógica interna, en este caso esos dos criterios no abundan, sin embargo, este es un vertiginoso paseo por el terreno de las pesadillas del que uno regresa cargado de impresiones duraderas y sensaciones impactantes.