Anne Sexton: Los nacidos muertos somos una acuarela lavable

En este ensayo personal en memoria de la poeta Anne Sexton que se quitó la vida hace 50 años —un 4 de octubre de 1974—, la escritora Susana Iglesias nos recuerda que sus intentos suicidas eran siempre en fecha cercana a su mes de nacimiento: también octubre, y luego parte de la imagen del otoño para hablar un poco de la vida de Sexton y de sus poemas confesionales, expresiones de sus mejores y peores experiencias, sus amores, sus desilusiones, escritos en un tono íntimo e irrepetible

Anne Sexton durante un curso de poesía en Boston University, 1974.
Anne Sexton durante un curso de poesía en Boston University, 1974.

Al otoño no sobreviven todos, con ese aire letal en su transición que descuartiza a veces hasta al más estúpidamente optimista. El inicio del otoño se llevó a uno de mis camaradas: el gato más viejo que habitaba nuestra casa. No me imagino el mundo sin poesía, no podría entender nada sin poetas como Anne Sexton [Anne Gray Harvey]. Nacida bajo la noche plutoniana, alta, ojos azules, en todas sus fotografías se observa un gesto imperturbable que me llena de curiosidad y misterio. Es característico en los escorpiones. En 1954 ingresa por primera vez a un hospital psiquiátrico. Su primer intento formal de suicidio fue al cumplir 28 años de edad en 1956, le siguieron nueve más. Dicen que el 4 de octubre de 1974 bruncheó con su mejor amiga y editora, me encantaría saber qué comió. Cuando la encontraron estaba hermosamente maquillada, llevaba tacones de aguja, el abrigo de piel de su madre. Bebió tres vodkas, entró al garage de su casa en Weston, se deslizó en su Cougar rojo, encendió la radio. Rugió el motor y esperó pacientemente a que el dióxido de carbono hiciera lo suyo: asfixiarla con sus besos.

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En esa afirmación demoledora que cierra su poema: “For my lover, returning to his wife”, existe una revelación sobre ella y la condición humana: lavable, difuminada, borrada. Nos tomamos demasiado en serio. No sé lo que es involucrarme con un hombre casado, sí lo que fue involucrarme con hombres que idolatraban su pasado, que le guardaban lealtad y deseo a una ex esposa infiel con la que no mantenían más que una relación enferma de odio, con las ex novias que supuestamente les enseñaron todo de la existencia, el amor, la intimidad, excepto a vivir en el presente, conocí hombres dolientes que fueron abandonados, que se masturbaban con el recuerdo de las que jamás se comprometieron y los dejaron girando en abismos, que amaban a las que tenían amantes más hábiles que ellos, que llamaban los domingos a las que se rieron de su amor tan pobre, tan cobarde. Sí, fui de estas últimas, contestando sus llamadas en domingos tristes. Olvidé sus nombres, su olor, cuando olvidas el olor de alguien todo ha terminado, cuando el olor que amabas te repugna, no hay nada qué hacer. El olfato antes que el corazón advierte la muerte del amor y el deseo, así que cuando ella en este poema a su amante que ha vuelto a su esposa, cuando escribe que fue un lujo, un velero rojo, que fue pasajera, que la otra mujer es sólida, me conmueve porque es verme a mí misma en todos esos patéticos fragmentos de tiempo perdido. También conocí hombres valientes que dejaron amores cobardes —sin arrepentimiento— para internarse en el deseo mutuo. A Anne la traicionaron tantas personas, sus padres, su tía abuela, la hija que autorizó que se revelaran las cintas, el psiquiatra de Anne quien donó a su biógrafa las cintas. Sí, él le sugirió que escribiera tras varias sesiones, así que empieza a escribir más, de niña también lo hacía encerrada en un clóset, aunque el médico asegure que ella hubiera decidido / deseado revelar las cintas, es traición, no escribo su nombre a propósito porque el traidor no merece ser nombrado junto a ella. Sylvia Plath —la conoció en un taller de poesía en 1957— robó su idea de suicidio con gas.

LOS MUERTOS NO PUEDEN DEFENDERSE, suponer lo que serían sus deseos tras morir es bajo. Qué escándalo son los amoríos fuera del matrimonio cuando se trata de una mujer, en los hombres son crisis, trofeos, errores, impulsos. Los hombres “rejuvenecen”, ¿por qué nosotras

tendríamos que apagarnos? Aconsejo no entristecerse, aquí nadie engaña a nadie, ya lo dijo Lorca por ahí, ninguna mujer ha sido engañada por un hombre. No te prives de nada, cuando alguien traiciona tu amor no te hundas, entrégate al deseo.

En el poema Words trasluce la complejidad del lenguaje, aun aquellas palabras que queríamos pronunciar: traicionan. Lo que queremos decir a veces no se puede poner en palabras o en ningún gesto
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En el poema Words trasluce la complejidad del lenguaje, aun aquellas palabras que queríamos pronunciar: traicionan. Lo que queremos decir a veces no se puede poner en palabras o en ningún gesto. El signo zodiacal al que pertenece Sexton, Escorpión, es profundamente emocional, se cuenta que los escorpiones pueden sentir cosas que otras personas no pueden, porque el mundo de la intuición es algo muy cercano a ellos. Ante la amenaza de una vida vacía, las emociones son ese vértigo que nos recuerda que sentimos, que en las emociones existe lo más privado de nosotros, porque la cabeza y el pensamiento es un animal “presentable” con más “habilidades sociales” que el corazón. Vivir del corazón como lo hizo Sexton es un hermoso acto suicida, pregúntale al Werther. Anne escribía a máquina, ese ritmo de cuchillos abriendo en canal el alma humana sólo es posible en una máquina de escribir, el ritmo, la fuerza, la tormenta, fue una experta demoledora de tabúes. Y así como el músico trabaja con frecuencias, el escritor, el poeta: ese vidente que trabaja con la palabra como spell, transmuta todo lo que toca / narra / canta con sus palabras. Quisiera saber cuál fue la primera palabra que pronunció Sexton. Mi primera palabra fue: agua. De ahí proviene mi inmensa sed. Hay vacíos inmensos entre la palabra y la realidad. Comunicar con palabras a veces puede ser tan raro como veranear en Siberia. Mucho cuidado con las palabras, sobre todo con aquellas que nos invitan al milagro o la esperanza, aquellas que nos destrozarán más tarde con su hacha sigilosa. Nadie siente más amor a las palabras que el suicida, ése que no se siente invitado al banquete del mundo. No te asombres, hay quienes nacimos muertos, aunque te cause un poco de risa. Esa sorna proviene de tu inmensa indefensión hacia algo que no entiendes. No quiero hablar de los diagnósticos de la salud mental de la poeta, ya lo han hecho hasta el cansancio, me aburre francamente todo ese murmullo estéril de etiquetas, no me asombra nada el asco ante el suicida, las creencias limítrofes, el pensamiento mágico, las religiones dominantes incitan a morir tranquilamente en la cama, lo que ignoran es que millones de personas viven tristemente, eso sí, se mueren super demócratas o anarcos o lo que quieras, se mueren enfermos, devastados, acuchillados por el miedo y el dolor. Respeto profundamente al suicida y al no-nacido, porque al no-nacido no lo sacaron de la nada para traerlo a este inmundo muladar en guerra de armas biológicas y químicas.

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Alguien pudo nacer, murió. Alguien que pudo nacer, desapareció. La naturaleza, su sabiduría ancestral, es ella hablando de un aborto. Anne Sexton estaba poseída por la muerte, toda su poesía nos muestra la insolente cercanía de la poeta con ella, sus rituales de intentos de suicidio eran cercanos a su fecha de cumpleaños, la celebración de la muerte en lugar de la celebración de la vida.

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Cansada. La orfandad asoma en el poema dedicado a su madre, de su libro All my Pretty Ones [1962, Todos mis seres amados / seres preciosos] también ahí ella relata la muerte del padre, sugiere que el pasado de su familia paterna es algo desconocido, una especie de secreto se cierne en el verso en el que se pregunta quién es su abuelo, ¿la historia de abuso no sólo proviene del padre?

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En el poema, al final del verso, se revela que el álbum de fotografías familiares ha sido destruido, lo ha lanzado lejos. Me gustaría mucho que leyeran todo el libro. Son poemas que no tienen piedad para narrar la vida interna de un creador. Casos como los de esta poeta extraordinaria que es pionera en hablar de temas que no se tocaban son muy pocos, aunque estemos en pleno siglo XXI. La razón es demasiado compleja, me parece que las mujeres no nos hemos librado por completo de los juicios misóginos ni de las cadenas de cursilería impuesta. La madre de Sexton murió de cáncer, al leer los poemas que ella escribió se deja ver el cuidado, la ternura, también la crueldad y descuido con la que fue tratada, con un amoroso “buenos días”, el olor a jugo de naranja y jalea… la indiferencia, con la no intervención ante los castigos y abusos del padre, porque Anne era encerrada en un clóset, en aquella oscuridad es tal vez en la que aprendió a escribir, ¿ahí aprendió a permanecer insomne?, en ese lugar en que era aislada como castigo por cualquier insignificante suceso. Penn Station, abordé un tren, era otoño, muy temprano, lo recuerdo porque había salido de un sótano de fiestas de sadomasoquismo en Nueva York, caí ahí por un error, no sé si algún día quiero contar sobre esa madrugada… iba en tren hacia las afueras de NYC, mi amigo, el escritor alemán David Wagner me recogería en la estación de tren. En el tren leí una y otra vez aquel poema que me descuartizó, “Briar Rose [Sleeping Beaty] ”, ahí reafirmé el porqué de las referencias al insomnio de Anne en tantos poemas, algunas veces de forma oculta, otras tan abierta como en este poema brutal: “Briar Rose”, en el que el padre acude a su cama por las noches. Recuerdo que el tren llegó un poco antes de lo previsto a ese pueblo sombrío rodeado de lagos: Ghent… me senté en una banca de la estación, nadie bajó ahí, sólo yo, recuerdo eso porque me pareció muy extraño… elegí una banca roja, volví a leerlo, ahí sentada lloré, muchísimo, fue tanto el dolor que sentía que ni siquiera me di cuenta de que dejé mi abrigo negro con mi pasaporte y bastantes dólares dentro de él en aquella banca. Recuerdo que a lo lejos vi el auto, a David en él. Bajó, me extendió los brazos al verme con los ojos llorosos, me abrazó muy fuerte, me llevó por un delicioso café, manejó en silencio por esas carreteras solitarias llenas de ciervos, conejos, árboles hermosos y moribundos, nada me parece más bello que el amarillo ocre de la muerte que se desprende para desnudar su última capa, en otoño los pasos aprietan sus hojas contra el suelo, pisamos la muerte con delirio, es música lo que sale de esas hojas que crujen como ataúdes viejos, como carne seca, como promesas olvidadas. Recuerdo que esa noche cenamos pollo con papas al horno, ensalada, demasiado vino tinto. Al final la chef puso en la mesa una bandeja con jalea, a mi mente acudieron los padres de la poeta, lloré frente a extraños. Y aún lo recuerdo…

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Todos desaparecían de la mesa, excepto David y otro escritor, un sueco insomne, aquella noche la pasamos bebiendo en el cementerio cercano, caminamos en medio de aquella oscuridad. Sobre las tumbas hablamos de lo lejos que nos sentíamos de casa, David no lloró, nosotros sí… él miraba absorto el pantano que estaba a unos metros, tras un silencio lleno de gracia, nos habló de cosas preciosas que nos hicieron reír, llevaba otra botella oculta en el abrigo, al terminarla, nos levantamos, el sol amenazaba con salir. Anne Sexton ganó un Pulitzer con su libro Live or Die [Vive o Muere, 1966] y aún así la prensa la llamaba “ama de casa”, no hay nada malo en ser un “ama de casa”, ni bueno, como puedes ver el mundo es un lugar tan jodido, tan siniestro que les cuesta llamar escritora a la escritora. Algunas poetas somos unas poseídas, de la muerte, del martirio de la vida. No nos interesa decir que amamos el resplandor del sol, detesto el sol si no es bajo una sombrilla con una botella de ginebra helada en alguna playa de agua helada y olas mortales. Sé que algunas personas escriben de cuánto les gustan las flores que destilan color, vida, ¿qué te asombra de las flores que representan vida, fertilidad o lo que quieras?... amo las flores muertas, a punto de desmoronarse, que caen moribundas sobre manos y jarrones, me he agenciado estupendos ramos moribundos de freesias o peonias en florerías de autor a un precio ridículo. Flores mortales. Mi madre amaba las flores moribundas, mujer rebelde que como la Sexton renunció a la cursilería […].

Foto Ilustrativa
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