La frase estaba escrita en la barda que daba a la calle, debajo de mi nombre y apellido. A la salida de la escuela vi el grafiti, las tripas se me pegaron al estómago. Estaba a la vista de las alumnas, profesores, peatones, cualquiera que pasara por ahí, dedicado específicamente a mi persona. ¿Qué norma ética o regla moral tan grave había violado yo para ser expuesta de ese modo? No le bajé el novio a nadie, no estaba involucrada en un romance con el galán de alguna compañera ni me le insinué al guapo profesor de computación, recién casado. Quizás rompí un corazón, se volcó en rabia y esa era su forma de venganza. Nunca supe quién fue. Me sentí vulnerada, señalada por el desprestigio, azotada por la deshonra. A los dieciséis años no era justo que me adjudicaran un calificativo así, el daño era mayor que el supuesto delito.
El mensaje anónimo me pareció contradictorio, ambiguo. Alguien me amaba, pero me consideraba una zorra, y su intención era hacerlo público, que se divulgara a los cuatro vientos. Cuando ya no había nadie en el colegio, conseguí una lata de aerosol, la agité, presioné con fuerza la boquilla. Los propulsores expulsaron la pintura roja, del mismo color que mi furia contenida. Cubrí solamente la palabra puta, que además estaba en mayúsculas, un tachón sobre otro hasta suprimirla. Ahora el comunicado semejaba una declaración de amor, pero ya todos habían visto el original.
AL DÍA SIGUIENTE ME CITÓ sor Benedicta, la directora. Después de que me regañara, una vez más, por usar las calcetas al tobillo y la falda demasiado corta, cuestionó mi reputación de cuatro letras. Nunca he hecho algún favor sexual a cambio de dinero, le respondí. Durante el recreo, con ayuda de un mozo, cepillos y acetona, removí por completo la leyenda. Desvanecer la calumnia y la humillación fue más complicado.
Siempre he dado de qué hablar y de qué escribir, hasta en las paredes. No sé si es porque ando descalza, despeinada y sin cadenas, si lo que escandaliza es mi forma de ser y de actuar, pensarme distinta al resto. Tal vez lo que asusta es mi voracidad, mi sed de experimentación, lo que tengo no me basta, ansío mucho más. No pido permiso, intento vivir a mi manera, laberíntica y fatal, desequilibrada, sin embargo, propia. Me enamoro de todos, pero no le pertenezco a nadie. No callo, hablo de lo que no se habla, pregunto, no escondo lo que siento, lloro de alegría, sonrío en la tempestad. No hay culpa de pensamiento, palabra, obra y omisión. Me gusta gustar, llamar la atención, hago el ridículo y me tiene sin cuidado, no escondo mis carencias, soy la loca a la que no le importa que le digan loca. Amo sin medida, estoy con quien quiero estar, no pierdo el tiempo. Soy aventurera, descubro territorios, desordeno camas, beso bocas, exploro mentes.
Oye tú, hombre, ex novio, enemigo, monja, condiscípula o quien sea que hayas sido, tu sentencia habló más de tu deseo que de mis actos. Gracias por arruinar mi reputación a tan temprana edad, desde entonces vivo libre, hago, deshago, escribo lo que me da la gana. Te amo, santurrón.
*Yo tan novela y tú puro cuento.