Luego de ser asaltada por violentas pesadillas durante meses, Yeonghye se levanta de la cama a la mitad de la noche y saca toda la carne del refrigerador. No sólo la res, el cerdo y el pollo; también los pescados, mariscos y productos lácteos se van a la basura, mientras el marido de Yeonghye atestigua los hechos, desconcertado.
Así comienza La vegetariana, escrita por la ganadora del premio Nobel de Literatura de este año, la surcoreana Han Kang. La novela está dividida en tres partes: “La vegetariana”, “La mancha mongólica” y “Los árboles en llamas”.
La primera parte es narrada por el marido de Yeonghye, quien se refiere ella de la siguiente manera: “Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. No era ni muy alta ni muy baja, llevaba una melena ni larga ni corta, tenía la piel seca y amarillenta, sus ojos eran pequeños, los pómulos algo prominentes, y vestía ropas sin color como si tuviera miedo de verse demasiado personal”.
El esposo remata la descripción de su mujer con lo siguiente: “Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto en particular. Su manera de ser, sobria y sin ninguna traza de frescura, ingenio o elegancia, me hacía sentir a mis anchas”.
A pesar del conformismo y la mediocridad del marido de Yeonghye, uno no puede dejar de sentir cierta compasión por él al principio de la historia. La reacción de ella contra la carne parece ser, a simple vista, sólo un capricho muy costoso. Además, cuando todo comienza, las cosas apuntan a que La vegetariana va a convertirse en un canto de heroicidad, dedicado a aquellos que han renunciado a la ingesta de proteína animal. Quien esté buscando eso en la novela de Han Kang, está perdiendo su tiempo.
Lo que le está pasando a Yeonghye es una revelación que se convierte en rebelión. Sus pesadillas, llenas de sangre y muertes brutales, le están diciendo que debe cambiar su vida. Esto lleva a su cuerpo a tomar el control. Y como el cuerpo se identifica con otros cuerpos, el de Yeonghye se deshace de todos los cadáveres que habitan su casa, asqueado. Ella está dejando de ser lo que es. O tal vez está tratando de recuperar algo a lo que renunció y quiere volver a sus raíces.
Han Kang ha dicho que La vegetariana fue inspirada por la lectura de algo que la obsesionó: ’Creo que los humanos deberían ser plantas’
LA PALABRA RAÍCES RESULTA, en el caso de Yeonghye, algo más literal que metafórico. La propia Han Kang ha dicho que La vegetariana fue inspirada por la lectura de algo que la obsesionó: “Creo que los humanos deberían ser plantas”. La Nobel interpreta ese verso del poeta Yi Sang (1910-1937), como una posición contra la violencia del período colonial nipón.
La violencia está presente a lo largo de la novela, como un personaje más. El esposo de Yeonghye describe así a su suegro: “Tenía una voz atronadora y su obstinación era tan fuerte como su voz. […] A mi mujer la había criado a base de azotes en las piernas hasta los diecisiete años”.
Es precisamente el padre de la protagonista quien desencadena el clímax de la primera parte de La vegetariana cuando, en una reunión familiar, le abre la boca a su hija y le mete un pedazo de res; ella lo escupe, agarra un cuchillo y comete un acto irreversible.
La determinación de Yeonghye es aterradora y admirable a la vez. Prefiere morir antes que volver a la pasividad en la que estaba sumergida. No ha perdido la razón (los psiquiatras no encuentran explicaciones de su comportamiento), sino que se está convirtiendo en la naturaleza misma, y la naturaleza no es dócil en absoluto: “La espesura de los árboles sumergida en el fuerte aguacero parece un gigantesco animal soportando el rugido de la lluvia”, narra la autora mientras Inhye, la hermana mayor de Yeonghye, viaja en autobús en la tercera parte del libro: “Los árboles en llamas”.
La vida de Inhye es muy diferente a la de su hermana. Es más bonita y agradable. Desde muy joven se independizó e incluso se convirtió en la dueña de una tienda de cosméticos antes de casarse. Pero la autodestrucción de Yeonghye la lleva a darse cuenta de que su vida es una mentira: “No podía entender por qué la frase ‘tengo ganas de morirme’ salía expulsada continuamente de su cerebro como un conjuro”.
LA SEGUNDA PARTE DE LA VEGETARIANA, “La mancha mongólica”, describe a un personaje que tiene en la cabeza una imagen que no sería justo revelar aquí. Esa imagen lo tiene subyugado por un deseo que necesita saciar a toda costa. Esto desencadena en la historia algo que, para el autor de esta reseña, es el pasaje más erótico de la literatura de este siglo.
A ese personaje le ocurre lo mismo que a Yeonghye: su cuerpo ha tomado el control. Y al igual que ella, se lanzará al vacío al que lo lleva su deseo. Esto hará que nuestra heroína vea en él a una especie de aliado.
La vegetariana revela a Han Kang como poseedora de un conocimiento profundo de la condición humana. Una escritora que se pregunta si el bienestar aparente no es tan frágil y engañoso como un espejo. Quizá el espejo de otro poema de Yi Sang: “No hay sonido en el espejo. No habrá otro mundo tan callado como éste. Mis orejas están en el espejo y no me oyen, lamentable. […] Aunque ahora no tengo espejo, siempre vivo en el espejo. Aunque no sé muy bien lo que está haciendo, lo imagino entregado a cosas solitarias”.