Se puede entender lo que significa crecer en el sur de Estados Unidos entre las décadas de 1920 y 1930, abandonado por su padre y con una madre que en raras ocasiones se acuerda de su hijo (al cuidado de unos parientes), leyendo Otras voces, otros ámbitos, la primera novela de Truman Capote, publicada en 1948, cuando el autor ya había encontrado en Nueva York un ambiente más acogedor.
Fue una infancia terrible para este brillante joven, ávido de todo tipo de lecturas, afeminado en sus maneras y solitario, debido más al destino que a una decisión propia. Aunque dedicará varias narraciones y novelas a los melancólicos ámbitos de su infancia, al arpa de hierba (título de otra de sus novelas) de la lejana pradera, que conoce la historia de todos y la cuenta, en Nueva York se inventa una nueva identidad, empezando por el apellido (el de su padrastro, elegido casi como un desafío) y por una carrera como intelectual de referencia, periodista con una pluma fácil y con una prosa chispeante para Harper’s Bazaar, dandi amigo de actores y cantantes, protagonista de bailes en que la norma era vestir “en blanco y negro”. Autor, además, de aquel retrato disolvente e irónico de Desayuno en Tiffany’s (1958), donde la Holly Golightly de la novela es muy diferente a la cinematográfica, interpretada por una etérea Audrey Hepburn, y para la que la productora elige un final feliz que no encontramos en el libro. Pero, sobre todo, Capote firma A sangre fría (1966), brillante ejemplo de la “novela verdad”, en la que un hecho de la crónica negra, el cruel asesinato de toda una familia en Kansas, lo empujó a reconstruir, tras seis años de investigación de campo, la mecánica del caso y la personalidad, aparentemente sencilla e ingenua, de los asesinos.
Dandi amigo de actores y cantantes, protagonista de bailes en que la norma era vestir ‘en blanco y negro
Aparecida en primer lugar por entregas en el New Yorker, esta novela inaugura un nuevo género literario. En las largas horas de conversaciones con los asesinos, en la reconstrucción meticulosa de los hechos, que no concede nada a un juicio fácil, Capote se reencuentra con lo que podría haber sido su vida como un joven descomedido y marginado en una ciudad del sur estadunidense si la escritura no hubiera llegado para salvarlo.
“Richard Avedon es un hombre con una visión especial”; así es como el escritor empieza el texto que acompañaba, seguía y circundaba los retratos de Avedon en Observations, el primer libro del gran fotógrafo. Corría el año 1950, y la colaboración entre ambos fue el resultado de un aprecio recíproco que estaba destinado a durar. El íntimo y delicado retrato de un Capote jovencísimo es de cuatro años antes.
Con los ojos cerrados y la cabeza reclinada en un estado cercano a un plácido trance, el escritor ofrece a la vista del fotógrafo, y a la nuestra, su delgado pecho desnudo y un cuello de elegancia muy femenina.