Un ave de alas rígidas, silenciosa, con ojos como flechas

En años pasados, la fotógrafa Tema Stauffer realizó con su cámara una exploración fotográfica a lo largo del William Faulkner Memorial Highway, en el estado de Alabama, Misisipi, y en la Carretera 441, en el de Georgia, y en otros lugares dejados de la mano de dios en el paisaje sureño estadunidense. Antonio Saborit parte de esas imágenes para dar un paseo por los extraordinarios relatos de Truman Capote (1924-1984) y por la obra que lo volvió un escritor irrepetible

Truman Capote (1924-1984)
Truman Capote (1924-1984) Arte digital > A partir de una fotografía de Tema Stauffer, 2018 > Belén García> La Razón

Es originario de Natchez, Misisipi, el joven recluta de la marina de guerra que aparece de pronto en medio de una fiesta en un lujoso edificio urbano. “Yo supongo que usted no ha estado en Misisipi”, dice el de Natchez a la joven anfitriona en “Las paredes están frías”, un cuento que se publicó en 1943. Las atmósferas de varios más de los primeros cuentos de Truman Capote (1924-1984), como “La botella de plata”, cuya trama transcurre en la barra de una de las dos cafeterías del condado de Wachata, en Nueva Orleans; o como “Mi versión del asunto”, ubicado en Admiral’s Mill, un asentamiento carretero de trescientas almas en Alabama; o como “La leyenda de Preacher”, en el que hacia el final destaca una desvencijada mecedora que la lente de Tema Stauffer pudo haber captado en Sparta, Georgia. Las atmósferas de estos cuentos de Capote, decía, todos ellos publicados a lo largo de 1945, asoman de una u otra manera en las fotos que Port Gibson, Clarksdale, Jackson y Rodney, también en Misisipi, y como Eatonton, Powelton y Sparta, en Georgia.

Si este es el caso con los cuentos, el filtro de las imágenes obtenidas por la fotógrafa en algunos de los estados de la unión costeros del Golfo de México, abarca asimismo las ciénagas y los senderos artesanales de arcilla roja a lo largo de decenas de millas de campos desolados y bosques y pantanos en las inmediaciones de Noon City, un mítico poblado en el seco corazón profundo de Luisiana y al que debe viajar Joel Knox, desde la ciudad de Nueva Orleans, en busca de su padre.

Las fotos que Stauffer realizó muestran la portentosa cantera de la que salió a mediados del siglo pasado el material de Truman Capote

JOEL KNOX, UN ADOLESCENTE DE TRECE AÑOS, fue el centro de la primera novela publicada de Truman Capote, Otras voces, otros ámbitos (1948), mientras que Grady McNeil, una adolescente de diecisiete, el de la primera novela que concluyó, Crucero de verano (2005), a partir de la experiencia de vivir en Nueva York. El espacio entre ambos personajes, Knox y McNeil, lo ocupa sin disputa Holly Golightly, la más popular y la menos conocida de las creaciones de Capote, quien en Desayuno en Tiffany’s (1958) reúne en su persona una fiera infancia rural marcada por la orfandad, la sequía de 1936, su matrimonio a los catorce con un veterinario en Tulip, Texas, bajo su verdadera identidad, Lulame Barnes, por un lado. Y por otro, marcada por la intensa vida nueva, atravesada por el alcohol y el erotismo, que logra desarrollar desde el piso que ocupa en la planta baja de un edificio de piedra rojiza en el oriente de las calles setenta en la ciudad de Nueva York. El tema de toda la narrativa de Capote, como señaló alguna vez John Knowles a George Plimpton, no es otro que el siguiente: en este mundo hay personas especiales, raras, talentosas, que deben tratarse con conocimiento, pero que en cambio obtienen cuando menos burla y hostilidad.

UNA PARTE DE LA OBRA NARRATIVA de Truman Capote se debe a su minucioso trabajo en la misma cantera de la que salieron las páginas de Edgar Lee Masters, Sherwood Anderson, William Faulkner y Eudora Welty. De ahí mismo proviene A sangre fría, la cual apareció originalmente con el subtítulo: Relación verdadera de un asesinato múltiple y sus consecuencias.

A sangre fría se publicó en la revista The New Yorker en cuatro entregas, entre septiembre y octubre de 1965, y en el mismo año Random House sacó la edición en pasta dura. New American Library compró los derechos para la primera edición rústica y Columbia Pictures invirtió poco menos de un millón de dólares por los derechos para llevarla a la pantalla. La recepción y el contagio de esta novela sin ficción desplazó hacia la sombra al seco y delicado estilista que veinte años atrás había empezado a exhibir una imaginación literaria digna de su admirado Robert Louis Stevenson, y un registro para los diálogos tan fino como el de Zora Neale Hurston, como es posible apreciar en los cuentos de Un árbol de noche (1949) y la novela El arpa de hierba (1951). Este primer Capote se convirtió en una suerte de autor de culto y de su escuela sin aulas egresaron autores como Cormac McCarthy, cuya primera novela El guardián del vergel (1965) fue arrasada, como decenas más, por el huracán que significó A sangre fría. La historia del asesinato de Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus dos hijos, Kenyon y Nancy, ocupó todo el espacio público y el autor de A sangre fría se transformó en una persona pública, sin par. En adelante la obra narrativa de Capote quedó asociada a sus relatos y novelas sin ficción, como los llamó él mismo.

La actividad periodística de Truman Capote es algo fuera de lo común, mas no sólo porque los escritos resueltos a la sombra de la efímera actualidad encontraron salida en revistas de diversa índole aunque fieles a su inclín informativo. Toda esa actividad tiene la marca de la audacia y agudeza estilísticas de Capote.

Tal es el caso de un título como Se oyen las musas (1956), crónica de la primera gira de una compañía estadunidense por Leningrado y Moscú, en plena Guerra Fría, para presentar la ópera de George Gershwin, Porgy and Bess. A esta cuerda pertenece asimismo el material que reunió en el libro Los perros ladran. Personajes públicos y lugares privados (1973), o ciertas piezas de arte mayor como “Ataúdes de artesanía”, incluida en Música para camaleones, o en las crónicas como “Monstruos vírgenes”, “La Côte Basque” y “Kate McCloud”, los tres capítulos a los que quedó reducida Plegarias atendidas, su creación más ambiciosa en el espacio de la no ficción y que Capote siempre imaginó como su consagración, pues semejante apuesta funcionaba como una coartada y una justificación de la persona pública que el propio autor asumió en los ámbitos de los ociosos eminentes en las décadas de la posguerra.

LAS FOTOS QUE TEMA STAUFFER REALIZÓ en distintas localidades de los estados de Alabama, Misisipi y Georgia, sin habérselo propuesto, desde luego, muestran la portentosa cantera de la que salió a mediados del siglo pasado el material de Truman Capote. Nadie sino él pudo haber apreciado el aislamiento y sus geografías en ese sur agrícola, olvidado, sordo, ambulante. En las fotos de Stauffer se aprecia que todo está en su sitio en estas tierras de nadie, es decir, todo se cae a pedazos. “En muchas ocasiones”, como se lee en Otros ámbitos, otras voces, “el único movimiento que se vislumbra en el paisaje es el humo invernal que sale formando espirales de la chimenea de alguna granja de pobre aspecto, o un ave de alas rígidas, silenciosa y con ojos como flechas, al volar en círculo sobre los negros y desiertos bosques de pinos”. Alguien vive ahí, sin embargo. “Y no somos cualquiera, para nada”, como afirma uno de los personajes de “Un árbol de noche”.