Rocktubre (2): IDLES en el Pepsi (mi vieja mula ya no es lo que era)

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

IDLES en el Pepsi.
IDLES en el Pepsi. Foto: Michell Martínez Ayala

El romance entre IDLES y México, que parecía una dulce novelita de amor intelectual, ha sufrido un primer descalabro. La estupenda acogida que recibió la banda en los últimos festivales en los que actuó, Corona CDMX y Corona Guadalajara, hacían pensar que estaban listos para conquistar el país. Sin embargo, los boletos de su mini gira 2024 no contaron con la astucia de los fans mexas.

Tuvieron que cancelar la fecha anunciada para Monterrey por la baja demanda (con todo y que los boletos salieron a la venta con un año de antelación), y para rematarla, el Pepsi les quedó grande. Pero como dice el vulgo: y qué tiene. El arte de una banda, y menos de una como IDLES, no está supedito a la taquilla. Lo que sí es innegable, es que representa un revés para las intenciones comerciales que pretendían alcanzar con Tangk. En pocas palabras: el experimento de poperizarse no ha sido del todo afortunado.

Expresar mis opiniones me ha granjeado mucho bulin. Hace unas semanas en estas mis páginas escupí que Tangk me había parecido un disco decepcionante. Al parecer, que no me haya gustado el álbum y que fuera a asistir al concierto me convierte en un hipócrita. No estoy de acuerdo. He visto a IDLES cinco veces, en Ciudad de México dos, en Guadalajara una, en Dallas una y en Los Ángeles una también. Uno cree en las bandas como cree en las relaciones. Hasta que las ilusiones hacen crack. Pero una cosa es la banda en vivo y otra el disco. Y en concierto IDLES es uno de los espectáculos más enérgicos de la actualideath.

Como mucha raza, me quedé drogado y alborotado en Monterrey. Obvio tenía entrada. Quería romper mi propio récord de cuál banda he visto más veces en vivo en los últimos años. Y debido a que se cebó, The National sigue a la cabeza. Coincidió que un día antes presentaba mi libro. Me tuve que quedar una noche extra de oquis en Regioland. Pretexto ideal para embarazarme de cabrito. Mala onda por todos los fans de la ciudad, de Torreón y de los alrededores que se quedaron con las ganas. En Ciudad de México me desquito, me prometí. Y como el alcohol además de ser el mejor lubricante para el amor, también lo es para la música, antes de lanzarme al Pepsi hice mi ya tradicional parada en pits en el Salón París.

SÉ QUE ME TOMo DEMASIADO EN SERIO EL PUNK. Pero para mí no puede ser de otra manera. Y que sigas a una banda no te impide que seas crítico con ella. Y no, no me da gusto que IDLES no haya reventado el Pepsi. Merecen eso y más. Por qué no ocurre, son cosas que escapan a mi comprensión. Como que un delantero juegue cabrón con un equipo chico y cuando lo venden a Europa se convierta en un bulto inservible. Es una constante de la vida contra la que de nada sirve rebelarse.

Así que ahí estábamos, los apocalípticos y los cada vez más numerosos integrados, en lo que para nada podría calificarse como una mala entrada, en el Pepsi, para toparnos con pared. Mejor dicho, con valla. General estaba dividido en dos. A ver, momento, Pepsi Center. ¿Acaso no saben que más de la mitad de fans de IDLES vinimos a batirnos en el lodo de la fábrica de moretones? ¿Acaso no saben que no existe mejor terapia, que eso de pagar a 1500 la hora y meterse a los empujones a desembarazarse del ordinario estrés? Aquello mandaba todo al traste, cómo demonios se desataría el mosh pit por el que somos internacionalmente afamados. Con el que damos ejemplo al mundo, incluidos punks gringos e ingleses, de cómo se confecciona un slam pro.

Pues no. No se armaría. Pero eso no fue impedimento para que a los primeros acordes de “Colossus” nos soltáramos a brincar como changos infectados con la viruela del ídem. No sé si Talbot se dio color de lo güey que se escuchaba pidiéndole a la raza “spread the crowd”. Esa noche asistimos a la muerte del mosh pit. Por lo menos en los shows de Ocesa. El mismo pasillo formado por dos vallas se aparecería como una maldición en The Hives y en The National. En delante, si uno necesita un baño de empujones va a tener que asistir a toquines punks en Neza. Porque esta política de proteger al público de sí mismo parece que llegó para quedarse. Vamos a ver si también incluye festivales.

En busca de un balance propositivo de lo que ocurría arriba del escenario, hay una mancha en el expediente. IDLES tocó siete rolas de Tangk. Que no invitan a chocar, precisamente. Entonces, sí, las cosas han cambiado. No sólo en el disco. También en sus presentaciones en vivo. Se veía venir. Porque si hay un nuevo público al que los discos anteriores de la banda no le son taaaaaan agradables, es evidente que tienen que tocar para ese pequeño sector de poperos que ha venido a asomarse a ver cómo nos divertimos los malandros. Ese set list le rompió el ritmo a los toquines de IDLES como los conocíamos.

Y YA ENTRADOS EN GASTOS, el activismo político de IDLES, que ya estaba presente, se ha intensificado. Antes la música era lo más importante. Y gracias a ella aparecía el discurso. Ahora la música ha pasado a segundo plano. Lo más preponderante es el discurso. Qué chingonada, una sermoneadota por el mismo precio. Incluida con el boleto de entrada. Muchos nos quedamos esperando “War”. Ojalá no la hayan erradicado de su set list, no fuera a ser que empañe la corrección política que los caracteriza y los salva de ser unos meros pelados con mucha testosterona pero de buenas intenciones.

Aquella noche la banda parecía un agente de vialidad, que detiene el tráfico cada tanto, para luego volver a iniciar la circulación. Eran las pausas que introducían las canciones de Tangk entre el furioso repertorio al que nos tenían acostumbrados. Pero, honor a quien honor merece, la recta final fue puro y duro IDLES, el que mejor sabe hacer las cosas. “Never Fight a Man With a Perm” marcó el tono de una salida estruendosa. Aunque la intensidad bajó por la horrenda “Dancer”, se remontó con “Danny Nedelko” y el cierre apoteósico con “Rottweiler”.

Siempre pensé que el mejor de IDLES era Talbot. Luego que Mark Bowen, el guitarrista. Pero esa noche me cayó el veinte. El más cabrón es Jon Beavis. Quien durante el final se echa a la banda encima y con una energía que nada es capaz de robarle, golpea los tambores durante minutos, minutos que se antojan eternos, mientras el mundo parece desgañitarse dentro del venue. Mientras acabe uno empapado en sudor, se puede decir que es un buen show. Y después de la demostración de músculo de Beavis, pude por fin sacar mis conclusiones. De las seis veces que había visto a IDLES mi favorita sigue siendo el show del Corona Capital. Pero la neta, es que mi vieja mula ya no es lo que era. Ya no es lo que era.

Sin embargo, cuando de verdad dije esto ya valió madre fue al día siguiente. Cuando vi una entrevista en donde Talbot alababa el regreso de Oasis. WTF!

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