CUERNAVACA
“¿Por qué has creado el infierno, Allab? ¿No habías creado ya Chamd?”, exclaman los afganeses. Yo, imitando a los indígenas de aquella abrasadora comarca, modifico la frase y digo en buen cristiano: —¿Por qué has creado el infierno, Dios mío? ¿No habías creado Cuernavaca?
Bien sé que puede sudarse más en otras partes. Bien sé que el inmenso desierto extendido, como un arco de círculo, entre las islas del Cabo Verde y la gran muralla de la China, el este y el norte del Sahara, al pie del Himalaya, el valle del sagrado Ganges y las estepas sin fin del Atapanistán y la Bukaria son los hornos de la tierra.
Sé también que sin salir de México podría sufrir la temperatura de Iguala y los chorros de plomo derretido que vierte el sol de Texas. Pero mi carne es flaca y yo no quiero enflaquecerla más. Para mis pecados pobretones y vulgares con un infierno como Cuernavaca basta.
Corona Capital 24: el buen fin sonoro
No me arrepiento, sin embargo, de haber venido a este Sudatorium con honores de ciudad. Abro el balcón y admiro extasiado el horizonte incomparable de nuestra tierra caliente.
Manuel Gutiérrez Nájera, Viajes extraordinarios, recopilación y nota introductoria, Rafael Pérez Gay, Breve Fondo Editorial, 1996.
FALSA HUMILDAD
La modestia excesiva está muy relacionada con la envidia. La modestia es considerada como una virtud, pero, por mi parte, yo dudo mucho de que deba aceptarse como tal en sus formas más extremas. La gente modesta necesita toda clase de seguridades, y muchas veces no se atreve a emprender tareas que pudiera realizar perfectamente. La gente modesta cree que está eclipsada por las personas con quienes se reúne habitualmente. Son muy inclinados a la envidia los modestos, y a través de la envidia, a la desgracia y a la mala voluntad. Por mi parte creo que hay mucho que decir acerca de educar a un niño haciéndole creer que es inteligente.
Yo creo que ningún pavo real envidia a otro su cola, porque todo pavo real está convencido de que su cola es la más hermosa del mundo. En consecuencia, los pavos reales son aves muy apacibles. Pensemos cuán desgraciada sería la vida de un pavo real si se le hubiera enseñado que es malo tener buena opinión de sí mismo. Siempre que viera a otro pavo real extender su cola, se diría: “Yo no puedo creer que mi cola es mejor que aquella, porque eso sería orgullo; pero ¡cuánto me gustaría que lo fuera! ¡Ese antipático está tan convencido de su magnificencia! ¡Si le pudiera quitar alguna de sus plumas! Entonces, ya no podría soportar la comparación conmigo.” […] Tal es la victoria de la envidia, disfrazada de moralidad. Pero donde todo pavo real se cree tan espléndido como los demás, no hay necesidad de esta represión. Cada pavo real espera ganar el primer premio en la competencia, y cada uno, al admirar a su compañero, cree que ha triunfado.
Bertrand Russell, La conquista de la felicidad, trad. Julio Huici Miranda, Austral, 1983.
COMER PERRO
[Algunas] veces los viajes resultan como aquella noche en Yang Shuo, cuando pedí perro. Yo ya me estaba yendo, me quedaban si acaso dos o tres días en China y hasta entonces me había resistido a la obligación. Recordaba a menudo la impresión de leer, siete u ocho años, un relato más o menos minucioso de Salgari en algún tomo de Sandokán de una cena de perro en un piringudín chino de la Malasia, y sabía que tenía que hacerlo, pero me daba repeluz y difería el momento. Esa noche, en el restorán del hotelito de Yang Shuo, no había nadie; tenían un menú en inglés y, cuando vi que me ofrecían perro, no encontré ninguna razón aceptable para no pedirlo. La camarera me miró curiosa.
Era casi imposible explicárselo. Me seguía pareciendo duro comer perro, pero me parecía duro que me lo pareciera: tenía que pedirlo. El viaje necesita de esas malas copias de la aventura: el viaje impone por lo menos la obligación de lo distinto. El viaje impone sus obligaciones: si uno está en China supone que debe hacer esas cosas diferentes que sólo China ofrece. […]
Al cabo de unos minutos volvió la camarera; era una adolescente torpe sobre sus tacos muy altos y muy bella en la falda de seda larga con su largo tajo en el costado, y algún rubor en la cara sin afeites: me dijo, avergonzada, que el perro se les había terminado. Ahora, cuando recuerdo mi alivio, sospecho que en realidad nunca tuvieron perro, porque los viajeros no son
las únicas víctimas del viaje.
Martín Caparros, Larga distancia, Malpaso Ediciones, 2017.
STEPHEN HAWKING CONTRABANDISTA
He tenido una vida completa y satisfactoria. Creo que los discapacitados deberían concentrarse en las cosas que su discapacidad no les impida hacer y no lamentarse por las que no pueden hacer. En mi caso, he conseguido hacer la mayoría de las cosas que quería. Visité la Unión Soviética en siete ocasiones. La primera vez fui con un grupo de estudiantes entre los cuales uno, miembro de la Iglesia baptista, quería distribuir biblias en ruso y nos pidió que las metiéramos al país clandestinamente. Lo conseguimos sin que las detectaran, pero cuando estábamos saliendo las autoridades ya había descubierto lo que habíamos hecho y nos detuvieron durante cierto tiempo. No obstante, acusarnos de meter biblias clandestinamente habría provocado un conflicto internacional y publicidad desfavorable, así que nos dejaron ir al cabo de unas horas.
Stephen Hawking, Breve historia de mi vida, trad. Ana Guelbenzu, Crítica, 2014.
TOULOUSE-LAUTREC Y EL ARTE ORIENTAL
El conocimiento del arte extremo-oriental tomaba un giro nuevo: la gran exposición de 1892 acabó por imponerlo. En el Nouveau-Cirque se presentó, en noviembre de 1892, un divertido “Ballet de Papá Crisantemo” cuyo recuerdo ha guardado Toulouse-Lautrec en un lienzo de Albi. Posiblemente no hay nada que indique con mayor claridad cuál era la naturaleza del lazo que le unió a las estampas japonesas. Tomó posesión como ningún otro de ese estilo preciso y breve. Consideró las estampas de Harunobu, de Hiroshigé y de Utamaro, como una especie de definición anticipada de la fauna del Moulin Rouge, e inmediatamente, una cierta connivencia apareció entre su arte y el del ukiyo-e, que después de todo, procedía también de una emancipación del espíritu y de las costumbres de una atención exclusivamente dirigida a las siluetas femeninas, a los gestos de los actores, a la “vida que pasa”.
El recorte de las escenas lo domina todo, con la facultad de reducir las formas al estado arabesco. Lautrec encontró sin dificultad la pequeña impresión de enigma y de economía de la que se nutre una buena parte del arte oriental: una postura invertida, una nuca aparente, la estudiada combinación de los peinados, etc., debían destacar en una especie de vacío. […] Esto lo hizo encaminarse rápidamente hacia una nueva técnica, la de la litografía; y esa provocó la conquista audaz que fue la promoción del cartel; pero en la pintura misma, nadie ha seguido y desarrollado mejor que Lautrec las consecuencias del plano continuo y del arabesco.
André Chastel, Toulouse-Lautrec, UNESCO / Hermes Bolsilibros de Arte, 1966.