Autora de una treintena de libros de poesía, novela y ensayos, y galardonada con igual número de reconocimientos nacionales e internacionales, la escritora nicaragüense Gioconda Belli, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2013 y miembro de PEN Internacional destinado a la defensa de escritores y periodistas, habla de su flamante novela presentada en Madrid y Barcelona, Un silencio lleno de murmullos (Seis Barral, 2024), que dedica a sus hijas. Despojada de su nacionalidad en 2023 por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, Belli, una de las voces más destacadas de la literatura hispanoamericana, se muestra incansable pese a sufrir un nuevo destierro: acaba de recibir sendos doctorados honoris causa por la Universidad de Edimburgo en Escocia y la Universidad de Costa Rica, y la Universidad de Salamanca dedicó una jornada académica para estudiar su obra. Su primera novela, La mujer habitada (1988), que vendió un millón de ejemplares en Alemania, acaba de ser traducida al francés, sin hablar de las conferencias y recitales que a menudo brinda en España.
En tu nueva novela Un silencio lleno de murmullos, que presentarás en la FIL Guadalajara el 6 de diciembre, recreas la tragedia de Nicaragua de no poder vivir en democracia. Un “país portátil” como le llamas, aunque ahora también eres ciudadana española. ¿Te imaginaste al luchar desde muy joven contra la dictadura de los Somoza y obligada a exiliarte en Costa Rica y México, que medio siglo después ibas a revivir la condición de expatriada?
No. No imaginé que el régimen Ortega-Murillo alcanzara los niveles de perversión y venganza con que han lidiado con la oposición. Pero ya nada me extraña de una tiranía que ha revivido las peores épocas de las dictaduras latinoamericanas. Lo que me extraña es que haya gobiernos que no se enteren de que nada de lo que sucede hoy en Nicaragua está relacionado con la revolución sandinista y que sigan, en nombre de su recuerdo, contemporizando con Ortega y Murillo.
Esta novela nueva mía se nutre de mis experiencias, pero no es autobiográfica. No es autoficción. Es una historia que se desarrolla en medio de la pandemia, en Madrid, donde Penélope, nicaragüense, llega a hacerse cargo de los bienes de su madre tras su muerte, con tan mala suerte que a los pocos días de su llegada se declara el confinamiento. Ella queda recluida en la casa de Valeria, su madre, y allí descubre secretos familiares y reflexiona sobre la vida de aquélla y la de ella misma. Son dos generaciones que han vivido revolución y desilusión, pero también la resistencia. En el caso de Penélope, de la revuelta contra Ortega en abril de 2018. Sus maneras de ver la política y la realidad son diferentes.
La tentación dinástica de Ortega-Murillo pareciera confirmar que el destino de las revoluciones es convertirse en dictaduras. ¿Estás de acuerdo?
No siempre ha sido así. La Revolución en Estados Unidos, la Revolución Francesa no terminaron en tiranías, pero a éstas las vemos desde una distancia mucho más larga en el tiempo. A la Revolución Francesa le siguió el Terror. Esa revolución devoró a sus propios hijos. Creo que las revoluciones en América Latina tendrán que pasar esta etapa de tiranía para emerger con otro signo. Me parece que están ahora atrapadas en un autoengaño ideológico o en un aprovechamiento oportunista de una ideología que en la región parecía ser libertaria, pero de la que ellos sólo conservan un discurso vacío de contenido y manipulado para sus propios intereses de conservar el poder.
Hay mucho misterio y suspenso en la novela. Es psicológica pero también una suerte de thriller
Hay una parte positiva en tu nueva trashumancia y es la cantidad de premios y reconocimientos que ha recibido tu trayectoria poética y literaria, indisoluble con tu compromiso como activista. En tu discurso de aceptación del Premio Reina Sofía dijiste “mi barca ha pasado del naufragio a la salvación”. Es una frase muy fuerte y hermosa…
Empecé Un silencio lleno de murmullos pensando en cómo lidiar con el desgarro de la desilusión, pero en el proceso de escribirla me pareció más importante entender cómo madre e hija resuelven lidiar con los costes de su participación y entrega; cómo lidian con la contradicción entre la pasión por una causa y la responsabilidad, en el caso de Valeria, por su hija. Ese es un tema que nos afecta a muchas mujeres que optamos por no negarnos la realización personal cuando asumimos la maternidad. Me interesó esa “culpa” que cargamos a menudo. Además, la novela es también sobre la soledad, la resiliencia y la imaginación que puede rodearnos de fantasmas en una situación de aislamiento como la de la pandemia. Hay mucho misterio y suspenso en la novela. Es psicológica pero también una suerte de thriller.
El jurado del Reina Sofía destacó tu “aportación relevante” al patrimonio cultural de España e Iberoamérica. Viniendo de la patria de Rubén Darío, el padre del modernismo quien renovó la lengua española, ¿cuál es para ti tu principal aporte? ¿Haber dado voz al cuerpo y el deseo de la mujer en tu escritura?
No me corresponde valorar mi aporte. Desde mi poesía y mi narrativa he querido contar el mundo desde el ojo de la mujer, porque hasta el siglo XIX los ojos que nos contaron sobre la condición humana y el mundo fueron los de los escritores hombres. Al contar el mundo desde esa perspectiva femenina me rebelé contra esa división mente-cuerpo cartesiana. Quise introducir el cuerpo como creador no sólo de vida sino de emociones, historias, de una sensualidad distinta y una sexualidad no de la mujer objeto sino de la mujer sujeto, dueña de sí. En esta novela, Penélope resuelve su deseo por sí misma, por ejemplo. Esa individualidad femenina retratada en todo su esplendor y desconcierto, sí creo que fue novedad en mi obra y lo acepto como un acierto de mi creación poética y narrativa.
Mujer, feminista, poeta, novelista, madre, esposa, abuela, militante revolucionaria, ¿qué le falta a tu vida? ¿Crees algún día poder habitar de nuevo la casa que te fue robada en Nicaragua? ¿Sentarte a ver desde el jardín el volcán Momotombo en ése tu paraíso perdido del que ahora sí, “nunca jamás ningún Dios podrá expulsarte”?
El exilio ha sido distinto esta vez. Ha sido enriquecedor porque me ha permitido darme cuenta de que la literatura y el idioma son países de los que nadie puede expulsarme y con los que puedo crear puentes no sólo con Nicaragua sino con todos los que pasamos esta vida haciéndonos y rehaciéndonos. Me ha dado fuerza sentir que estoy en el lado correcto de la historia, que mi compromiso no depende de dirigentes ni de circunstancias, y que Nicaragua sigue y seguirá viviendo dentro de mí y que sus paisajes me habitarán para siempre.