El peor enemigo de las leyendas es el retiro. No importa cuántos pactos con el diablo hagan los músicos, todos tienen fecha de caducidad. Y al contrato de Eric Clapton no le falta mucho para expirar. Pero antes de que el tiempo, que no perdona ni a los iPhones, haga su chamba, va a estirar la liga lo más que se pueda. Por ello ha salido de gira para conmemorar sus sesenta años de carrera. Una épica que no ha estado exenta de momentos gloriosos y dolorosos, y en la que tampoco ha faltado el aburrimiento.
Aunque no se trate de una despedida oficial, es probable que Clapton no vuelva a México. Su visita anterior se había producido hace 23 años. Así que la noche del 3 de octubre era la última oportunidad para disfrutar de su música en tierras chilangas. La cita fue en el antes llamado Foro Sol, un nombre que evocaba a la horrible cerveza. Se lo cambiaron por el GNP. Que tampoco es que representara una mejora. Pero así es la onda de los patrocinios. Y que tú digas qué remodeladota le dieron, ps no.
Además de la expectativa por ver a Clapton, había mucho interés por su telonero, Gary Clark Jr. Un bluesman de cuarenta años que ha garantizado el relevo generacional del género. Y que junto a Joe Bonamassa es considerado el guitarrista más relevante de los últimos años. Todo apuntaba a que se trataría del concierto del año, sin embargo, nada es perfecto en los planes del creador, aunque sea el considerado por muchos, dios de la guitarra. Fue como ver a una ex con la que siempre te habías llevado bien pero que al final se marchó sin despedirse mientras estabas distraído pagando la cuenta.
Según el boleto la hora de comienzo de las hostilidades era las ocho treinta de la noche. Pero muchos no nos enteramos de que Gary Clark Jr. saldría a las 7:20. Algunos tuvimos suerte de alcanzar al menos la mitad de su show. Mientras cruzábamos el puente sonaba “When My Train Pulls In”. Para cuando llegamos a nuestros lugares ya estaba a la mitad “This Is Who We Are”. De un pequeñísimo set de siete canciones que no le hacía justicia al monstruo de la guitarra que es. A pesar de lo corto, se agradece que Clapton lo haya traído a nuestro país. Con todo y lo agridulce de su intervención.
A LAS NUEVE DE LA NOCHE CLAPTON subió al escenario acompañado por una banda de músicos de distintas generaciones. Entre ellos, Chris Stainton, quien fuera tecladista de Joe Cocker, Doyle Bramhall II, uno de los guitarristas que irrumpieron con fuerza en los noventa junto a Kenny Wayne Shepherd y Jonny Lang, y Shar White, una corista con una voz apabullante. Manolenta se arrancó echando toda la carne al asador. “Sunshine of Your Love”, el himno sesentero que ondearía junto a Cream, encendió el fuego interno de los más de treinta mil fans ahí reunidos.
Su comienzo sugería que no daría tregua. Pero la sorpresa de la noche sería un set acortado por dos canciones en comparación con lo ofrecido en otras ciudades. Lo cual no significa que no nos tuviera reservados pasajes de excelsitud musical. El mejor Clapton siempre ha sido el blusero. Y así lo demostró en “I’m Your Hoochie Coochie Man” y “Badge”. Era lo que esperábamos los amantes del blues. Y si así hubiera transcurrido toda la noche, habría sido un concierto que se habría quedado grabado en la mente de los asistentes por muchos años. Pero Clapton tenía otros planes.
Después de haber sacado la ametralladora, comenzó un set acústico. Luciendo entonces al Clapton que se instaló hace muchos años en esa desafortunada etiqueta conocida como rock para adulto contemporáneo. En la que se ha dedicado a fresear con canciones que van de lo soporífero a lo cursi. Lapsus que podría interpretarse como un descanso, puesto que Clapton se sienta a acariciar su guitarra electroacústica durante cinco canciones, entre ellas “Tears In Heaven”. El momento para que más de uno sacara a bailar las lagrimitas que llevaba atoradas un buen tiempo.
CLAPTON VOLVIÓ A LA CARGA con unos guantes que hacían pensar que sentía las manos engarrotadas. Pero a pesa de ello, apenas rasgaba su Strato el sonido que salía de ella era tremebundo. A sus 79 años sigue sonando tan poderoso como en su juventud, aunque su organismo no responda de la misma manera. Su voz tampoco ha perdido la aspereza. Y su dicción permanece intacta. La segunda parte del show eléctrico contó con su ya clásica versión de “Cocaine” más “Cross Road Blues” de uno de sus padres honorarios Robert Johnson, pero la cúspide de la noche fue “Old Love”. En la que Tim Carmon interpretó un emotivo solo de órgano cuyo sonido era igual de emocionante que el de una guitarra. Fue el momento que se robó la noche, junto a los gritos estremecedores de Shar.
En Clapton han recaído todos los títulos de grandeza a los que un blusero no negro puede aspirar. Pero esa noche en la Ciudad de México Journeyman no estuvo a la altura de su leyenda. Después de apenas una hora y fracción se despidió del público. Fue bastante imprevisible. Regresó sólo para tocar una mísera canción como encore. Eso sí, no cualquiera: “Before You Acuse Me”. Y nada menos que con Gary Clark Jr. como invitado. Ahora sí que se iba a poner bueno, pensamos todos aquellos que hemos visto las distintas ediciones de “Crossroads”, la serie de conciertos que organiza Clapton donde invita a guitarristas a subir con él al escenario a duelos de requinteadas.
Pero no hubo ninguna conversación entre su guitarra y la de Gary Clark Jr. Esa noche no estaba dispuesto a que se luciera el invitado. Tampoco lo dejó cantar. Aquello habría marcado una diferencia abismal. No todas las noches tenemos en nuestro país a dos héroes de la guitarra juntos en el mismo escenario. Lo que obedecía, y lo que esperábamos, era una cátedra blusera como sólo este par pueden regalarnos. En su lugar hubo una versión convencional de la canción y una despedida abrupta de Clapton seguido por la banda. Un desperdicio.
EN RESUMEN, CLAPTON QUEDÓ A DEBER. El set list estuvo bastante flojón, a pesar de que al principio prometía. Es verdad que ya no es un jovenzuelo. Pero cobra como si lo fuera. Cinco mil pesos el boleto en platino. Fue poco menos que cumplidor. Tocó tan solo hora y media. Y dejó a muchos con ganas de escuchar “Layla”. Quizá le pegó la altura. Es probable. Y no pudo continuar. Entre canción y canción parecía boquear jalando aire. Puede ser.
O quizá no. Tal vez los estragos de una gira a su edad son insalvables. Y puede sonar muy cínico, pero mejor eso a nada. Porque nunca en la vida volverá a existir un Clapton. Y aquellos que nunca lo habían visto y pudieron estar ahí arañaron un poco de la historia con mayúscula del rock. Algo que no podrán presumir las generaciones por venir.